- Opinión
- 25 de noviembre de 2025
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Pseudoizquierda pedagogista


Klaus Dörre es profesor de Sociología laboral, industrial y económica en la Universidad de Jena, y el año 2023 publicó en castellano su artículo “Democracia en vez de capitalismo, o: ¡Que expropien a Zuckerberg!”, incluido en el volumen colectivo ¿Qué falla en la democracia? (coordinado por Hanna Ketterer y Karina Becker, Barcelona, Herder, traducción de Alberto Ciria). Hace tiempo que vivo con la sensación de estar rodeado de idiotas o hipócritas (o hipócritas idiotas, que también podría ser) que reúnen dos características esenciales: 1) defender ideas deconstructivas de hace medio siglo y 2) presentarse como personalidades inequívocamente progresistas, cuando a mí me huele a que ocultan algo… ¿Un desconocimiento palmario de lo que es la izquierda más allá de los Pirineos?, o quizás un desconocimiento más general, una condición iletrada que les llevaría a defender una ideología aparentemente neutral o aparentemente globalista, pero que en realidad no sería otra cosa que un populismo proteico, cambiante, tan moldeable como mucilaginoso, adaptado a cada auditorio concreto. Un populismo simpático, pero profundamente reaccionario en su fondo.
Para empezar, la izquierda ha de ser antipática, quiero decir, molesta. En ese sentido, el artículo de Dörre es una mina de datos y argumentos para desenmascarar esa pseudoizquierda nuestra tan desubicada, bienintencionada pero, al fin y al cabo, devastadora por incomparecencia. Veámoslo. Escribe este pensador alemán que “es dudoso ese discurso tan difundido de que hay una crisis de la democracia en un sentido normativo, pues al menos subliminalmente sugiere que las instituciones y los procedimientos democráticos ya no están a la altura de los nuevos retos sociales. Pero afirmar tal cosa también es problemático desde un punto de vista analítico. No hay una crisis de la democracia. Lo que sucede más bien es que la democracia como forma de gobierno se está sacrificando en el altar de un capitalismo expansionista que, con vistas a su propio aseguramiento, necesita recurrir cada vez más a prácticas autoritarias”.
La escuela, como todo el mundo sabe, es una de las principales instituciones democráticas. Cuando los pedagogistas afirman que “no está a la altura” o la vinculan a un autoritarismo de etapas pretéritas, preconstitucionales, en el fondo lo que están recomendando es su liquidación o su reconversión radical. Están colaborando con fuerzas irracionalistas, vitalistas, desreguladoras y ajenas a los propósitos académicos, que los están utilizando para reconvertir profundamente nuestra sociedad y nuestro mundo laboral. Una reconversión que ha llegado a los textos legales, y que no responde precisamente a un ideal republicano de igualación económica. Veamos a qué responde realmente el revolucionarismo pedagogista actual. Dorrë es muy expresivo a la hora de explicar lo que nos está ocurriendo: “Los consorcios de tecnología inteligente están causando con sus prácticas comerciales una destrucción lenta y discreta, pero progresiva, de las esferas democráticas públicas”, y algo más adelante afirma: “Mi tesis es que la democracia, que inicialmente era una esfera distinta pero relativamente compatible con la ampliación del mercado y la acumulación de capital, se ha convertido en objeto de las apropiaciones del capitalismo financiero”. Conclusión: “Estos casos revelan que se está produciendo una evolución hacia sistemas no democráticos pero que están legitimados democráticamente”. Lo que Steven Forti denomina “autocracias electorales” en su libro Democracias en extinción (Siglo XXI, 2024).
Los pedagogistas están sirviendo a una reconversión concreta, la que parte de una democracia con Estado del Bienestar a una Autocracia Electoral que sitúa los objetivos macroeconómicos por encima de cualquier tipo de apreciación ética, filosófica o política. Todo se hace conscientemente, a plena luz, sin ni siquiera disimular o pestañear. Todos los hemos visto defender los usos indiscriminados de IA y de cualquier otro tipo de producto o licencia comercial externa, todos sabemos cómo se está desviando el grueso del dinero público a la tecnocracia privada; todo esto se ha anunciado como un logro del que estar orgullosos en los principales medios de comunicación. No hay conspiración, no hay nada oculto: todo se está haciendo con luz y taquígrafos.
Así como Dörre piensa que no hay crisis de democracia sino ataque de los mercados, mi hipótesis es que el pedagogismo oficial es una de las herramientas esenciales para que ese combate contra la democracia abierta tenga éxito. ¿No son acaso nuestros centros educativos ejemplos perfectos de democracias postdemocráticas, microleviatanes donde un día se deliberaba colectivamente y donde hoy ordena y manda la tecnocracia más autoritaria y burda?
La burocratización de la pedagogía les ha permitido anular cualquier tipo de disidencia interna. Un poco más adelante llegamos a la clave de todo el entramado. Escribe nuestro sociólogo que “tanto desde el punto de vista de la historia de las ideas como institucionalmente, las democracias se basan en la confluencia de al menos dos líneas tradicionales: por un lado, el liberalismo, con su énfasis en la libertad y el pluralismo; por otro lado, un igualitarismo republicano que prioriza la igualdad y la soberanía popular. Ambas líneas ponen acentos muy distintos en el programa de la revolución burguesa”. Este es el meollo de nuestro naufragio colectivo: hemos olvidado la mitad esencial que dotaba de sentido a nuestra escuela democrática. Hemos borrado su filosofía republicana, es decir, todo el paquete de idearios igualitaristas que completaban la necesidad del pluralismo interno. Las autocracias u oligarquías tecnocráticas pueden ir tan lejos como deseen en materia de “pluralismo” interno o diversidad, pero no pueden permitir que se escapen las rentas públicas si quieren seguir creciendo. Dicho de otro modo, pueden tolerar e incuso fomentar verbalmente la diversidad, pero de ningún modo pueden permitir que se hable públicamente de flujos de dinero o de clases sociales.
Hemos reducido la izquierda a un haz de sermones ortodoxos coincidentes con los de la derecha liberal, y por esta razón nuestra escuela ni enseña ni aporta los elementos esenciales para la conformación de una ciudadanía informada, imaginativa, combativa o “antagonista”, como diría Dörre. La ciudadanía que exigiría una democratización inmediata de la economía, es decir, una re-regulación de las transacciones financieras.
Sin una noción clara de ciudadanía económica y acceso universal a estudios superiores, nuestro sistema educativo es una caricatura de la fábrica de desigualdad masiva que es hoy Estados Unidos. En todo este contexto de desprestigio acelerado de las instituciones democráticas, que el pedagogismo como ficción de progreso social aún goce de prestigio institucional es lo que a mí más me sorprende.
Fuente: educational EVIDENCE
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