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- 22 de octubre de 2025
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Institutos-Escuela: el Neverland educativo catalán

Alargar indefinidamente la estancia de las futuribles generaciones adultas en el Neverland de Peter Pan es robarles el futuro. Foto: nini kvaratskhelia. / Pixabay
Empecé el bachillerato con 10 años. Habíamos dejado atrás la escuela y pasamos de ser los mayores de los pequeños a convertirnos en los pequeños de los mayores. Todo un ritual de tránsito. Nuevos compañeros, nuevos profesores, nuevos estudios… Claro que siempre hay quien prefiere ser cabeza de ratón que cola de león, pero sabíamos que ya éramos de los “mayores”, o eso pensábamos. Y esto era lo que queríamos. Eran 4 años en la escuela y 7 en el instituto.
Después vino el modelo EGB→BUP/FP, 8 años de EGB, en la escuela, y 4 (BUP+COU) o 5 (FP1+FP2), en el instituto. Y hasta la fecha, con el modelo LOGSE, 6 años de Primaria, en la escuela, y 4 de ESO y 2 de Bachillerato o CFGM, en el instituto. A grandes rasgos, pues, 6 de escuela y 6 de instituto.
Estos agrupamientos nunca son arbitrarios; al menos de entrada, responden a la intención de adaptarse a las diferentes etapas «naturales» de crecimiento y maduración intelectual y psíquica del alumnado, de acuerdo con la idea de la educación como un recorrido progresivo, de menos a más, tanto en lo que se refiere a la edad como a los contenidos curriculares. Hay también elementos del propio ideario educativo que inciden en este proceso, orientados hacia la consecución de los objetivos trazados. Y si resulta que desde el ideario no se ha leído bien la realidad sobre la cual se aplica, entonces el invento se va al traste. Dicho de otro modo, si pensamos, por ejemplo, que jamás hay que obligar a los niños a aprender a multiplicar, porque creemos que forzarlos afecta negativamente a su estabilidad emocional, porque estamos convencidos de que lo aprenderán por su cuenta o porque consideramos que aprender a multiplicar no es importante, lo que ocurrirá entonces será, simplemente, que nadie aprenderá a multiplicar.
Teníamos, pues, que en el actual sistema educativo se está seis años en la escuela y otros seis en el instituto. Pero en Cataluña, siempre tan educativamente innovadora, esto tiene fecha de caducidad. O mejor, ya ha caducado.
Hace ya un tiempo que los expertos educativos áulicos catalanes detectaron que del paso de la escuela al instituto pueden surgir traumas de los que dejan secuelas psíquicas indelebles en el alumnado: cambio de compañeros, cambio de maestros a profesores, agrupación por materias o asignaturas y, atención, corrección de los errores con bolígrafo rojo (!). ¡Vaya por Dios! ¿A quién se le ocurre? «Corregir» y «rojo»: un cóctel demoníaco. ¿Pero no habíamos quedado en reintroducir socialmente el «bon sauvage» del gran Rousseau? Y ahora que ya casi lo teníamos, ¡castaña pilonga!, se van al instituto, los ponen en un aulario y los hacen sentarse, callar y prestar atención a unas explicaciones que no les interesan para nada… Fatalmente traumático para cualquier ser con un mínimo de sensibilidad.
Y es que, aunque no se sabe por qué diantre, los docentes de Secundaria siguen todavía pensando, en pleno siglo XXI -¿qué cosas, verdad?-, que a la escuela se va a aprender a leer y a escribir, a entender lo que se lee y escribe, a sumar, restar, multiplicar y dividir, amén de otras naderías que, como es bien sabido, en nada ayudarán a la estabilidad emocional ni a la felicidad de la muchachada. Y, claro, después de seis años recortando y pegando mariposas de cartulina entre corro y corro, practicando la ortografía «natural» y preparando la fiesta del solsticio de invierno, el Carnaval y las colonias de verano, resulta que no ha quedado tiempo para nada más. Y de comprensión lectora y aritmética elemental no es que vayan precisamente sobrados, sino trágicamente faltados. El trauma está servido. ¿Cómo remediar tal aberración?
El Departament d’Educació ya hace años que tiene la solución, y la ha ido «implementando» -ay, esta palabra taumatúrgica- a lo largo de los últimos años, hasta convertirla en una realidad. Pero, atentos, aquí nada es lo que parece. No se ha intervenido ni se ha hecho nada para garantizar que en Primaria se enseñe y aprenda lo que se supone que corresponde. No. Justo al revés. Quien no hace lo que debe es el instituto. La apuesta ha sido suavizar y ralentizar esta transición tan traumática prolongando la estancia de los alumnos en la escuela durante toda la ESO. Es decir, convertir la ESO en una extensión de la Primaria. A esto se le llama institutos-escuela.
O sea, en esencia, escuelas de Primaria que organizan e imparten Secundaria bajo el modelo y criterios de Primaria, a los que se han de adaptar los profesores de Secundaria que les cae en desgracia un instituto-escuela como destino: proyectos, ámbitos, aprendizaje por descubrimiento, flipped classroom, aulas que parecen merenderos y experimentos pedagógicos innovadores a tutiplén. Así los alumnos no se darán cuenta de que han cambiado de etapa. Esto, como mínimo, debe reconocerse que lo están consiguiendo.
Hay que añadir también que el profesor de Secundaria destinado a un instituto-escuela está en una situación no sólo peor profesionalmente, sino también laboralmente. Profesionalmente, por el control inquisitorial a cuyo cargo está la detección y erradicación de cualquier desviación herética de la ortodoxia pedagogista; laboralmente, porque no es raro que se les ponga horario de Primaria –si reclama, queda señalado- y jornada lectiva partida. Esto por no hablar de los maestros de Primaria que imparten ESO, lo que es manifiestamente ilegal, con la entusiasta complacencia de la Administración. Un auténtico territorio comanche...
… Y un paso de gigante hacia la primarización de la Secundaria y la culminación del sueño húmedo tan largamente codiciado por los pedagogistas y algún sindicato: el cuerpo único docente. Da igual que a menudo sea con los claustros y las familias en contra. Nocturnidad y ley del embudo. Y decimos que ésta es la apuesta porque, lo siento, no verlo es estar ciego: ya hace años que la práctica totalidad de centros de «nueva» creación son exclusivamente instituts-escola. Desde que ERC tiene la Consejería. Sí, cierto, ERC ya no está, pero, ¿hay alguna diferencia?
Y por si fuera poco, al ideario pedagogista «dogmático» se le añade el interés economicista «pragmático»: hay bajón demográfico y bastantes aulas de Primaria llevan ya tiempo vaciándose de alumnos. El mismo efecto, como es obvio, se está proyectando sobre la Secundaria. Pero no, en vez de aprovecharlo para poner orden tanto en Primaria como en Secundaria y, por ejemplo, bajar las ratios, lo que se está haciendo es cerrar líneas de centros públicos, en Primaria y en Secundaria. Mientras tanto, siguen convocándose oposiciones de Primaria. Adonde irán a parar está bastante claro: en el cuerpo único docente sobran los de Secundaria.
Puede que empezar el Bachillerato con diez años tal vez fuera prematuro. No digo que no. Se nos trataba como adultos cuando ni siquiera éramos adolescentes. Y más que probablemente en ciertos casos fuera traumático. Pero de eso hace ya muchos años y es agua pasada. Y si resulta que la cosa ahora va de tratar a los adolescentes y adultos como niños, pues no sé, pero me da que para este viaje no hacían falta alforjas.
A algunos se les robó la infancia, de acuerdo. Pero alargar indefinidamente la estancia de las futuribles generaciones adultas en el Neverland de Peter Pan es robarles el futuro. En Neverland el tiempo no corre; en nuestro mundo sí. Si llegas demasiado pronto, siempre puedes esperar; si llegas demasiado tarde, has perdido el tren.
Fuente: educational EVIDENCE
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