El Sócrates de Aristófanes: un filósofo de la physis con tendencias ateas

El Sócrates de Aristófanes: un filósofo de la physis con tendencias ateas

El Sócrates de Aristófanes: un filósofo de la physis con tendencias ateas

Marcello_Bacciarelli_-_Alcibiades_Being_Taught_by_Socrates,_1776-77_crop (1). / Wikimedia

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Martí Duran 

 

La mayor parte de lo que sabemos sobre Sócrates procede de tres contemporáneos suyos: el historiador Jenofonte, el comediógrafo Aristófanes y el filósofo Platón. Estas tres fuentes son, sin embargo, contradictorias: mientras que Platón y Jenofonte nos presentan una figura idealizada del filósofo, condenado injustamente, Aristófanes se burla de sus enseñanzas y lo caracteriza como un personaje más bien ridículo y pernicioso.

Como es sabido, la versión que ha perdurado a lo largo de la historia es la platónica, con un Sócrates preocupado sobre todo por la ética. Sócrates sería el primer teorizador sobre el bien y la justicia como bienes universales y proclamaría el recurso a la propia conciencia como guía de actuación. Actuar de acuerdo con las leyes y con la justicia comportaría estar bien consigo mismo: habría que buscar los bienes del espíritu bajo el control armónico de la razón, en oposición al desenfreno de los instintos –un reto que, veinte siglos más tarde, provocaría la rabia de Nietzsche.

En la versión platónica de Sócrates, la virtud es conocimiento. Si conocemos el bien y sus excelencias, nos veremos obligados a practicarlo, ya que quien piensa correctamente actúa correctamente. La razón, si es nítida, empuja siempre hacia la virtud, en el llamado intelectualismo moral. Quien es bueno será feliz, bien visto y honorado, porque ha sido justo. Hacer el mal es no saber, y ello empuja a Sócrates a defender una de las tesis más optimistas sobre el ser humano: no hay personas malas sino, en cualquier caso, ignorantes, que no saben que el mal, aunque puede producir placer, solo producirá un placer momentáneo y, a la larga, será doloroso, ya que existe una relación interna entre razón, virtud y felicidad.

Frente a esta caracterización emerge una visión de Sócrates bastante distinta en Las nubes de Aristófanes. Esta obra nos plantea el problema de la educación de la juventud y constituye un virulento ataque contra los sofistas, entre los que el comediógrafo incluye a Sócrates (como, por otra parte, seguramente hacían sus contemporáneos). Recordemos su argumento. El campesino Estrepsíades está casado con una joven refinada y manirrota de la ciudad. Ella y su hijo Fidípides, aficionado a los caballos, arruinan con sus gastos absurdos al campesino. Para librarse de sus acreedores, este necesita la ayuda de un abogado hábil y sin escrúpulos, por lo que intenta convertir a Fidípides en discípulo de Sócrates. Como tal, aprenderá el arte de ganar procesos con buenas o malas artes. Como el joven se niega a realizar tal aprendizaje, Estrepsíades decide asistir personalmente a las lecciones del sofista. Pero el pobre Estrepsíades no comprende nada de lo que trata de enseñarle el maestro; renuncia a sus enseñanzas y consigue, por fin, que su hijo Fidípides ocupe su puesto de discípulo. Este, una vez conocidos los trucos legales, ayuda a su padre a librarse de sus acreedores, pero, engreído por su falsa sabiduría, en el curso de una discusión abofetea a su padre. Al final, el hijo se arrepiente de haberse mezclado con tales impostores y se venga incendiando el “pensadero” de Sócrates.

Como ha afirmado Sourvinou-Inwood en relación con Eurípides[1], hay que ir con mucho cuidado con lo que dice Aristófanes, ya que este autor no ofrece tanto una presentación verídica de los autores que critica como una selección de aquellos argumentos, derivados de sus obras pero sacados de contexto, que se prestan a la comicidad. Es lo propio, por otra parte, de un género como la comedia. A pesar de ello, algunas de sus informaciones resultan de gran interés, y pensamos que se aproximan mejor a la figura histórica de Sócrates que la versión idealizada que nos transmiten otros autores.

Aristófanes describe a Sócrates, juntamente con su discípulo Querofonte, como un sofista. Por ello, insiste a menudo en la idea de que cobra por sus enseñanzas. Igualmente, como corresponde a un sofista, lo presenta como un embaucador, hábil en el dominio de la palabra y la retórica, pero cuyas enseñanzas son estériles y perturbadoras. En 423-426[2], dice de él que solo venera a tres dioses: el Vacío, las Nubes y la Lengua. La Lengua se relaciona seguramente con esa idea de charlatanería confusa con la que se vincula a Sócrates. Los seguidores de Sócrates son llamados “hijos de la tierra” en Nubes 853-854: al tiempo que esta expresión es un sinónimo de “patanes”, recuerda la lucha de los Titanes, hijos de la Tierra, contra los dioses, y por ello subraya la consideración de los socráticos como enemigos de los dioses y, en definitiva, como verdaderos theomachoi o luchadores contra los dioses.

Aristófanes nos describe algunas de las enseñanzas que transmite Sócrates, especialmente en la primera parte de la obra, cuando Estrepsíades está encandilado con unos conocimientos que no entiende pero que cree que son importantes. A pesar del tono burlesco de la comedia, podemos intuir que Sócrates se interesa mucho por la astronomía (v. 202), las matemáticas (con problemas sobre cuántas veces salta una pulga a lo largo de su pata para realizar un determinado recorrido, v. 145) y la geometría (v. 203). En su escuela también se estudia gramática, retórica y lógica (algo necesario para un sofista), como vemos en el largo diálogo sobre el género de las palabras (vv. 655-699) y en los versos 740-741. Igualmente, Sócrates plantea a menudo cuestiones relacionadas con la teología y los dioses (vv. 1506-1597), relacionándolas con la astronomía.

Entre los maestros o influencias de Sócrates, se considera que hay una alusión a Hipón de Regio en Nubes 94-97, a Anaxímenes en Nubes 225-234 = 64 C 1 DK (para Anaxímenes, el principio de todas las cosas era el aire), a Pródico (al que hace referencia el coro de Nubes, vv. 358-363) y a Diágoras (en Nubes 816-831 se califica a Sócrates como “el Melio”, aludiendo a Diágoras de Melos). Todos ellos se caracterizan por haber interpretado la realidad al margen de los dioses o por haberlos negado directamente (Diágoras es uno de los mayores ateos de la Antigüedad).

Se desprende de estas enseñanzas que Sócrates busca una explicación racional de la realidad, de carácter físico, en la línea, ciertamente, de Anaxímenes, pero también de otros filósofos presocráticos. En este sentido, las verdaderas divinidades son las Nubes (vv. 252-253 y 329) y por ello, cuando intenta investigar sobre teología, Aristófanes presenta a Sócrates burlescamente suspendido en un cesto, para contemplar mejor el cielo (Nubes 225-234 = 64 C 1 DK). Las nubes (vv. 316-318) se presentan como el origen de la inteligencia. Igualmente, en la línea, por ejemplo, de un Anaxágoras, se busca un principio del movimiento, algo que dirija a las nubes, y que ahora no es el nous sino el llamado “Torbellino etéreo” (vv. 380-383), que en otros momentos sustituye a Zeus.

Igualmente, todos los fenómenos naturales, como por ejemplo el rayo y el trueno, se pueden explicar perfectamente desde la racionalidad, sin ninguna intervención de Zeus (vv. 370, 375, 395). Es significativa la referencia de los versos 398-402, en la que se indica que Zeus no utiliza correctamente su poder (el rayo) para castigar a los malvados, ya que no ha herido a perjuros como Simón, Cleónimo o Teoro y, en cambio, sí ha golpeado con el rayo su propio templo, en el cabo Sunion: ello nos hace dudar de su racionalidad y de su justicia. Esta referencia, por cierto, tiene un paralelismo en Nubes 905, en el que el Argumento Peor detecta injusticia en las narraciones sobre los dioses, en una línea parecida a la que nos revela el Eutifrón de Platón.

Los dioses tradicionales pues, no tienen sentido en esta nueva interpretación racional, y así en Nubes 365-367 se afirma claramente que “Zeus no existe”, o en Nubes 423-426, como hemos indicado, se afirma que Sócrates solo reconoce a tres divinidades, el Vacío, las Nubes y la Lengua –afirmación que, a pesar de no estar exenta de ironía, nos revela claramente que Sócrates no admite a los dioses de la tradición. En Nubes 575-580, el corifeo de nubes se queja de que, siendo ellas los dioses más beneficiosos, sean los únicos que no reciben libaciones.

Si Sócrates no admite la religión de la polis, lógicamente tampoco hace plegarias a los dioses tradicionales, y así en 263-268 encontramos una plegaria al Aire. Igualmente, tampoco se jura por estos dioses (vv. 246-247) sino por otras realidades (vv. 627 y 815-816). En los versos 270-274 encontramos una bella invocación a las nubes, a las que se ofrecen un sacrificio y ritos sagrados. En el verso 620, se nos indica que los sofistas (Aristófanes está pensando en Sócrates) no hacen sacrificios, sino que emplean el tiempo de los sacrificios para discutir en los tribunales. En los versos 423-426, Estrepsíades se niega a hacer sacrificios a los dioses tradicionales.

Observemos finalmente que estas enseñanzas se transmiten fácilmente a sus discípulos, y así Estrepsíades (vv. 816-831) comunica a su hijo Fidípides que no cree en Zeus Olímpico, y en los versos 1241-1241 se burla del acreedor porque este jura por Zeus y por todos los dioses. En los versos 1461-1474, es Fidípides quien se ha convencido de las teorías de Sócrates, y las discute con su padre. Solo al final (vv. 1476-1477) Estrepsíades reconocerá que estaba equivocado al seguir a Sócrates y creer que el Torbellino etéreo era Zeus.

En definitiva, vemos en Aristófanes un Sócrates más acorde con la filosofía de la physis anterior, y con un ateísmo más o menos velado pero bastante manifiesto para quien quiera leer entre líneas.

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[1] Sourvinou-Inwoood, C., “Euripidean Tragedy and Religious Exploration”, en Tragedy and Athenian Religion, Lanham, 2003, pág. 291-411.

[2] Todas las referencias numéricas se refieren a versos de las Nubes.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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