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- 10 de septiembre de 2025
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La generación Dunning-Kruger

La generación Dunning-Kruger
Se trata de una temeridad responsable de formar una generación que no solo no sabe, sino que, peor aún, no sabe que no sabe

Josep Oton
La mitología clásica nos presenta a Pigmalión como un personaje emblemático. Mientras ocupaba el trono de Chipre, no era capaz de encontrar una esposa adecuada, porque buscaba una belleza y una perfección que ninguna mujer lograba alcanzar. Frustrado, renunció al matrimonio y se dedicó a la escultura para compensar la falta de pareja. Finalmente creó una estatua tan bella que acabó enamorándose de ella. La diosa Afrodita, conmovida por los sentimientos del rey, y le dijo: “mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal”. Entonces, la estatua cobró vida y Pigmalión se casó con ella.
A lo largo de los siglos, este mito antiguo ha sido fuente de inspiración para el arte y la literatura. George Bernard Shaw escribió una obra de teatro con una versión modernizada del argumento. Un profesor de fonética se propone enseñar a hablar correctamente a una florista de origen humilde. Le ayuda a perfeccionar su acento y a saber entablar una conversación. Diversos guiones cinematográficos -como los de las películas My Fair Lady o Pretty Woman– han reelaborado la idea del escritor irlandés.
Ahora bien, esta idea también ha sido recogida en los estudios de psicología social dando lugar al que se conoce como “efecto Pigmalión”. Se utiliza para describir cómo las expectativas de un sujeto sobre el rendimiento de otras personas pueden condicionar sus resultados. Este fenómeno tiene especial interés para los estudios de grupos, puesto que los prejuicios de un investigador pueden influir en el comportamiento de los individuos estudiados.
El psicólogo David C. McClelland, basándose en los trabajos de Leonore Jacobson y Robert Rosenthal, realizó diversos tests para estudiar a los alumnos de una escuela. Ahora bien, los resultados reales no fueron comunicados al profesorado. Se escogió al azar un grupo de alumnos y se informó falsamente que el estudio indicaba que eran muy brillantes. Sin embargo, a pesar de la “falsedad”, este grupo de alumnos obtuvo mejores calificaciones a final de curso, mientras que sus compañeros continuaron sin experimentar mejorías significativas.
La conclusión de McClelland fue que, al considerar los profesores a ciertos estudiantes como más inteligentes, estos tienden a estudiar más. Aunque pueda parecer algo mágico, de ningún modo es así. Los docentes con expectativas explícitas respecto a sus alumnos los tratan de forma distinta de acuerdo con sus prejuicios. Conceden mayor atención y motivan mejor a los estudiantes que ellos consideran más capacitados. Estos alumnos, al ser tratados de un modo diferente, tienden a responder de manera acertada con mayor frecuencia que el resto. De este modo se confirman las previsiones del profesorado en una especie de profecía autorrealizada.
A partir de este experimento, se suele aplicar la idea del efecto Pigmalión a la innovación educativa. Cuando un grupo de investigadores / docentes implementa una técnica nueva en el aula, si bien puede fracasar por la falta experiencia, también puede suceder lo contrario: los resultados mejoran de manera significativa y certifican la idoneidad del método aplicado.
No obstante, el “efecto Pigmalión” nos advierte de la concurrencia de otros factores: la motivación de los investigadores / docentes se contagia al alumnado que participa en el experimento. En un clima colectivo de entusiasmo, de curiosidad, de mayor atención por las condiciones novedosas, todo funciona mejor. Romper con la rutina incrementa el interés.
Así pues, no se puede atribuir la mejora de los resultados únicamente a la eficacia del nuevo método, sino que hay que tener en cuenta la influencia del ambiente creado y de las expectativas compartidas. En el mito, el artista se enamora de su obra y esta cobra vida. En la realidad, el investigador se enamora de su teoría y el alumnado actúa de acuerdo a sus previsiones.
Ahora bien, cuando este mismo método se implementa en otros grupos con otros docentes, menos entusiasmados con el proyecto, los resultados no suelen ser equiparables. Y, en caso de ser impuesto por las autoridades educativas, pueden llegar a ser nefastos.
Aun así, existe un peligro mayor. El reverso del enamoramiento pigmaleano es la renuncia a la objetividad del rigor científico, la negación de las evidencias. El alumnado puede verse engañado al hacerle creer que sus capacidades están por encima de sus posibilidades reales. Es lo que coloquialmente se conoce como “inflar las notas”. El sistema educativo genera un espejismo, estafa a los jóvenes y engaña a la sociedad. Un fraude en toda regla. La frustración posterior está servida puesto que la realidad se acaba imponiendo.
De hecho, pasamos del efecto Pigmalión al efecto Dunning-Kruger, según el cual algunas personas poco dotadas tienden, precisamente debido a su limitación, a sobreestimar su capacidad para desempeñar determinadas tareas. Esto es, aquellos que son incompetentes en un área determinada tienden a no darse cuenta de su propia ineptitud. Este fenómeno también se conoce como el «relato de la doble carga«: la falta de competencia y el desconocimiento de este déficit.
El efecto Dunning-Kruger suele estar en función de factores metacognitivos, pero lo que resulta alarmante es que sea consecuencia de la propia intervención educativa. Lo que en un principio sería una disfunción cognitiva, que afecta a algunos sujetos particulares, se generaliza a través de las carencias de un sistema educativo negligente. Las autoridades académicas pueden maquillar los resultados para blanquear sus errores. Se trata de una temeridad responsable de formar una generación que no solo no sabe, sino que, peor aún, no sabe que no sabe.
Fuente: educational EVIDENCE
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