Inteligencia humana bajo duda

Inteligencia humana bajo duda

He oído desde la escuela, y con gran obsesión, la repetida letanía de que los humanos somos animales racionales, pero después de viajar por muchos países repletos de conflictos, desde Yemen hasta Myanmar, me doy cuenta, y con decepcionante dolor, que tal afirmación es una gigantesca tomadura de pelo. Si fuéramos tan racionales como nos han inculcado, haría ya milenios que no tendríamos guerras ni abusos de poder. Los estudios en evolución humana no paran de idolatrar la expansión cerebral como un éxito de nuestra racionalidad, pero la cosa va al revés, y es que nuestra humanidad no progresa adecuadamente. Somos más emocionales que racionales.
Los cambios climáticos provocan presiones evolutivas, y quizás ésta fue la causa de la aparición de nuevos parientes nuestros. El paleoantropólogo Lee Berger propuso una hipótesis al respecto en el 2001. En su libro In the Footsteps of Eve planteaba que hace entre 3 y 2,5 millones de años una fuerte intensificación del frío en el planeta volvió a reducir las selvas en el trópico y a expandir sus sabanas. Posteriormente se ha visto que con anterioridad a los 2,5 millones de años se fueron produciendo distintos procesos de enfriamiento global relacionados con el cierre del istmo de Panamá. Éste culminó hace unos 2,7 millones de años produciendo la separación definitiva de las aguas del Pacífico y del Atlántico reestructurando la circulación oceánica y atmosférica en el Hemisferio Norte. Aquello hizo aumentar las precipitaciones en latitudes altas, el enfriamiento del Océano Ártico y el crecimiento de su banquisa y de los hielos por Groenlandia. Todo este progresivo enfriamiento culminó con la alternancia de períodos fríos y cálidos que caracterizan el clima durante los últimos 2,58 millones de años.
En el Rif africano esto comportó su máxima desecación hace aproximadamente 2,5 millones de años, lo que implicó que muchas especies selváticas fueran reemplazadas por otras de sabana. Así como hoy en día bonobos, chimpancés y gorilas se encuentran en recesión junto con sus bosques, por entonces el declive afectó a algunos grupos de colobos, cercopitecos y australopitecos. Quizás al estar muy especializados no pudieron adaptarse a la nueva situación. Para el resto de simios, las posibilidades de supervivencia eran dos, o especializarse de nuevo o volverse más generalistas. Y eso es lo que parece que ocurrió. De aquellos grupos simios bípedos y marchadores, surgieron dos alternativas evolutivas. Una rama se convirtió en muy especializada, robusta y de encéfalos pequeños, mientras que otra se volvió más generalista, grácil, ya la larga, de mayor volumen cerebral, una hipótesis que es al menos bastante amable.
La primera tendencia especializada correspondió a los llamados parántropos, antiguamente conocidos como Australopithecus robustus y afines. Desarrollaron grandes mandíbulas con esmaltes gruesos adaptados a dietas abrasivas como las semillas y las raíces, aunque tampoco rechazaban las proteínas de insectos y pequeños mamíferos. Aun así conservaron la mayoría de características de sus antepasados, el grupo de los Australopithecus. Mantuvieron su bipedismo marchador, el tronco más de simio que de Homo, brazos largos y piernas cortas, pequeña altura, dimorfismo sexual acusado, caninos muy o totalmente reducidos, arco dentario en forma de herradura, y un cerebro muy pequeño. Parece que esta línea evolutiva se extinguió hace entre los 2 y 1 millón de años. Cabe también destacar que muchos de los restos hallados corresponden a ejemplares cazados e ingeridos por leopardos. Su mayor competidor por entonces, los babuinos, ocupa actualmente su hábitat. Por tanto hemos de suponer que este primate, el babuino, les ganó la partida a los parántropos. La evolución puede ser por igual un tren lleno de oportunidades que un atropello lleno de cadáveres.
La segunda tendencia evolutiva se convirtió en todo lo contrario que la anterior. Sus especies, en lugar de especializarse, ganaron mayor flexibilidad de adaptación por distintos ecosistemas, tanto en sabana como entre la protección de los árboles. Probablemente diversificaron más su dieta incorporando también más carroña y médula ósea. Esto condujo a una no intromisión con el gran competidor por los espacios abiertos, los babuinos, que, como hemos apuntado antes, desplazaron y substituyeron a los parántropos. A la vez, este grupo de simios supo reducir la depredación que sufrían sus congéneres parántropos frente a los felinos. Al mantener una vida eventualmente arborícola, y probablemente durmiendo en los árboles, quizás disminuyeron el riesgo de depredación. Sea como fuere, este grupo sobrevivió y hoy en día parece que fue el origen de los primeros simios con grandes cerebros. Entre ellos estaría alguno de nuestros ancestros. Por lo tanto, la encefalización se convirtió en la clave de esta evolución. De todas formas la encefalización provocó un mayor índice de riesgo en los partos al ser el cráneo mucho más voluminoso que la media del resto de simios actuales. El problema era que la cabeza pasaba apenas por el canal pélvico de la hembra y esto comportaba dificultades en el parto. Se cree que el pequeño Australopithecus afarensis, de un metro y algo de altura, ya sufría este problema. En cualquier caso, este inconveniente debió ser, evolutivamente hablando, menor que sus contrapartidas: la tasa de reproducción de los encefalizados aumentó, es decir, y con ello, nuestros ancestros aumentaron la probabilidad de perpetuarse como especie. Pero llegados a este punto cabe preguntarse por el concepto de la encefalización y si éste no ha resultado al cabo un artefacto antropocéntrico.
El peso medio del encéfalo de australopitecos, chimpancés y gorilas se estima entre los 400 y 600 gramos. El nuestro es de unos 1300 gramos, más del doble. Pero si lo comparamos con los 5700 gramos de un elefante, quedamos muy lejos del máximo. Es decir, el valor absoluto del cerebro no sirve para discernir un mayor o menor grado de encefalización entre los mamíferos. Otra forma de abordarlo es a partir del Cociente de Encefalización (EQ). Éste se computa al dividir el peso del cerebro por el peso corporal. Pero entonces resulta que, aplicando este parámetro, un ratón está más encefalizado que un humano actual. Nosotros poseemos un EQ de 0,015 mientras que en un roedor es de 0,1, casi diez veces superior. Es decir, la relación entre peso corporal y cerebral entre roedores y mamíferos pequeños es mayor que entre los mamíferos grandes como nosotros. La pendiente que relaciona ambos pesos sigue distintas tendencias entre unos y otros. En fin, que el EQ no sirve tampoco para determinar quién posee un mayor cerebro.
Por último se estableció un nuevo parámetro llamado índice de encefalización (IE). En él se divide, y en grupos taxonómicos concretos, el Cociente de Encefalización observado respecto al Cociente de Encefalización estimado. Este valor se compara con la recta de regresión del grupo entero y se observa si está o no por encima de la normalidad. Así se analiza por separado el IE de los primates respecto a otros mamíferos que presentan distintos índices de crecimiento corporal y cerebral. Si este IE es superior a 1 consideramos a la especie con un cerebro mayor de lo normal, y por tanto encefalizado, mientras que si es inferior a 1 pues al revés. Australopithecus africanus y afarensis rondaban el 1,3, los parántropos el 1,5, Homo erectus y afines el 1,9, la mayoría de cetáceos el 2 y los humanos actuales el 2,9. Podríamos decir, y bajo estos cálculos, que los Homo actuales ostentan un cerebro tres veces superior a la media de su grupo evolutivo. Es decir, que la encefalización no representa un artefacto conceptual ya que las matemáticas nos describen con un mayor cerebro del esperable. Ahora sólo falta que cada uno lo utilice con efectividad.
Fuente: educational EVIDENCE
Derechos: Creative Commons
1 Comments
Tras leer este artículo y otros, referente a la especie Homo e intentar definir que es la llamada Inteligencia, siempre he tenido la sensación de que ese concepto no está correctamente definido, al menos, en lo que respecta no solo referente a una actividad «mental» de «homo» sino que le falta la amplitud que englobaría a todo el resto de seres de las diferentes ramas filogenéticas. Es decir, si queremos estudiar un «fenómeno» vital, de una determinada especie, no podemos dejar a un lado al resto de seres, que, como nosotros, han desarrollado y desarrollan esa actividad a la que definimos como «inteligencia». Y siguiendo el procedimiento científico, y lógico, lo primero que se me ocurre es que esa actividad, y la consiguiente evolución de esa actividad, es el aseguramiento de las fuentes energéticas y la capacidad de procreación, que son, en definitiva, el que determinará, que una determinada especie o «ser» continúe vivo. En principio es esa cosa, no es otra.
Y a partir de ese análisis, ya se verá si esa especie se asegura o no esas fuentes energéticas y su capacidad de procreación. En el momento actual, tal parece que su interacción con su biotopo y con el resto de seres, ha llegado un momento en que la alteración físico-química de ese biotopo está provocando serios problemas, que seguir aumentando, no puedan revertirse. Entonces, se nos ocurren más preguntas relativas a las «ventajas» de esa actividad que llamamos «inteligencia». Cada día tengo más dudas, no ya de esa actividad, que en principio serviría para «resolver problemas», sino de sus consecuencias, es decir, que no resuelve problemas tan eficientemente como a escala global, planetaria, seria de esperar. RAM 13-05-2025