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  • 19 de junio de 2024
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La gran pregunta sobre los menores y los móviles

La gran pregunta sobre los menores y los móviles

La gran pregunta sobre los menores y los móviles

Toda la cadena que debía proteger a los menores ha fallado

Imagen generada mediante IA 

Licencia Creative Commons

 

Enrique Benítez Palma

 

Sostiene Jonathan Haidt que hay una relación directa entre el excesivo tiempo que pasan los menores conectados con sus móviles y el aumento de problemas de salud mental adolescente (ansiedad, depresión, suicidios). La mirada debe ser más amplia.

La tesis de Haidt es sencilla, y se basa en la relación directa entre el (excesivo) tiempo de pantalla (screen time) de menores y jóvenes y el deterioro de la salud mental de toda una generación, verificado por el aumento constante de episodios de ansiedad, depresión e incluso suicidios. Sus recetas son sencillas: retrasar la edad de acceso de los chavales a los smartphones y sacar los dispositivos todo lo posible del sistema educativo, entre otras. Sin embargo, un problema complejo exige mucho más que una respuesta que parece demasiado simple. Deberíamos preguntarnos, además, cómo introducir de manera segura a los más jóvenes en el omnipresente mundo digital, cuando nada más cumplir la mayoría de edad van a tener que disponer de algún certificado electrónico y relacionarse con su mundo real (compra de entradas para espectáculos, trámites administrativos, apertura de cuentas bancarias, búsqueda de información fiable) a través de las pantallas.

Antes de entrar en las críticas académicas que ha recibido el libro de Haidt, quizás sea oportuno hacer una pausa reflexiva. Y es que la responsabilidad completa de la situación nunca puede estar en los más débiles y vulnerables (niños y adolescentes), sino que debe situarse en quienes deben educarlos (familias), en quienes deben formarlos (escuelas), en quienes deben protegerlos (gobiernos) y en quienes deben hacer negocios con ellos de manera ética (empresas). Y a partir de aquí se podría establecer una pirámide de responsabilidades que incluya las malas prácticas empresariales en la cúspide, el retraso regulatorio a continuación, y el desentendimiento de las familias y los actores educativos en tercer lugar. Toda la cadena que debía proteger a los menores ha fallado.

Y es que una primera pregunta pertinente tiene que ver con los móviles y la soledad. ¿Son los móviles la causa de la soledad o el remedio para la misma? La tendencia a pasar más tiempo en solitario se ha estabilizado tras la pandemia, pero comenzó mucho antes, por causas que podemos intuir pero que sería necesario investigar con mucho más detalle.

Así que una primera reflexión rápida e intuitiva sobre la tesis de Haidt nos llevaría a preguntarnos por las causas que están llevando a los menores a abusar del tiempo que pasan conectados, y no sólo a prestar atención a las consecuencias de este fenómeno. Una preocupación, la de las consecuencias, que ha focalizado, y limitado, el enfoque del Comité del Parlamento británico que acaba de analizar los efectos del abuso del tiempo ante las pantallas en la salud y el bienestar de los menores.

Pasando a las críticas académicas, podríamos destacar las siguientes, por orden cronológico.

1.- La profesora de psicología Candice Odgers, en la revista científica Nature, defiende que no hay pruebas de que el uso de estas plataformas esté recableando los cerebros de los niños (great rewiring) o impulsando una epidemia de enfermedades mentales. También sostiene que, si bien está de acuerdo con que se requieren reformas considerables en estas plataformas, dado el tiempo que los jóvenes pasan en ellas, y que muchas de las soluciones de Haidt para padres, adolescentes, educadores y grandes empresas tecnológicas son razonables, como el establecimiento de políticas de moderación de contenidos más estrictas y la exigencia a las empresas de que tengan en cuenta la edad de los usuarios a la hora de diseñar plataformas y algoritmos, otras propuestas, “como las restricciones basadas en la edad y las prohibiciones en los dispositivos móviles, tienen pocas probabilidades de ser eficaces en la práctica o, lo que es peor, podrían resultar contraproducentes dado lo que sabemos sobre el comportamiento de los adolescentes”.

2.- Cristopher Ferguson, psicólogo clínico, es mucho más crítico que Candice Odgers. En un artículo publicado en la American Psichological Association afirma rotundo que “en la actualidad, los estudios experimentales no deberían utilizarse para respaldar la conclusión de que el uso de los medios sociales está asociado a la salud mental. (…). Dicho de forma muy directa, esto socava las afirmaciones causales de algunos estudiosos (por ejemplo, Haidt, 2020; Twenge, 2020) de que la reducción del tiempo dedicado a los medios sociales mejoraría la salud mental de los adolescentes. (…). Hay razones para sospechar que la metodología de la mayoría de estos estudios simplemente no está a la altura”.

3.- El tercer cuestionamiento destacable a las propuestas de Haidt lo hace la psicóloga social Sonia Livingstone, de la London School of Economics, con una larga trayectoria de investigación en este campo. Una sólida entrevista en el Financial Times permite saber más sobre sus planteamientos. La investigación de Livingstone la ha llevado a centrarse en dos puntos: uno es intentar limitar a las empresas tecnológicas cuyo “modelo de negocio está impulsando la búsqueda competitiva de la atención de los niños de una forma que desempodera a los padres o a los profesores o a cualquier otra persona”. El otro enfoque de Livingstone es buscar formas de capacitar a los jóvenes y a los padres. Es importante este párrafo de la entrevista: “Haidt califica a los nacidos después de 1996 como ‘la generación ansiosa’. Pero la ansiedad comenzó, sin duda, con generaciones de padres que se negaban a que sus hijos jugaran fuera de casa. En la década de 1990, Livingstone destacó el aumento de niños con televisión en sus dormitorios. Los niños le dijeron que habrían preferido estar fuera, pero que no se les permitía”. No me resisto a compartir las líneas finales de otro trabajo fantástico de Sonia Livingstone (“Reflections on the meaning of “digital” in research on adolescents’ digital lives”), muy clarificador: “La tecnología digital sigue cambiando a un ritmo vertiginoso. A finales del siglo XX, se hablaba de la televisión como de una tecnología de ‘empuje’ (una tecnología de ‘sentarse atrás’, según los expertos en marketing) mientras que ‘internet’ era una tecnología de ‘atracción’ (o de ‘sentarse adelante), celebrada por dar a sus nuevos usuarios activos la posibilidad de elegir a dónde querían ir hoy (parafraseando la entonces famosa publicidad de Microsoft). Hoy en día, la situación es la inversa, ya que los telespectadores se enfrentan a un desconcertante abanico de servicios de streaming, mientras que los usuarios de Internet disponen de contenidos ‘alimentados’ por algoritmos personalizados y estrechamente adaptados para mantener su atención indivisa e interminable. Comprender la dinámica existente entre el diseño tecnológico, la innovación empresarial, la evolución de la normativa y la creatividad de los usuarios (incluidas las soluciones provisionales y las prácticas de resistencia) exige una perspectiva interdisciplinar que abarque los tres enfoques de lo digital: como herramientas o dispositivos, como espacio o entorno y como infraestructura social. El reto para los investigadores de la vida digital de los adolescentes es a la vez desalentador y apasionante”.

4.- Sin ser una crítica directa a Haidt, el 7 de mayo un equipo multidisciplinar de la Universidad de Cambridge, liderado por Amy Orben, publicó en Nature un formidable artículo académico titulado “Mechanisms linking social media use to adolescent mental health vulnerability”.  Su párrafo final es brillante: “si las redes sociales son un factor que contribuye al actual deterioro de la salud mental de los adolescentes, como se suele suponer, entonces es importante identificar e investigar los mecanismos que se adaptan específicamente a la franja de edad de los adolescentes y argumentar por qué son importantes. Sin un examen exhaustivo de estos mecanismos y un análisis de las políticas que indique si debiera ser prioritario abordarlos, no hay pruebas suficientes que respalden la hipótesis de que los medios sociales son el motor principal -o incluso sólo un motor influyente e importante- del deterioro de la salud mental. Los investigadores deben dejar de estudiar las redes sociales como algo monolítico y uniforme y, en su lugar, estudiar sus características, posibilidades y resultados aprovechando una serie de métodos que incluyan experimentos, cuestionarios, investigación cualitativa y datos de la industria. En última instancia, este enfoque integral mejorará la capacidad de los investigadores para abordar los retos potenciales que la era digital plantea a la salud mental de los adolescentes”.

5.- Mucho más contundente es la respuesta de otro equipo multidisciplinar, esta vez de la London School of Economics, liderado por la investigadora Michaela Lebedíková, que encuentra diez problemas en el libro de Jonathan Haidt: su investigación es selectiva (descarta lo que no le interesa); alcanza conclusiones causales a partir de datos (en su mayoría) correlacionales; descarta explicaciones alternativas; generaliza más allá de los datos; supone que los efectos de las redes sociales son los mismos para todos; exagera la magnitud de la adicción a Internet de los adolescentes; considera que los adolescentes carecen de sentido de la responsabilidad; resta importancia a los beneficios de la tecnología; propone reformas sin tener en cuenta las repercusiones y valora una buena historia por encima de la ciencia responsable. Un análisis demoledor.

6.- Y para finalizar, en línea con algunas ideas del punto anterior, otros dos investigadores con una larga experiencia y trayectoria en este ámbito, pertenecientes al Oxford Internet Institute (Andrew Przybylski y Matti Vuorre)  defienden en un estudio de obligada lectura que el acceso a Internet influye positivamente en el bienestar de los individuos. “El debate sobre los efectos de las plataformas y tecnologías de Internet en el bienestar psicológico de los individuos sigue siendo un tema central debido a sus consecuencias potencialmente globales. Aunque los resultados anteriores sobre este tema han sido dispares, la inmensa mayoría de los estudios han examinado muestras de conveniencia del norte global, ignorando así el hecho de que la penetración de internet ha sido y sigue siendo un fenómeno global. En este estudio, examinamos las asociaciones entre el uso y el acceso a Internet y una amplia variedad de indicadores de bienestar en una muestra representativa de 2.414.294 individuos de 168 países dentro de un rango de edad que abarcaba desde la adolescencia tardía hasta los adultos mayores. Descubrimos que, de media, en todos los países y grupos demográficos los individuos que tenían acceso a Internet, acceso móvil a Internet o utilizaban activamente Internet declaraban mayores niveles de satisfacción vital, experiencias positivas, experiencias de propósito y bienestar físico, comunitario y social, y menores niveles de experiencias negativas”.

Repasando la primera y la segunda entrega de esta serie, y con todas estas reflexiones y argumentos, la lectura del libro de Jonathan Haidt (La generación ansiosa) será mucho más rigurosa y estimulante. El autor se ha defendido en su blog de algunas de estas críticas. Que haya situado este asunto en el centro del debate público es una buena noticia, que debe servir para analizar sus conclusiones y propuestas con la máxima atención, pero también con el lógico espíritu crítico que merece un libro tan tajante y, quizás, polarizador. Sin embargo, la gran pregunta, que tiene que ver con la responsabilidad de los adultos en todo esto, sigue a la espera de una respuesta honesta. Modificar nuestra pasiva comodidad puede ser el primer paso para corregir lo que sabemos que está pasando.

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Ver segunda reseña de libro de Jonathan Haid

Ver primera reseña del libro de Jonathan Haid


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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