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  • 10 de octubre de 2025
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¿Universidad amenazada, educación descuidada?

¿Universidad amenazada, educación descuidada?

Foto: Walter Frehner en Pixabay

Una reflexión a pie de aula sobre el reciente editorial de la revista Nature, en un especial sobre el futuro de la universidad

 

 

Licencia Creative Commons

 

Antoni Hernández-Fernández

 

Portada de la revista Nature

Corren tiempos extraños y difíciles para la Universidad en todo el mundo. A las presiones políticas, y de los poderes fácticos, cabe añadir cierto desprestigio social que va calando en la sociedad, permeando a través de las redes sociales y de otros medios de comunicación tradicionales, cada vez más polarizados y politizados.

Por eso, es de agradecer que desde las tribunas científicas de la academia se alcen voces contundentes que animen a la reflexión y, sobre todo, a la acción. En un reciente editorial de Nature, en un interesante número especial dedicado al futuro de la universidad, de título tan categórico como esperanzador —“Universities are — and must continue to be — a force for good”—, esta prestigiosa revista científica recuerda que las universidades, acosadas por recortes presupuestarios, por injerencias políticas, por la sombra inquietante de la inteligencia artificial y por tensiones sobre la libertad académica y de cátedra, no pueden ceder al desaliento social. Deben resistir y persistir. Quizá, leo entre líneas, se están refiriendo sobre todo a Estados Unidos. Aunque lo que nos sugieren nos suena.

El editorial de Nature, afortunadamente, llama a las universidades a abrirse a ideas frescas, a abandonar inercias, a atreverse con estructuras nuevas. Más que una advertencia, es un himno: pese a la tormenta, pese al desgaste, las instituciones de educación superior aún tienen la capacidad —y también la obligación— de ser una fuerza social para el bien común.  Y lo que Nature reclama a las universidades puede inspirar también a las escuelas que forman a nuestros jóvenes, futuros ciudadanos, investigadores, científicos, ingenieros, pensadores, artistas. Porque la universidad solo se sostiene si antes, en la educación obligatoria, se han fomentado la curiosidad, la motivación, el interés y, sobre todo, los sueños de los estudiantes.

Nature sitúa a la universidad en el centro del relato, como si fuese origen y destino de la transformación social. Sin menoscabo del rol crucial de la Universidad, donde el saber y el conocimiento deberían elevarse a la máxima expresión humana, no debe olvidarse que la universidad es solo un punto culminante más en un trayecto mucho más amplio. Porque, perdónenme, en la educación hay otros puntos culminantes posibles, como la formación profesional.

La etapa preuniversitaria, la educación obligatoria, no es una antesala pasiva, sino un espacio decisivo donde se fraguan hábitos de pensamiento, disposiciones éticas y vocaciones futuras. La universidad llega demasiado tarde sin una secundaria que despierte curiosidad, que haga volar la imaginación (y que permita a los estudiantes imaginarse en su futuro), que forme en el pensamiento crítico y la creatividad, y que, por supuesto, enseñe a habitar la complejidad del mundo, y a socializar en paz.

Se defiende con pasión la necesidad de preservar y renovar a la institución universitaria, algo imprescindible. Pero Nature descuida reconocer que su vitalidad depende de lo que ocurre antes: de escuelas capaces de sembrar las semillas que luego la universidad cosechará. Esa omisión rezuma una perspectiva elitista, que engrandece un determinado final del camino formativo, sin detenerse en la importancia del trayecto que lo hace posible, ni considerar a los que se quedaron atrás o a los que escogieron otros recorridos personales y existenciales.

Así, inspirándome en los ideales de Wolff (2017) y en este editorial de Nature, me permito aquí extrapolar algunas de sus sugerencias a la educación preuniversitaria, poniendo énfasis en la relevancia del conocimiento y la evidencia científica, algo que por cierto debería hacer Nature al sugerir mejoras educativas:

  • Innovación educativa con fundamento: La enseñanza preuniversitaria debe abrirse a nuevas metodologías, pero siempre guiadas por la evidencia científica y no por modas pasajeras, o intereses empresariales.
  • Conexión con la sociedad desde el saber: Vincular la escuela con su entorno tiene sentido si se hace desde proyectos educativos que transmitan conocimiento riguroso y evaluable, donde los alumnos aprendan, y que no conviertan los centros educativos en meras sedes de eventos sociales periódicos.
  • Recursos para el conocimiento: La innovación preuniversitaria exige inversión en bibliotecas, tecnologías y formación del profesorado basada en investigación educativa sólida. El rol de las revistas científicas es crucial en la determinación de qué investigaciones son realmente de calidad.
  • Fomentar la alfabetización científica, tecnológica y ética: La enseñanza preuniversitaria debe cultivar en especial el pensamiento crítico y la alfabetización científica y tecnológica, como cimientos de una ciudadanía responsable. La ética no debe soslayarse o plantearse como algo secundario en estas etapas educativas.
  • El reto de una evaluación más allá de los números: Si la educación implica tres niveles (enseñanza, aprendizaje y evaluación), medir implica valorar los conocimientos, procesos y competencias, en todas las dimensiones, siguiendo estándares respaldados por la investigación (Mayer, 2023), y no solo resultados cuantitativos. Evaluar no es solo calificar.

El editorial de Nature proyecta una visión inspiradora de la universidad como motor del bien común. Descubrimos que los mismos retos —innovación, autonomía, conexión con la sociedad, financiación, formación crítica y liberación de las métricas— atraviesan todos los niveles educativos. Si queremos que las universidades sigan siendo una fuerza para el bien, primero debemos garantizar que las escuelas también lo sean: espacios donde se aprende, no solo donde se gradúa a estudiantes; espacios donde no solo se fomenta la cultura del título y del aprobar, sino donde se incentiva el pensar, el cuestionar, el crear y el transformar.

Las universidades deben seguir siendo faros en este mundo convulso, espacios de conocimiento libre y de diálogo, territorios de innovación que respondan no solo a la lógica de la ciencia, al acervo de conocimiento enciclopédico, o a los sueños tecnológicos, sino, sobre todo, a las necesidades sociales y también, por qué no, a promover la utilidad de lo inútil. Dejemos que sean también un resquicio humanista, una grieta utópica para las personas asediadas en su cotidianidad, un refugio en la tempestad, un canto a la libertad.


Referencias:

Nature editorial board (2025). Universities are — and must continue to be — a force for good. Nature 645, 821 (2025), doi: https://doi.org/10.1038/d41586-025-03065-w

Mayer, R. (2023). Aplicando la ciencia del aprendizaje. Graó.

Wolff, R. (2017).The ideal of the university. Routledge.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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