• Opinión
  • 16 de diciembre de 2025
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La gran jubilación

La gran jubilación

Frank Rietsch – Pixabay

LA GRAN ESTAFA. Sección de opinión a cargo de David Cerdá

 

Licencia Creative Commons

 

David Cerdá

 

Se está gestando silenciosamente un terremoto en el corazón de la educación: el éxodo masivo de docentes veteranos que sostienen nuestras aulas desde hace décadas. Desinterés político, precariedad vocacional y envejecimiento demográfico propician un vacío que amenaza no solo la continuidad del sistema, sino la transmisión misma del oficio de enseñar. Y aunque las alarmas llevan años sonando, seguimos actuando como si el relevo fuese a producirse automáticamente.

La generación del baby boom empieza a jubilarse en masa: se estima que en los próximos diez años más de cinco millones de trabajadores mayores de cincuenta y cinco años se retirarán, afectando de manera destacada a la educación, entre otros sectores. Según el informe de la Fundación Conocimiento y Desarrollo, uno de cada tres profesores se jubilará en la universidad pública; el SEPE informa que apenas el 8 % de los profesores de primaria tienen menos de treinta años, mientras que casi el 40 % de los de secundaria superan los cincuenta. Y puede el lector estar seguro de que lo difícil que se ha vuelto enseñar, el desprestigio social del profesorado y el declive de la educación no van a animar al personal a ser parte de ese reemplazo, crisis demográfica aparte.

Dejemos a un lado que un profesor con treinta años de servicio ha pasado por miles de clases, cientos de cohortes de alumnos y múltiples reformas curriculares, de modo que esa riqueza metodológica y humana no se reemplaza de un día para otro. El relevo generacional coincide con aulas más diversas: alumnado migrante, necesidades educativas especiales y brechas sociales fruto de la creciente desigualdad. Los nuevos docentes necesitarán una formación mucho más robusta que la recibida hace décadas, y tal cosa no ha venido ocurriendo. Huelga decir que en un país cuyo cortoplacismo se ha exacerbado por la polarización política y la inanidad de los gobernantes, el relevo necesario no se ha gestionado.

Hablar de jubilaciones no es hablar solo de números, sino de la pérdida de cierta cultura profesional. Se retiran quienes aprendieron a sobrevivir a recortes, modas pedagógicas y reformas educativas cambiantes, quienes han visto lo mejor y lo peor de la escuela pública, quienes han sostenido centros con una mezcla de paciencia, autoridad y sentido común. Quienes se van no son seres de luz y acumulan también sus defectos, y se espera de las nuevas generaciones que solucionen los problemas que dejaron las precedentes. Pero esta descompensación en el relevo deja al descubierto un sistema que durante años ha descansado más en la inercia del compromiso individual que en la planificación colectiva.

En las oposiciones de 2025 para Secundaria y Formación Profesional (FP), aproximadamente el 24 % de las plazas convocadas no se ha cubierto. Seguimos distraídos con debates superficiales mientras la estructura cimbrea y multiplica sus grietas. La sociedad pide a la escuela que compense desigualdades, cure heridas sociales y forme ciudadanos críticos y futuros profesionales competentes, pero no asume que todo eso requiere maestros formados, reconocidos y acompañados; suficientes maestros. Esta gran oleada de jubilaciones no es una anécdota demográfica, sino el capítulo final de una era de un país que ha vivido de la vocación ajena sin preguntarse si las siguientes generaciones querrán o podrán sostener el mismo esfuerzo. El relevo no puede improvisarse; exige una mirada larga, un compromiso político y una comunidad educativa que entienda que la calidad no se decreta: ha de cultivarse.

Leemos en el Informe Mundial de la Educación 2023 de la UNESCO: «El futuro de la educación depende de la capacidad de los sistemas para atraer, formar y retener a los mejores maestros, no simplemente más maestros». Una advertencia que no deberíamos tomar como lema aspiracional, sino como un diagnóstico urgente, porque, sin un suelo profesional sólido, todo proyecto educativo se convierte en retórica vacía. Cada generación de docentes que no logramos atraer hoy es una generación de ciudadanos que mañana pagará el precio de nuestra desidia. Mejorar las condiciones salariales, especialmente en zonas rurales, será fundamental para atraer a más jóvenes. Es cierto que hay algo especial y poderoso en educar, y hay que crear las condiciones para ese algo reavive la vocación y estimule la profesionalidad. En la universidad, habrá que combinar la contratación de jóvenes investigadores con el retraso voluntario de la jubilación de catedráticos clave. Esto permitiría preservar líneas de investigación y al mismo tiempo abrir espacios a nuevas generaciones. Para que ocurra, habrá que hacer muchas cosas en los próximos años; habrá que remangarse y actuar con lealtad no partidista, con sentido de Estado.

Las soluciones, en todo caso y una vez más, no podemos esperarlas de la política convencional. La sociedad civil ha de buscar sus cauces; la salvación vendrá de un amor a la polis candente, real y cuantioso, en el que las familias, en el trato a maestros y centros, tendrán un papel decisivo. Aunque esta «gran jubilación» plantea un desafío monumental, también es una oportunidad histórica para reintegrar a la profesión docente su prestigio social. Decía Condorcet que la educación es el medio por el cual la sociedad puede ser continuamente mejorada; si el relevo docente falla, lo que veremos interrumpirse no será una carrera profesional, sino la posibilidad misma de que la sociedad avance y prospere.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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