- Opinión
- 8 de abril de 2025
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Eco o el arte de formar informando

Eco o el arte de formar informando

Albert Pérez Bea
«En el futuro, la educación tendrá como objetivo aprender el arte del filtro. Ya no hace falta enseñar dónde se encuentra Katmandú o quién fue el primer rey de Francia, porque esta información se puede encontrar en todas partes. En cambio, habría que pedir a los estudiantes que analicen quince lugares para determinar cuál es para ellos el más fiable. Habría que enseñarles la técnica de la comparación”, dijo Umberto Eco en una de sus últimas entrevistas. Se equivoca quien piensa que el semiólogo nos ha dejado. El profesor está vivo, todavía está con nosotros. Profético y provocador a la vez, fue, ante todo, un docente de docentes. No sólo vive en los textos que escribió, sino que vive en las decenas de miles de sus antiguos estudiantes, que tuvieron la suerte de agolparse en las aulas donde daba clase, a menudo en el suelo, en las escaleras… Umberto Eco, siendo uno de los 10 autores más influyentes de la segunda mitad del siglo XX, dio clase de las de antes desde un punto de vista absolutamente provocador, contra quienes apostaban por una simplificación de la docencia y un desembarco acrítico de las tecnologías en el aula. Y lo razonaba haciendo referencia a los clásicos.
Eco dice que un clásico sería lo que nos hacían leer obligatoriamente en la escuela y el instituto, de forma que «cuando oímos hablar de un clásico, nos ponemos a la defensiva… en cambio, también se podría decir que si atendemos al canon de Bloom, un clásico es un libro que ha sobrevivido», sostenía. Defendía que el ejercicio de la memoria a través de los clásicos en el aula y haciendo “deberes”, palabra también odiosa, servía para vivir más años. El semiólogo fue uno de los padres de la teoría de “la biblioteca universal”, que, inalcanzable, permitía democratizar el saber de forma que todo el mundo podía acceder a nuevas esferas del pensamiento.
Para el sabio piamontés, el estudiante tenía siempre parte de razón cuando le contradecía después de haberse informado por su cuenta «porque, ante todo, un docente, además de informar, debe formar. Lo que hace que una clase sea una buena clase no es que se transmitan datos y más datos, sino que se establezca un diálogo constante, una confrontación de opiniones, una discusión sobre lo que se aprende en la escuela y lo que viene de fuera».
Umberto Eco no rehuyó la apoteosis de Internet y los medios digitales. Es necesario releer sus Apocalípticos e integrados, un libro publicado en 1964, que recogía escritos a partir de los años cincuenta y que todavía hoy es actual. En 1964, la oposición entre apocalípticos e integrados hacía referencia a la forma en que los intelectuales de la época veían no sólo los medios de comunicación de masas (sobre todo la televisión), sino toda la cultura de masas: desde los cómics hasta la narrativa popular, desde la prensa rosa sobre personajes del espectáculo hasta la música. ¿Cómo puede ayudarnos aquel libro del año 1964 a comprender la posición de Eco sobre Internet y los medios digitales cincuenta años después?
En síntesis, los apocalípticos, por un lado, sostenían que los medios de comunicación de masas, al dirigirse a un público amplio y heterogéneo, se veían obligados a homogeneizar y allanar sus productos, perdiendo originalidad, ofreciendo una visión conformista de la sociedad, la política, el consumo, la vida misma, y fomentando actitudes. Los integrados, por su parte, defendían que los mass media ponían a disposición de un público muy amplio (impensable antes de la televisión) información que antes sólo era accesible para una élite. Por eso, veían la cultura de masas como algo, en cualquier caso, positivo, incluso en sus aspectos más uniformizadores, porque era capaz de introducir nuevos lenguajes y estilos, nuevas visiones. Y cuando Internet llegó, Umberto Eco se convirtió en un apasionado, crítico y constructivo. Eco nunca era acrítico pero tampoco un fundamentalista de nada, por tanto ni a favor ni en contra, sino todo lo contrario.
A la pregunta de los apocalípticos “¿dónde iremos a parar?”, Eco respondía que continuáramos por donde estábamos, que el papiro permitió sacar de los templos el saber, que los copistas medievales lo conservaron y difundieron y que la imprenta permitió la Ilustración. Internet no sería distinto a estos inventos anteriores. Lo importante es el contenido, no el continente, repetía. La relación de Eco con casi todo fue siempre ambivalente porque era un digno especialista de la escolástica discursiva. Tanto en el ámbito académico (desde 1964 el libro ha sido reeditado y traducido muchas veces en todo el mundo) como en los propios medios de comunicación de masas, donde con el tiempo la oposición entre apocalípticos e integrados se ha consolidado hasta el punto de convertirse en un eslogan que muchos utilizan de forma acrítica, incluso sin conocer su origen ni haber leído nunca el l ibro. «Con 6 mil millones de habitantes en el planeta, no se puede pretender que haya 6 mil millones de intelectuales. Debemos ser algo aristócratas desde este punto de vista». Sólo añadir que en 20 años desde que dijo estas palabras hemos superado ya los 8 mil millones…
«El gran problema de la escuela de hoy –explicó Eco– es cómo enseñar a filtrar la información de internet. Es algo que ningún profesor hace, porque son neófitos respecto a ese instrumento. Este problema es un drama de nuestro tiempo. Tengo una propuesta en este sentido, y es que los periódicos dediquen dos páginas al análisis y la crítica de los sitios web. Si el enemigo de la prensa son las redes, en lugar de hacer el diario copiando o imitando lo que se hace en internet, los periodistas deberían plantear una crítica de internet, señalando qué es falso y qué no. Mi otra propuesta es que el maestro, con valentía, diga a sus alumnos: ‘Este es el tema que deben desarrollar. Siéntase libres de copiar de internet –la copia puede ser una virtud–, pero utilicen al menos diez sitios’. De esta forma, los estudiantes se verán obligados a comparar estas diez webs, encontrando contradicciones y planteándose el problema con sentido crítico ¿Por qué un profesor no puede desempeñar este papel?». Y «se non è vero è ben trovato», pero si lo dijo Eco, algún motivo tendría después de las decenas de miles de horas de clases conferencias, charlas o entrevistas concedidas cuando remachó “que el motivo final de la enseñanza es enseñar a pensar, no enseñar qué pensar”.
Fuente: educational EVIDENCE
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