La IA y nosotros. ¿Qué nos estamos jugando?

La IA y nosotros. ¿Qué nos estamos jugando?

La IA y nosotros. ¿Qué nos estamos jugando?

El problema no será ya quién hace la colada, sino quién o qué decide por nosotros qué nos corresponde hacer

Imagen generada mediante IA que ejemplifica el mensaje crítico de Joanna Maciejevska

Licencia Creative Commons

 

Xavier Massó

 

¿Saben cuál es el gran problema de la IA? Va en la dirección equivocada. Lo que yo quiero es que la IA me haga la colada y me lave los platos, para que yo me pueda dedicar al arte y a escribir, pero no que la IA me haga las creaciones artísticas y escriba por mí, para que yo pueda lavar mi colada y mis platos[i].

Joanna Maciejevska @AuthorJMac

 

Publicado el 2024 en su cuenta de X por la escritora Joanna Maciejevska, este post ha tenido desde entonces más de 3,5 millones de visualizaciones. Muchas, sin duda, pero pocas en atención a su enjundia. Aristóteles ya había planteado más o menos lo mismo en su Ética a Nicómaco: sólo cuando tiene resueltas las necesidades básicas puede el ser humano dedicarse a lo más alto, o sea, a lo que le es privativo: la filosofía, la ciencia, las bellas artes, la búsqueda de la virtud… Y disponer libremente de sí mismo y de su tiempo.

Ya sea con el objeto de dedicarse a las nobles actividades aristotélicas, o a otras más prosaicas y mundanas, los humanos han propendido desde siempre a asegurarse la cobertura de sus necesidades básicas y manuales lo más liberados posible de las servidumbres ligadas a las con frecuencia enojosas actividades destinadas a procurárselas. En definitiva, burlar hasta donde sea posible la maldición bíblica de tener que ganarse el pan con el sudor de su frente.

Y lo que Maciejevska denuncia es que con la entrada en escena de la IA, este siempre inconcluso trayecto recorrido hasta ahora estaría desviándose del objetivo originario y apuntando en una dirección equivocada. O lo que es lo mismo, la IA estaría camino de desplazar a los humanos de funciones hasta ahora exclusivas de su condición, situándose en la cúspide jerárquica y con la humanidad subordinada a su propia creación.

Veamos. Desde el descubrimiento de la rueda y el fuego, la especie humana ha pasado por distintas etapas en su agónica relación con el medio: antropotécnica, con la fuerza humana como único recurso; zootécnica, con la utilización de la fuerza animal; eotécnica, con el aprovechamiento de las fuerzas de la naturaleza, como el viento, el agua, el calor… Y de ahí a la máquina de vapor y la revolución industrial, hasta las modernas tecnologías. Siempre con el resultado de un mayor dominio del medio que liberaba al hombre de las tareas más molestas, difíciles, peligrosas y desagradables.

Cierto que no siempre ni a todos. Por supuesto que no todo es un camino de rosas en esta historia y que hay en ella mucho más que pequeñas aristas, sobre las cuales habría mucho que decir y se ha dicho. Ello no obstante, visto genéricamente y para lo que aquí nos interesa, digámoslo así: la máquina de vapor es una aportación universal, ya fuera concebida con finalidades altruistas o de lo más egoístas, o su aparición beneficiara o perjudicara en su momento a algunos o a muchos.

Alguien podría replicarle a Maciejevska que si no quiere tocar ni un plato le basta con contratar a alguien para que lo haga por ella. Pero no sirve: esto ya lo hacía Aristóteles. Que sea recurriendo a esclavos o a trabajadores asalariados es aquí anecdótico: en esencia sigue consistiendo en endilgarle a otro lo que uno no quiere o prefiere no hacer. Y aquí de lo que estábamos hablando es de endosárselo a las máquinas. Con la IA, en cambio, la cosa parece cualitativamente distinta. Amenaza con invertir la relación jerárquica entre la humanidad y sus creaciones.

Y es que, a diferencia de la variadísima gama de adminículos y dispositivos hasta ahora ideados por el ser humano para acometer tareas sin cuyo concurso lo hubiera tenido mucho más difícil o imposible, y disfrutar de una más llevadera y digna existencia, la IA podría no estar ni siquiera teóricamente concebida para liberarnos de las anteriores de servidumbres, sino más bien de otras, y de paso organizarnos y dirigirnos la vida en sus más diversos ámbitos, en lugar de organizárnosla nosotros a nuestro criterio sirviéndonos de a ella. Visto así, la IA más bien se nos revelaría como una nueva y mejorada modalidad de última generación de la antigua figura del ángel de la guarda: a diferencia del clásico cristiano, que era meramente consultivo, y las más de las veces desatendido, la IA incorpora funciones resolutivas y ejecutivas, como mínimo en la medida que nos determina el marco previo en que operativamente nos habremos de mover. En lenguaje freudiano, un nuevo Superyó extrínsecamente inducido.

Para algunos tal vez sea la culminación del proceso, pero un cierto cambio de dirección sí parece detectable. Y es que, volviendo a lo nuestro, ¿he de seguir lavando yo los platos y la IA ya escribirá este artículo por mí? Digámoslo en términos educativos rabiosamente actuales, ¿consiste en esto la cháchara pedagogista del competencialismo? ¿En un mero «saber como», sin preguntarnos «cómo» ni «qué» ni «por qué», en el que hay que adiestrar –ya no instruir-, porque lo importante ya lo hará la IA? Porque parece claro que si no adaptamos la IA a nuestro gusto, será «ella» que nos adaptará al «suyo». No hace falta que la IA sea en verdad inteligente para atraparnos, basta con que no lo seamos nosotros…

Al menos en lo que refiere a los aprendizajes biológicamente secundarios, el fundamento es el conocimiento históricamente disponible y su aprendizaje. Ser competente, en cambio, no es algo que se aprenda sino derivadamente: consiste en saber aplicar y ejecutar lo que se ha aprendido con el objeto de conseguir el resultado perseguido. Pero tal competencia puede también adquirirse mediante adiestramiento separada del contexto en que adquiere sentido. Y en un mundo hipertecnologizado con la IA en la cúspide, no parece que las funciones reservadas a los humanos en la división del trabajo propia de este nuevo modo de producción vayan mucho más allá de este «saber como» meramente competencial. Sí parece entonces que el desaforado énfasis competencial y sus derivaciones encajan a la perfección en una ingeniería social con la IA en la cima, y que el sistema educativo tiene por objeto producir el tipo humano con el perfil de salida adaptado a tal modelo. Ya no es necesaria la transmisión de conocimiento; ha cambiado de sede.

El problema se nos presenta entonces bajo una nueva dimensión. No parece descartable la utilización de la IA como instrumento de unos intereses concretos y de dominio de unos grupos humanos, a cuyo servicio estaría, sobre otros grupos que, de una forma u otra, estarían al suyo. Estaríamos con ello encaminándonos hacia una nueva teología instrumental, amparada esta vez en la tecnología; una suerte de teocnología o, mejor, teocnocracia, investida con atributos de pragmaticidad lógica y ejecutiva, como legitimación de la realidad -ideología- bajo una nueva forma de alienación. Siguiendo a Marx, si los hombres inventaron a los dioses y luego se arrodillaron ante sus mandatos y revelaciones ventrílocuamente inducidas, la IA no sería sino una réplica operativa del Dios dejado atrás; un neomedievalismo por completo ajeno al espíritu de la Ilustración que, sin embargo, habría incorporado en su acervo los logros materiales conseguidos bajo su impulso.

Pero también cabe contemplar que acaso la IA resulte ser al cabo de más difícil y peligrosa instrumentalización que la idea de Dios a la que vendría a substituir y, llegado el caso, más problemático desembarazarnos de nuestras dependencias de ella;  entre otras razones porque, en estos términos, se trataría de una realidad a la vez física y metafísica. Una idea, la de ambas naturalezas compartidas en un solo ente, asaz inquietante.

Un escenario que nos llevaría a una nueva versión de la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel, con una particular perversión añadida: la oposición dialéctica no sería entre grupos humanos de amos y de siervos, sino entre la humanidad y otra «cosa». Con los humanos sin control de sus propios procesos, aparentes amos, pero remitidos a las tareas propias del siervo o, también, consumidores necesarios para que el sistema siga funcionado de acuerdo con su propia lógica y requisitos. El problema no será ya quién hace la colada, sino quién o qué decide por nosotros qué nos corresponde hacer.

Pero no nos engañemos. Si así ocurriere, la culpa no será de la IA, sino nuestra, porque habremos renunciado a controlar nuestros propios procesos y actividades. Nuestra y de nadie más. El peligro no es la IA. Lo verdaderamente peligroso, terrorífico, es dejarla en manos de imbéciles, ignorantes y desaprensivos. El problema no es la IA, el problema somos nosotros.

Lo dicho, no es necesario que la IA deba ser realmente inteligente para atraparnos, basta con que no lo seamos nosotros. Sí lo es la genial sinécdoque metafórica que nos brinda Joanna Maciejevska. Bienvenida sea la IA, para hacerme la colada y lavarme los platos. Y muchas gracias por el ofrecimiento, pero mis escritos, con todas sus carencias que son las mías, ya los escribiré yo.

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[i] Trad.: You know what the biggest problem with pushing all-things-AI is? Wrong direction. I want AI to do my laundry and dishes so that I can do art and writing, not for AI to do my art and writing so that I can do my laundry and dishes.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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