• Opinión
  • 11 de noviembre de 2024
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Ridiculizar la ignorancia

Ridiculizar la ignorancia

LA GRAN ESTAFA. Sección de opinión a cargo de David Cerdá

Ridiculizar la ignorancia

“No existe la ignorancia en abstracto: existen los ignorantes. Algunos de ellos son referentes estrella de nuestros jóvenes”. Foto: ooceey. / Pixabay

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David Cerdá

 

Por un pudor que hay que entender en sí mismo ignorante, no se está dedicando en los centros de secundaria el esfuerzo necesario para ridiculizar a los ignorantes influencers de los que muchos adolescentes se nutren. Es función indelegable de la enseñanza mostrar a los más jóvenes, con criterios dialécticos y no ideológicos, a qué huele la basura.

No sé si es un malentendido afán de pluralidad, por desconocimiento o por esa insana tendencia de la escuela de hoy de querer «adaptarse» demasiado bien a los tiempos, pero lo cierto es que no estamos cuidando la dieta intelectual de los menores. Al tiempo que les quitamos los libros de las manos, para que no se les hagan bola («ya aprenderán a apreciarlos de mayores», dicen otros ignorantes), evitamos meternos en un berenjenal muy necesario: valorar críticamente esos sitios a los que van por no estar leyendo lo bueno, sus intagrammers, youtubers y tiktokers.

No es buena cosa denostar estos nuevos canales en su conjunto. En primer lugar porque, aunque cuesta encontrarlas, hay algunas perlas divulgativas (profundidad no hay porque no se puede); en segundo lugar porque no tienen nada de malo, salvo en la proporción que ocupen de su tiempo; y finalmente porque arremeter in toto contra lo que, aunque nos pese, es su natural medio, solo consigue que por reacción no nos escuchen. Pero lo que sí es obligación de los institutos, como supuesta fragua del pensamiento crítico de los chicos, es denunciar la ignorancia a la que se exponen, al menos mientras haya un solo profesor —y hay unos cuantos— que piense (sepa) que la escuela es el templo del conocimiento y en consecuencia el azote de la ignorancia.

No existe la ignorancia en abstracto: existen los ignorantes. Algunos de ellos son referentes estrella de nuestros jóvenes, que si no oyen ni mu de nuestras advertencias es porque hemos dejado de hacerlas. Nadie les pone en guardia contra los criptobros, los neomachistas pseudoemprendedores que pontifican sobre las mujeres y los hombres «de alto valor» y las fashionistas que determinan la ropa y moldean el cuerpo de las chicas. No se analiza con ellos, en cualquier asignatura que roce la ética o el pensamiento crítico (¿queda alguna?), cómo esta panda de sinvergüenzas se está quedando con su dinero e infectando sus mentes —y no con aires de libertad, como el punk o el rock, sino con modos de esclavo— y hasta qué punto están dejándose guiar por quienes no saben nada. Quiero pensar que no es porque hay docentes que también compran en los mismos vertederos; sea como fuere, es nuestro deber enseñarles la salida de su platónica caverna.

No solo no ponemos ante ellos esos espejos: algunos suspiran porque los mercachifles pisen aulas y les cuenten cosas. Tampoco es de extrañar, cuando un célebre conductor de infames productos de telebasura ha sido hace meses citado al Congreso (nada menos que al Congreso) para dar lecciones sobre educación en la diversidad. ¿Por qué renunciamos a nuestro deber de abrirles los ojos, y los dejamos a merced de los Llados de este mundo, de comedores compulsivos como Nikocado Avocado o chicas que apenas sobrepasan los treinta kilos, como Eugenia Cooney? Y ya que hablamos de hacer las clases divertidas: ¿qué hay más divertido que despedazar frente a ellos, con razones y elegante ironía, a sus ídolos de barro, para a continuación mostrarles el camino hacia la verdadera sabiduría, hacia lo bueno?

La ignorancia es enemiga natural de la escuela: demos esa batalla. No nos hacemos una idea de la cantidad de chavales que llegan a la edad adulta inmersos en un maremagno intelectual y sentimental que les daña. En parte es porque no hemos ridiculizado con argumentos a los flautistas de Hamelin que les han salido al paso y son tantos que más bien parecen una nutrida banda de viento. En vez de cursos para el emprendimiento (acaben con esa estupidez cuanto antes), necesitan retratos robot de los estafadores piramidales a los que pagan cuotas; en vez de una falaz digitalización, necesitan aprender que solo la lucidez les ayudará a construir vidas fuertes. Y, estando el ejercicio físico muy bien, tendremos que insistir en que, salvo grandes excepciones, es su mente de lo que van a vivir y con lo que van a elevarse.

Siendo la educación un empeño global de la polis no hay razón alguna para que los nuevos creadores de contenido no sean cómplices en el empeño de llevar hacia lo mejor a los jóvenes. Pero aquellos que jueguen en el equipo de la ignorancia deben ser combatidos. También puede ser atractivo: es de una infinita condescendencia pensar que los jóvenes están para no ser desafiados en sus gustos más actuales y chabacanos. En cuanto tuercen la esquina y cumplen los dieciocho, ya decimos que los hemos de tratar como adultos; contribuyamos a su madurez contándoles que los emperadores a los que aplauden van desnudos.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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