Giordano Bruno

Giordano Bruno

SUCEDIÓ…

El 17 de febrero de 1600

Giordano Bruno era quemado vivo en la plaza romana del Campo de’ Fiori

El proceso de Giordano Bruno a cargo de la Inquisición romana. Relieve de bronce de Ettore Ferrari (1845-1929), Campo de’ Fiori, Roma. / Wikimedia

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Xavier Massó

 

Hace 425 años, el 17 de febrero de 1600, Giordano Bruno era quemado vivo en la plaza romana del Campo de’ Fiori. Genuino representante de la «Filosofía de la Naturaleza» renacentista, fue condenado a muerte por la Inquisición, acusado de blasfemia, de herejía y de contumacia en difundir doctrinas heréticas, tales como la infinitud del universo, la multiplicidad de sistemas solares o la negación de la Santísima Trinidad.

Había nacido en Nola, cerca de Nápoles, en 1548. A los 17 años se ordenó como fraile dominico y desde muy pronto escandalizó con sus animosos escritos y prédicas sobre el trinitarismo, el heliocentrismo, la pluralidad de mundos habitados, la infinitud del universo… Perseguido por la Inquisición, huyó de Roma en 1576 y comenzó una vida de constante peregrinación.

Atraído por el calvinismo, y acaso pensando que acogería sus doctrinas mejor que la Iglesia Católica –un terrible error que estuvo a punto de costarle tan caro como a Miguel Servet medio siglo antes-, viajó a Ginebra, de donde tuvo que huir precipitadamente pare eludir el fuego «purificador» a que tan proclives eran católicos como reformados-. Pasó a Francia, inmersa por entonces en las guerras de religión entre católicos y hugonotes, siendo acogido por Enrique II, que le facilitó ejercer de profesor en la Sorbona. Dos años después, se trasladó a Inglaterra y enseñó la cosmología copernicana en Oxford.

Siempre a la azarosa búsqueda de protección en los enemigos de sus enemigos, y de la inevitable precariedad inherente ella, huyendo esta vez de los anglicanos se trasladó a la Alemania luterana. En Marburgo sostuvo un debate público con profesores de la Universidad, en el transcurso del cual fue ridiculizado, apaleado y expulsado. Aún consiguió impartir docencia en la Universidad de Wittemberg por un breve tiempo, hasta que fue excomulgado por los luteranos y tuvo que poner una vez más los pies en polvorosa.

Finalmente recaló en la Serenísima República de Venecia, en principio poco inclinada a las condenas teológicas. Allí se convirtió en preceptor privado de un noble veneciano, Giovanni Mocenigo, que al poco tiempo lo denunció a la Inquisición “no satisfecho por la enseñanza y molestado por los discursos heréticos de su huésped”. Fue detenido y trasladado a Roma. Permaneció ocho años en prisión, al cabo de los cuales se decretó su condena a muerte en la hoguera.

En realidad, la ascendencia de Bruno en la historia del pensamiento se debe más a su condición de mártir y víctima de la intolerancia y el oscurantismo, que a sus aportaciones intelectuales reales. En la línea de Paracelso o de Telesio, no fue, en rigor, un filósofo o un científico, sino un fraile dominico vinculado al hermetismo que se dedicó a la Filosofía, a la Astronomía y a la Teología, todo ello forma bastante sincrética y más bien a la manera de un predicador. Muchas de sus afirmaciones parecen hoy de sentido común, pero su fundamentación epistemológica era más bien endeble y poco sistematizada.

Se adscribió al sistema de Copérnico para defender su idea de la infinitud del universo, que no debió acabar de entender muy bien, ya que más que más que demostrar la infinitud del espacio, el sistema de Copérnico era un constructo edificado sobre el supuesto implícito de dicha infinitud. Consideraba que el Sol era simplemente una estrella más entre infinitos sistemas solares con planetas habitados por seres inteligentes. Su doctrina teológica y filosófica se conoce como Panteísmo, una concepción cosmológica según la cual, dicho rápidamente, Dios y el universo son una misma cosa, al menos en el sentido de que Dios no es un ente separado de su creación, sino ella misma. Para el cristianismo, y para el monoteísmo en general, el panteísmo es una forma de ateísmo.

Digamos como una curiosidad, ciertamente algo siniestra, que el inquisidor que llevó a Bruno a la hoguera fue el cardenal jesuita Roberto Belarmino (1542-1621), el mismo que años después iniciaría el proceso contra Galileo, aunque en este caso el destino –o la divina providencia- le impidió participar en la condena: murió 12 años antes de poder ver el resultado de sus desvelos; aunque obtuvo recompensas póstumas: en 1930, el tal Belarmino fue canonizado por Pio XI –no es tan raro, también la iglesia ortodoxa hizo lo propio con Cirilo, el instigador de la lapidación y muerte de Hipatia de Alejandría-. A su vez, Pablo VI estableció en 1969 el título cardenalicio «San Roberto Belarmino», uno de cuyos titulares fue, antes de convertirse en Sumo Pontífice, Jorge Mario Bergoglio, el actual Papa Francisco.

Bruno no fue tan afortunado con sus homenajes póstumos, que tuvieron que esperar casi trescientos años. En 1889, se erigió en Roma una estatua en su honor, costeada por subscripción internacional, en la plaza del campo de’ fiori, el mismo lugar donde había sido ejecutado, homenajeado como mártir de la libertad de pensamiento.


Fuente: educational EVIDENCE

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