- Ciencia
- 29 de enero de 2025
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Cómo los Estados asesinan las ciencias
Cómo los Estados asesinan las ciencias
Las armas, el poder y la religión actuales formaban ya parte de un mundo jerárquico hace mucho tiempo. El “Dios guarde la patria” quizá tenga más de 4.000 años de existencia. Por ejemplo, los dólmenes y montículos del Bronce tenían una función funeraria clara, las jerarquías sociales. En el caso de los menhires, no se ha encontrado todavía una interpretación serena. Cuando durante el año 2003 visité los poblados Toraja en Sulawesi, se me ocurrió una hipótesis al respecto. Esta etnia de Indonesia mantiene ciertas prácticas similares al Neolítico final y Bronce primigenio. Entre los Toraja existen líderes locales que organizan grandes banquetes en los funerales para ostentar su prestigio frente a los demás. En ellos se practica el sepulcro en cuevas y se elevan menhires en honor a estos líderes cuando expiran. El monolito representa el espíritu del muerto como pudo suceder también entre las culturas prehistóricas europeas. De hecho, el menhir se extendió también por el sur de Asia. Incluso la espiral, símbolo muy utilizado entre los megalitos prehistóricos, también aparece entre los Toraja como emblema de la reciprocidad entre los miembros del clan. Y cabe recordar que las poblaciones esteparias que llegaron al oeste de Europa también se extendieron hasta la India. En definitiva, la evolución de los imperios militares y sus intereses militares y prejuicios religiosos exterminaron la reciprocidad paleolítica, involucionaron nuestra evolución.
Convendremos en que desde las guerras militares prehistóricas hasta las masivas de hoy, han pasado unos 4.500 años. De hecho, y después de empezar la Revolución Industrial en el XVIII, el caldo de cultivo para las batallas prosperó. Los avances en tecnológica de este período comportaron por un lado el aumento de la producción mundial de alimentos, y por el otro una mejora en la higiene, la sanidad y el confort. Todo esto se tradujo en menos mortalidad, más natalidad y más longevidad. De forma inaudita, y por primera vez en la historia, pasamos de un crecimiento demográfico mantenido durante los 300.000 años de sapiens, a uno exponencial en menos de 300. Se calcula que durante esos 300.000 años habitaron el planeta el planeta unas decenas de millones de cosechadores y cazadores. Hoy en día hemos saltado a miles de millones en apenas unos pocos siglos. Esa invasión humana, esa plaga para el planeta, presiona por el dominio de recursos, fronteras y Estados. En cierto modo la horda que somos sigue promoviendo el ataque militar que iniciaron nuestros antepasados de hace más de 4.500 años. Las propagandas alarmistas en pro de la seguridad nacional siguen llevando a la guerra a este sapiens, que bajo su innata predisposición jerárquica, sigue a sus líderes hacia sus fechorías. Para no caer en esto sólo existe una solución, ser conscientes de nuestros prejuicios sobre la base de una ciencia no utilizada en pro de los intereses de algunos. De no ser así, perpetuaremos esta involución humana.
Cuando se analizan los 6 millones de años de evolución humana se ve cómo los prejuicios y los intereses han pesado más que la propia ciencia. Ésta siempre tuvo que basarse en los datos y la lógica, pero algunos paleontólogos influyentes predican que todo es interpretable y opinable buscando las subvenciones de los políticos. Si la mayoría social fuera así se pregonarían aún más tonterías, se votaría a nuevos Hitlers, y se quemarían obras de arte contrarias supuestamente a lo que uno cree, ¿o eso ya está pasando? Lo cierto es que sería mejor opinar objetivamente en base a datos reales y no bajo prejuicios, creencias o intereses. Si se opina con realidad puede que se llegue a un acuerdo objetivo con los demás, pero si se opina con creencias sólo se estará de acuerdo con los tuyos, los de tu religión o ideología.
La ciencia, con los hechos, persigue una aproximación a la verdad, mientras que las ideologías, con la fe, se declaran en posesión de ésta. Paradójicamente ciencia e ideologías dicen buscar lo mismo, el conocimiento, ¿cómo se entiende entonces que estén contrapuestas? Pues la respuesta es que aplican distintos métodos. La ciencia contrasta hechos mientras que los prejuicios e intereses ideológicos imponen una fe. Y es en el segundo caso, bajo las ideologías, donde muchos dirigentes, y sin conocimientos científicos, toman decisiones de acuerdo con fatuos charlatanes. En esto creen que todo el mundo puede opinar sin conocimientos menospreciando a la ciencia o manipulándola. Quizás tenían razón Los Luthiers al decir que «la verdad absoluta no existe aunque esto sea absolutamente cierto».
Albert Einstein dejó escrito que «la ciencia es un intento por hacer que la diversidad caótica de nuestra experiencia sensorial corresponda a un sistema de pensamiento lógico y uniforme», pero en ningún momento dijo que la ciencia estuviera en posesión de la verdad, sólo que buscaba acercarse. En evolución humana se procura lo mismo, un modelo lógico que sea el más cercano a la realidad de los hechos pasados, pero los intereses y prejuicios enmascaran el intento. Por eso, y a menudo, la ciencia persigue fantasmas para satisfacer los prejuicios e intereses ideológicos. Los casos de especies paleontológicas dudosas han sido un claro ejemplo de ello.
Pero el método científico no debería regirse ni por dogmas religiosos, ni por ideologías, ni por intereses, ni por la voz de la mayoría, sino por unos expertos que por formación, experiencia y conocimientos deberían saber decidir la mejor y humilde opción de entre la infinidad. Es decir, y como decía Galileo, «en cuestiones de ciencia la autoridad de mil no vale tanto como el libre razonamiento de sólo uno». De esta forma a nadie le diagnostican un cáncer bajo la votación de todos los habitantes del pueblo, sino bajo la atenta mirada de un médico especialista. Si democratizáramos la ciencia nunca se habrían fabricado móviles táctiles con la Física Quántica, GPS con la Relatividad o el pronóstico de erupciones volcánicas con la Tectónica de Placas.
Las Teorías Científicas mejoran nuestro universo con comodidades, seguridad y progreso humano, algo que no hacen las manipulaciones ideológicas, al contrario, éstas nos enfrentan en base a imaginaciones mitológicas, ficciones religiosas, o intereses políticos. Las guerras por Palestina, Ucrania o Yemen son ejemplos. La ciencia no se construye con opiniones vacuas, sino con razones reales. El psiquiatra Vilayanur Subramanian Ramachandran decía que, «casi todos los científicos son albañiles que colocan ladrillos, no arquitectos; se conforman con añadir otra piedra a la catedral». El problema es cuando alguien pone un ladrillo falso, es decir, una ideología o una especie paleontológica ambigua, que tergiversa la realidad y no la hace comprensible, sino confusa. Es entonces cuando una falsa ciencia edifica castillos en el aire bajo el uso interesado de los prejuicios. Esta falta de control resulta un desastre para el progreso humano puesto que no se avanza en la investigación, sino que se retrocede. La ciencia debe ser un tamiz que intente separar la verdad de la falsedad como la ética intenta serlo entre el bien y el mal. Desgraciadamente cuando una ideología rapta a la ciencia y la pone a su servicio, ésta pasa de ciencia a demencia.
Ejemplos de estas imposturas intelectuales las hemos sufrido con los árboles evolutivos, los personalismos científicos, el darwinismo social, el lysenkoismo soviético, la antroposofía de iluminados, los testimonios de Jehová, la cienciología, los creacionistas del diseño intelectual inteligente, y finalmente en algunas webs del Islam que niegan la evolución. Todos ellos siempre dicen lo mismo, cree en mí y el resto son sirenas que desean confundirte. Pero, además, estos prejuicios e intereses ideológicos siempre se apoyan buscando lo que la ciencia todavía no sabe, es decir, señalando sus agujeros. Newton, si es que no lo plagió, ya dijo que «lo que sabemos es como una gota de agua, lo que ignoramos es como un océano», pero no por eso dejó de investigar y llenar agujeros. Por eso Huxley, ya finales del XIX, declaró ante la iglesia: «confío en que al final de los tiempos la verdadera ciencia aliviará a los hombres de cargar con la falsa ciencia impuesta por la religión».
Todo lo anterior hace evidente que los prejuicios e intereses ideológicos finalmente no se convierten en muy inteligentes, ya que fundamentan sus presunciones en el emmental científico, es decir, en sus agujeros. Y resulta elemental que no nos las den con queso. La ciencia debería acercarse objetivamente a la realidad, en cambio los prejuicios e intereses ideológicos imponen subjetivamente cómo creen que ésta debe ser. Galileo dijo que «La Biblia muestra la forma de ir al cielo, no la forma en que van los cielos». Y mucho antes los griegos discutieron ya los dogmas en sus druidas. Por eso Ulises buscó la verdad y no los fatuos cantos de unos seres mitológicos. Él fue fruto de lo que ocurrió el siglo VII a. C. En tal época los griegos cambiaron cualitativamente el modelo de razonamiento humano abandonando las creencias y mitos para observar la realidad bajo la lógica, el llamado paso del mito al logos. Este paso al conocimiento y la ciencia era para evitar las interpretaciones impuestas por los dogmas. Por eso Ulises se hizo atar al palo de su barco, para no ser seducido por los cantos de las creencias.
Como vemos, la mitología griega esconde más metáforas de las que uno pensaba. Ellos, los pensadores griegos, vieron que los prejuicios e intereses ideológicos se anclaban como obstáculo totalitario al real desarrollo del saber. Sócrates, en cierto modo, murió por eso, como también Bruno fue condenado por la Inquisición en 1600. Él fue quien ante la hoguera les dijo: «Será mayor su temor al pronunciar la sentencia de muerte que yo al sufrirla». Y es que en ese incipiente siglo XVII la Revolución Científica ya utilizaba la lógica o las matemáticas para describir con objetividad la realidad. El XVIII trajo la Ilustración donde todo el saber anterior debía llegar a una mayoría de humanos.
Y ya en pleno siglo XX Gould dijo que «los conflictos se generan, no porque la ciencia y la religión rivalicen intrínsecamente, sino cuando un dominio intenta usurpar el espacio propio del otro». Gould, fallecido en mayo de 2002, nos legó muchas máximas más para evitar nuestros prejuicios e intereses ideológicos.
Fuente: educational EVIDENCE
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