“A la historiografía española le pasa lo mismo que a la universidad”

“A la historiografía española le pasa lo mismo que a la universidad”

Entrevista a Francisco Fuster, especialista en Camba, Baroja, Azorín y Gaziel

“A la historiografía española le pasa lo mismo que a la universidad”

Hay un recurrente conflicto generacional

 

Francisco Fuster / Foto: cortesía del autor

Licencia Creative Commons

 

Andreu Navarra

 

Francisco Fuster García (1984) es Profesor Titular de Historia Contemporánea en la Universitat de València. Este reputado especialista en las letras españolas de la Edad de Plata acaba de preparar una edición de las Pláticas literarias de Gaziel, el gran periodista catalán que desarrolló la parte más importante de su obra en el periódico La Vanguardia entre 1914 y 1936, y que ha publicado la Fundación Banco Santander. En este libro encontramos ensayos sobre escritores europeos clásicos y contemporáneos (Marcel Proust, Luigi Pirandello, Paul Valery o Chesterton), junto con reflexiones sobre clásicos catalanes y españoles. Fuster viene de publicar obras imprescindibles como Julio Camba. Una lección de periodismo (2022), Baroja y España (2022), Introducción a la Historia (2020), Baroja en París: Guerra Civil y exilio (2019) o Aire de familia. Historia íntima de los Baroja (2018).

 

Agustí Calvet, Gaziel / Wikimedia

¿Quién fue Agustí Calvet, Gaziel? O, mejor dicho, ¿qué fue? ¿Has conseguido averiguarlo? ¿Alguien lo sabe?

Sí, se sabe más o menos bien. Agustí Calvet (1887-1964) fue el segundo hijo de una familia burguesa de Sant Feliu de Guíxols (Girona), que se instaló en Barcelona a finales del siglo XIX. Estudió Filosofía y Letras y quiso ser catedrático en la universidad. En 1914 viajó a París, para prepararse unas oposiciones, pero, al estallar la Primera Guerra Mundial, tuvo que volver Barcelona. Cuando lo hizo, La Vanguardia publicó, en forma de artículos, unos apuntes que había tomado en la capital francesa, durante las primeras semanas de la guerra. Aquella serie de crónicas, titulada Diario de un estudiante en París, tuvo un éxito enorme e hizo que “Gaziel” (seudónimo que había adoptado poco antes, para firmar sus artículos en prensa), se convirtiese primero en corresponsal de guerra y luego en periodista, llegando a ser codirector y director único de La Vanguardia, hasta el inicio de la Guerra Civil, cuando tuvo que exiliarse. En 1940 regresa a España, se instala en Madrid y, a partir de los años cincuenta, escribe una obra literaria, en catalán, que incluye un dietario, un par de libros de memorias y varios libros de viaje. 

¿Estás de acuerdo con esta frase de Gaziel, que escribió a propósito de Anatole France: “Cuando la inteligencia humana llega a tal grado de escepticismo, es decir, de capacidad para el examen crítico, es como un viento agostador de ilusiones” (pág.79)? ¿No estaría pensando en sí mismo?

Casi siempre que escribía, pensaba en sí mismo… Gaziel se veía a sí mismo como un intelectual, au-dessus de la mêlée. Era un hombre muy bien formado que, además de haber pasado por la universidad, había trabajado en el Institut d’Estudis Catalans y había leído mucho por su cuenta. Era un liberal burgués afrancesado, con un nivel cultural muy por encima de la media. Y era escéptico porque, a pesar de su profundo humanismo, acontecimientos como la Primera Guerra Mundial, que le impactó mucho, o la propia Guerra Civil española, le generaron una enorme desconfianza en el género humano. Era, como Stefan Zweig, un hombre que pertenecía a ese “mundo de ayer” que acabó en 1914. Como buen europeo y europeísta que era, el período de entreguerras y el ascenso de los totalitarismos le hicieron desconfiar de las masas y de su participación en la política. Tenía una visión elitista de la sociedad que, de alguna manera, lo emparenta con Ortega y Gasset.

¿Con cuál de las piezas de Gaziel de las que forman parte de Pláticas literarias te quedarías con mayor predilección, y por qué?

Me gusta mucho la primera, y eso que no es una crítica literaria, en el sentido estricto. Cuando se estrena El rey Lear en el Teatro Romea de Barcelona, Gaziel asiste a ese estreno y escribe una crónica que es un ejercicio brillante de microsociología, en el que analiza el contraste en la elevación espiritual que le provoca el drama shakespeariano y el provincianismo de la pequeña burguesía barcelonesa que ocupa las butacas del teatro. Luego hay críticas muy buenas en las que pone en práctica la técnica orsiana de ir “de la anécdota a la categoría”.

“Su especialidad diría que era esa: tomar la aparición de cualquier libro como excusa para hablar no solamente de ese título, sino de la obra, en conjunto, de su autor”

Su especialidad diría que era esa: tomar la aparición de cualquier libro como excusa para hablar no solamente de ese título, sino de la obra, en conjunto, de su autor. Eso hace que un volumen como Pláticas literarias se pueda leer no como una antología de reseñas de libros, sino como un verdadero curso de literatura, con algunas lecciones magistrales sobre literatura catalana, hispánica o universal.

Gaziel ha vivido un auténtico proceso de recuperación y restauración en los últimos años, de un modo parecido a Manuel Chaves Nogales. ¿Cómo llegaste a la conclusión que debías editar su crítica literaria?

A Gaziel se le ha recuperado en los últimos años, pero todavía está muy lejos de alcanzar el lugar que Chaves Nogales ocupa ahora mismo, en el canon y en los escaparates de las librerías. De Chaves se han publicado muchos títulos e incluso se ha editado su Obra Completa, en varios volúmenes. De la obra gazieliana se han hecho ediciones y reediciones aisladas, pero ninguna editorial ha apostado, realmente, por él. Prueba de ello es que hay muchos libros suyos que hace muchos años que no se reeditan. Por no hablar de otros que nunca se han traducido al castellano, por lo que son prácticamente desconocidos para el lector de fuera de Cataluña. El motivo por el que me decidí a editar su crítica literaria es doble: primero, porque era una parte de su obra que permanecía inédita en formato libro y que nadie se había animado a compilar; el segundo es que pensé que esta antología podía ser una magnífica puerta de entrada para que muchos lectores se acercasen a él, por primera vez. Gaziel tiene obras más conocidas, pero, o solo se pueden leer en catalán, o están descatalogadas y son de difícil acceso. Son obras más exigentes con el lector, que yo dejaría para más adelante. Si quieres ganarte a un lector no le puedes asustar, de entrada; le tienes que dar al autor en pequeñas dosis, para que lo vaya probando. Si le gusta, el propio lector será quien haga por encontrar el resto de la obra.

“Gaziel tiene obras más conocidas, pero, o solo se pueden leer en catalán, o están descatalogadas y son de difícil acceso. Son obras más exigentes con el lector, que yo dejaría para más adelante”

¿Por qué un historiador como tú se dedica a las letras de la Edad de Plata española? ¿Eres un chartieriano radical?

Jajaja… No diría tanto. Chartier, en realidad, hace otra cosa, porque no estudia solo el contenido de los textos (que también), sino el contexto de su producción, difusión y lectura. Estudia la materialidad y la formas, que es algo que, a mí, también me interesa, aunque no tanto como él. Me dedico a la Edad de Plata porque soy contemporaneísta y porque me interesa la historia de la cultura (no solo la literatura). Si fuese medievalista o modernista, supongo que estudiaría el Siglo de Oro, pero me atrae más el siglo XX y, dentro de este ámbito cronológico, el período cultural más destacado es, sin duda, el primer tercio del siglo. Creo que es un momento en el que, en contraste con el nivel de atraso del que adolecía España, aflora una cultura extraordinaria fruto del esfuerzo que hicieron hombre y mujeres que, con recursos infinitamente inferiores a los que tenemos hoy, fueron capaces de reincorporar al país en el ámbito internacional. En una entrevista que le hicieron en 1998, con motivo del centenario, a Cela le preguntaron qué lección podíamos aprender de los hombres del 98: “Que trabajaron mucho”, dijo tajante. Yo no lo habría resumido mejor.

Pio Baroja / Wikimedia

¿Qué es Pío Baroja para ti?

A Baroja lo descubrí cuando buscaba tema para mi tesis doctoral, de forma que mi llegada a él fue un poco fortuita. No estaba predestinado, como ahora podría parecer. Yo sabía que quería trabajar un período, con un enfoque que tenía más o menos claro, pero no sabía que autor español o que obra me podría servir como punto de partida. La lectura de El árbol de la ciencia me hizo elegir esa novela como tema para mi tesis doctoral. El resto vino después… Para escribir la tesis tuve que leer mucho a Baroja y ahí descubrí a un escritor de razón de raza, cuya forma de ser y de pensar me resulta atractiva, no porque se parezca a la mía, sino porque fue un escritor heterodoxo al que le gustaba vivir un poco a contrapelo. Después de casi quince años conviviendo con él, ya se ha convertido en parte de mi vida, para bien y para mal. Cuando me canso, lo dejo un poco de lado y me dedico a leer o a escribir sobre otros autores, pero sin perderle nunca de vista. Para los barojianos, como decía Azorín, Baroja es un “lugar seguro”: es un autor al que acudimos en busca de refugio, cuando queremos estar a solas y evadirnos de la realidad. Le queremos, decía Julio Camba, “no a pesar de sus defectos, sino por sus defectos”.

“Para los barojianos, como decía Azorín, Baroja es un «lugar seguro»: es un autor al que acudimos en busca de refugio, cuando queremos estar a solas y evadirnos de la realidad”

¿Por qué dices en alguna charla que “el investigador no puede escribir ensayo”?

En realidad, no decía eso. Lo que dije en aquella charla (justo acaba de publicarse el texto de esa ponencia, en un libro titulado Pensar l’assaig en el segle XXI, editado por Publicacions de la Universitat de València) es que los investigadores o profesores que formamos parte de la Academia, casi nunca escribimos ensayo. Primero, porque no sabemos. Hoy mismo me decía un catedrático de Filología Catalana que los libros que se premian como “ensayo”, en muchas convocatorias de premios, son monografías académicas y no ensayos, en el sentido estricto. Eso ya lo dije yo en mi charla. Habría que definir, en primer lugar, lo que es un ensayo. En segundo lugar, lo que podríamos llamar la red burocrática de la universidad, el sistema de valoración de los méritos y de promoción del profesorado, no está pensado para que un investigador escriba un ensayo; al contrario, ¡se penaliza! El sistema está pensado para la fabricación en masa de papers absurdos (literatura “científica”) que nadie lee. Ante esa realidad, los investigadores prefieren dedicar su tiempo a escribir artículos de revistas científicas, que saben que les sirven para el CV. Escribir un buen ensayo exige un proceso de maduración del pensamiento que es contraproducente, desde el punto de vista de académico. Por eso el título de mi charla era “Publicar o pensar”: porque todo el tiempo que los investigadores dedican a publicar y publicar esa ingente cantidad de bibliografía que genera la universidad española, es tiempo que no dedicamos a pensar, reflexionar y poner por escrito nuestras conclusiones, en forma de un ensayo abierto (sin citas, ni notas a pie de página) que sea lo suficientemente original y provocador, como para generar un debate público.

¿Por qué hemos de seguir leyendo a Azorín?

Hace unos años publique una “tercera” en el diario ABC en la que pedía a los lectores que “volviesen” a Azorín. En ese mismo texto decía que a los azorinianos no nos gusta hacer proselitismo, quizá porque vemos que es una causa perdida. La respuesta fácil sería decir que hemos de leerle, porque es muy bueno, pero eso no funciona. Si yo tuviese que convencer a un lector joven de que se acercase a su obra, le diría que, frente a la literatura que se publica hoy, ahí tiene a un autor con el que va a aprender a escribir. En el prólogo a la biografía que le he dedicado explico –citando a Benjamín Jarnés– que Azorín es de los pocos autores de la historia de la literatura española que constituyen un género en sí mismo.

“Azorín es de los pocos autores de la historia de la literatura española que constituyen un género en sí mismo”

Quienes leemos a Azorín no lo hacemos porque escriba novela, teatro o ensayo. Le leemos, sencillamente, porque es Azorín. Supongo que lo que nos gusta, además de su dominio del lenguaje, es su forma de mirar el mundo. Como nos pasa con Baroja a los barojianos, Azorín a los azorinianos no nos sorprende: vamos a él sabiendo que no nos decepcionará, lo cual ya es mucho decir, cuando uno abre las páginas de un libro.

Le has dedicado mucho tiempo a Julio Camba. ¿Por qué crees que es una figura importante? ¿Cómo fuiste desarrollando tu biografía sobre Camba y las reediciones de artículos suyos?

A Camba le he dedicado más de diez años, efectivamente. Creo que es importante porque es diferente al resto. Dentro de la que, para muchos, es la mejor generación de periodistas españoles de la historia (ahí estarían Chaves Nogales y Gaziel), Camba ocupa un lugar propio porque, como corresponsal de prensa en el extranjero, fue el mejor de todo el siglo XX, con mucha diferencia. Fue un hombre valiente, que se lo jugó todo a una carta y ganó. Su estilo es radicalmente original y lo fue puliendo hasta dominarlo con una maestría que roza el virtuosismo. Cuando alguien es muy bueno en lo que hace, aunque solo haga eso, hay que reconocérselo. Sobre todo, cuando es algo que otros muchos han intentado, antes y después, sin haber tenido ni la mitad de aciertos. Mi biografía la escribí porque quería cerrar un ciclo. Había preparado muchas ediciones de su obra y tenía un conocimiento de ella que me permitía lanzarme a dar ese paso. Fui mi primera biografía y, visto el resultado, no lo hice mal del todo, porque obtuvo un premio de prestigio y porque la crítica ha valorado mi trabajo.

“Camba ocupa un lugar propio porque, como corresponsal de prensa en el extranjero, fue el mejor de todo el siglo XX, con mucha diferencia”

¿Qué le recomendarías a un historiador joven, que esté empezando? Quiero decir aún más joven que tú…

Le recomendaría lo mismo que recomiendo a mis estudiantes: que sepan que las clases que reciben en la universidad son una condición necesaria, pero no suficiente… En el prólogo a mi libro Introducción a la Historia (Cátedra, 2020) digo que en la universidad se enseña Historia (una versión de la Historia), pero no se enseña a ser historiador. A ser historiador, a aprender ese “oficio” de artesano, como lo llamaba Marc Bloch, solo se aprende estando en contacto con otros historiadores que ya lo dominen. En ese sentido, recomiendo a mis estudiantes de Máster, que ya son graduados, que, si de verdad quieren llamarse a si mismos “historiadores”, lean libros, vayan a conferencias (o las vean en Youtube), visiten archivos y aprendan el método de trabajo de aquellos historiadores a quienes se quieran parecer. Me da la sensación de que muchos jóvenes que empiezan la carrera de Historia quieren ser profesores de Historia, pero no quieren ser “historiadores”, que es algo muy distinto. Y luego, muchos salen con el título y son graduados, pero nunca llegan a ser “historiadores”. Para mí, un historiador es alguien que, como decía Lucien Febvre, piensa y vive como un historiador, las veinticuatro horas del día, porque lo suyo no es solo una profesión con la que ganarse la vida, sino una pasión, que hace que lo personal y lo intelectual resulten indistinguibles.

“Para mí, un historiador es alguien que, como decía Lucien Febvre, piensa y vive como un historiador, las veinticuatro horas del día”

¿Consideras que alguien es tu maestro? ¿Quién o quiénes te ayudaron cuando empezabas a investigar?

Siempre he sido un poco rebelde y he ido por libre, pero, si tengo que citar a alguien, citaría, en primer lugar, a mis dos directores de tesis: Justo Serna y Anaclet Pons. Cuando acabé la Licenciatura en Historia tenía un expediente muy bueno (me dieron tres becas predoctorales) y hubiese podido elegir, como director, a algún catedrático de mi Departamento. Les elegí a ellos por lo acabo de responder en la pregunta anterior: me gustaba su forma de entender la profesión de historiador. Sentía que su enfoque de la Historia (la historia cultural, en este caso) era el que más se acercaba a lo que yo pretendía hacer. Había una comunión de intereses que, con el tiempo y los años de convivencia, se ha convirtió en afinidad personal y, finalmente, en amistad incondicional. Luego tomé mi propio camino y he desarrollado una obra que no siempre sigue las que han sido sus líneas de investigación, pero el sustrato de todo lo que aprendí con ellos, sí que permanece intacto, entre otras cosas porque seguimos en permanente contacto. Ha habido profesores de otras universidades y disciplinas cuya obra he leído con mucho interés y cuya praxis también me ha influido mucho. Desde José-Carlos Mainer, que presidió el tribunal de mi tesis doctoral, hasta su discípulo, Jordi Gracia, que, no por casualidad, también formó parte de ese tribunal. Filólogos como Pura Fernández o Xavier Pla, con quienes he trabajado codo con codo, durante muchos años; e incluso profesores de otras áreas a los que he escuchado –y sigo escuchando– como se escucha a un maestro: Francisco Gimeno y Antoni Furió, que son compañeros míos de facultad, a quienes respeto y admiro.

¿Qué autores actuales lees?

A muy pocos, la verdad. Primero, porque hace mucho tiempo que no leo novelas. Me ha pasado como a Josep Pla, que a partir de los treinta y cinco dejó de hacerlo, porque consideraba que, después de esa edad, quienes lo hacen son unos cretinos… Yo no opino eso, pero sí prefiero el ensayo y, últimamente, la biografía. Los ensayos (incluyo aquí los dietarios y libros de aforismos) me enseñan a pensar y a sintetizar mis pensamientos; de las biografías aprendo lo que me gusta y lo que no, para luego aplicarlo en las mías. Siendo honesto, debo decir que el 90% de lo que leo son autores considerados “clásicos”, aunque, para mí, muchos de ellos son más “actuales”, que los actuales… En este sentido, me parece muy acertado lo que decía Antonio Machado en su Juan de Mairena: “en política, como en arte, los novedosos apedrean a los originales”.

“Me parece muy acertado lo que decía Antonio Machado en su Juan de Mairena: «en política, como en arte, los novedosos apedrean a los originales»”

¿Cómo ves nuestra historiografía actual? ¿La ves fuerte o más bien anémica? ¿Cómo la dinamizarías?

La veo con la misma distancia con la que imagino que ella me ve a mí, si es que me mira… La conozco, porque es mi trabajo (dirijo una colección de biografía en la editorial Sílex e intento estar al día de todo lo que se publica), pero no la practico, en el sentido de que no me afecta en nada lo que está o deja de estar de moda. A la historiografía española le pasa lo mismo que a la universidad y, supongo, a la sociedad, en general. Hay un recurrente conflicto generacional. La generación de historiadores españoles es que ahora tiene entre 55 y 70 es la que domina el panorama, a veces, diríamos, por derecho propio y otras veces sin él, valiéndose de los derechos adquiridos. Dentro de los que ahora tenemos entre 35 y 50, detecto dos corrientes, por simplificar: gente valiente que intenta salirse de las pautas marcadas, con obras originales y ambiciosas, cuya recepción suele ser muy buena, porque es algo muy poco habitual en nuestro gremio; y gente que, por el contrario, sigue muy pendiente de lo que hacen o dicen los más mayores, por ese miedo tan extendido en la Academia a significarte y que eso “te pase factura”. El resultado es que, por cada libro potente y rompedor, de esos que cuestionan lo establecido y abren nuevos caminos, se publican nueve monografías que, tendrán todo el mérito que merecen, como investigaciones empíricas, pero a mí, personalmente, no me sugieren nada. No pongo ejemplos, por no herir sensibilidades… Para dinamizarla se me ocurre que los historiadores “jóvenes” de esa nueva generación deberíamos de cambiar nuestra forma de pensar, creando espacios de diálogo no intergeneracionales, que ya existen muchos, sino intrageneracionales: que nos fiemos más unos de otros y no confiemos siempre en los mismos, dicho en otras palabras. Mientras el criterio para juzgar si una aportación historiográfica es –o no– relevante, sea el cuantitativo (la edad, la cátedra, el número de sexenios de investigación, las tesis dirigidas, etc.) y no el cualitativo, veo difícil que esto cambie.

¿Para cuándo tu biografía de Azorín?

Salvo imprevisto, para principios de 2025… Intentaré que la espera merezca la pena.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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