• Opinión
  • 3 de mayo de 2024
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La educación de hoy, el pan para mañana

La educación de hoy, el pan para mañana

La educación de hoy, el pan para mañana

El objetivo de la educación no debería ser de contención sino de expansión

Imagen: Pixabay. Autor: cat6719

Licencia Creative Commons

Myriam Gallego Rodríguez

 

¡Es tan cómodo ser menor de edad! – Nos advierte ya Immanuel Kant en el siglo XVIII, al tiempo que nos insta encarecidamente a que demos un paso hacia adelante y superemos esa minoría de edad en la que muchos permanecen instalados a lo largo de sus vidas- Y es que esa minoría prolongada en el tiempo no hace otra cosa que restarnos autonomía y por ende libertad, pues mientras sea otro el que haga y deshaga por nosotros, la posibilidad de ser libres quedará reducida a la mínima expresión.

Decía Kant que el responsable de permanecer en ese estado de inmadurez permanente es uno mismo, sin embargo, nos preguntamos de qué manera, como docentes, podemos revertir esta situación para que la propuesta kantiana se lleve a cabo, es decir, para que nuestros jóvenes decidan por ellos mismos salir de su minoría de edad y empiecen a disfrutar de una vida autónoma e independiente mucho más rica en la que sus condiciones de posibilidad se multipliquen.

Debemos educar para el futuro – nos dice -. Para ello se hace necesario dar un paso atrás. Volver y revolver a Kant. No porque nos invada la nostalgia ni el romanticismo, sino porque la realidad de hoy, esa en la que los estudiantes de secundaria se comportan cada vez más como niños a pesar de haber agotado ya esa etapa biológica de sus vidas, apunta a una aún más distópica en la que la comodidad ni siquiera es el fin, pues se parte ya de una comodidad dada en la que el esfuerzo no tiene cabida ni razón de ser, es más, es algo a evitar por todos los medios, de ahí que no sea necesario trabajar duro para pasar de curso, pues de todos modos te acabarán aprobando sin la necesidad de haber adquirido unos conocimientos mínimos y todo para no perturbar su estado de absoluta comodidad y provocar en ti frustración alguna.

Si relegamos la educación a una mera función asistencial haremos que se cumpla en su totalidad el dicho popular “pan para hoy, hambre para mañana”, pues estaremos privando al estudiante de hoy de su propio mañana, ya que no habrá adquirido los medios necesarios para afrontar las vicisitudes de la vida adulta. El objetivo de la educación no debería ser de contención sino de expansión de sus prácticamente inagotables condiciones de posibilidad.

Sin embargo, no es nada alentador ver cómo nuestros estudiantes devienen cada vez sujetos menos capaces y menos hábiles para hacerse cargo de sí mismos, porque a pesar de que las nuevas leyes educativas hablen continuamente de competencias y sitúen al alumno en el centro de su propio proceso de aprendizaje, lo cierto es que paradójicamente a ese alumno no se le asigna un profesor, sino un guía acompañante, que viene a ser lo más parecido a un pastor, convirtiendo, en consecuencia, al grupo clase en un rebaño.

Si convertimos al profesor en un guía entendemos que el alumno debe ser guiado y dejamos de concebirle por tanto como un sujeto que, a través de su intelecto, puede guiarse a sí mismo sirviéndose de su propio entendimiento. Si por el contrario el profesor lo que hace es dotar de conocimientos al alumno, éste podrá actuar de manera autónoma y racional.

Lo que necesita pues es ampliar sus conocimientos y ahí es donde cobra sentido la figura del profesor, no obstante, parece que hoy esos conocimientos deben ser administrados en dosis muy bajas, como si demasiados pudieran causar un mal irreversible, tal vez el de pensar demasiado en la era en la que lo que más importa es sentir.

Cada vez se está dejando más de lado la razón, pues el sentimiento es mucho menos tedioso y elaborado que el pensamiento y además uno no puede equivocarse cuando siente por lo que la posibilidad del error desaparece, porque incluso el sentimiento que a priori parecería erróneo se acaba disculpando y edulcorando. Esto tiene como consecuencia una mayor facilidad para la manipulación y el adoctrinamiento y una menor capacidad crítica y de reflexión propia.

Esta sobrevaloración de lo emocional lo vemos en diferentes ámbitos de la vida. En el ámbito político es fácil manipular desde las emociones, de ahí el auge de discursos reaccionarios que apelan continuamente a los sentimientos y que acaban recurriendo a la descalificación, al insulto y al hooliganismo. En el ámbito de la publicidad es igualmente notable las alusiones a la parte emocional del individuo para convencernos de que ese producto es necesario en nuestras vidas. El ámbito educativo tampoco escapa a esta fórmula y ahora lo prioritario reside en el mal llamado bienestar emocional, a saber, comodidad emocional.

Estamos muy lejos de que este sea el nuevo siglo de las luces, pero al menos trabajemos para no vivir por siempre a oscuras.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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