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  • 25 de junio de 2024
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(II) La tertulia de Pombo: el aire de otro tiempo

(II) La tertulia de Pombo: el aire de otro tiempo

(II) La tertulia de Pombo: el aire de otro tiempo

Jacinto Benavente. Memorias de un madrileño. Puestas en acción en cinco cuadros. Dibujos de Agustín Segura. Revista Semanal La Farsa, Madrid, 9 de Febrero de 1935, Núm. 386, pág. 73.

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Eduardo Alaminos

 

Sobre el Café de Pombo y la tertulia pombiana, la escritora y periodista Carmen de Burgos, conocida como Colombine, expuso varias consideraciones que podemos situar en un doble plano; el de su realidad física y emocional y el de la sociabilidad y significado que tuvo. Dedicó aquellas líneas tanto al Café concreto como al primer libro que Ramón Gómez de la Serna, con quien compartió vida, literatura y viajes, publicó sobre él y su tertulia, Pombo (1918).

En el periódico Heraldo de Madrid (16 de enero de 1916, núm. 9.177, pg. 3.) en la columna que escribía bajo el rubro “Femeninas”, se lamentaba de la falta de lugares que sirvieran de “refugio a la mujer para que pueda descansar en medio del ajetreo de la ciudad con un poco de libertad y distracción […]. No hay entre nosotros –escribe– la costumbre de que la mujer haga vida de Café […] carecemos de esas casas de té, democráticas, de las que está lleno Londres, y en las cuales se mezclan los diversos públicos de la ciudad a determinadas horas […]. No tenemos tampoco aquí esos Cafés de Francia y de Italia, tan brillantes y llenos de libertad, en los que la mujer entra, sale, lee y escribe, sin llamar la atención […]. Aquí las mujeres que más concurren a los Cafés son las mujeres artesanas […]. La mujer siente ese reparo tradicional en nosotras que impide la convivencia con los hombres. A lo sumo, se atreven a entrar en alguno de esos Cafés, discretos, apartados, apacibles, que conservan la tradición de sus ciudades”. Por artesanas debemos entender artistas.

El resto del artículo se centra más bien en la realidad física, humana y emocional de Pombo cuando lo compara con otros Cafés europeos. Aquellos Cafés que, en palabras de George Steiner, definían lo que fue la Europa de entonces, espacios de sociabilidad, donde se escribía, filosofaba y charlaba con libertad. De los jóvenes que pasaron por Pombo, Tomás Borrás subraya que “aprendieron libertad”[1]. “Cafés –escribe Colombine– como ese viejo Café Flexing, de Brujas, donde se guardan los recuerdos de Rubens, y ese Café Greco, en Roma, el Café de los artistas, que conserva su aspecto romántico y primitivo en medio del esplendor moderno de la ciudad, y que solo puede compararse con nuestro admirable Café de Pombo, misterioso y recóndito, en el que parece que hay un tesoro oculto, y en cuyo interior se pinta un cuadro de Manet, de Cézanne, de Degas, o de Renoir”.

Probablemente estas últimas palabras de Colombine propiciaron en Ramón la idea de que Pombo –su Café– “misterioso y recóndito” –al modo de las vitrinas d´orsianas cargadas de recuerdos y anécdotas– tendría que tener también su cuadro referencial, siguiendo la pauta de los artistas citados, que con tanta fortuna habían ido creando la iconografía moderna y psicológica del Café: sobre todo Manet y Degas. Otra cuestión es por qué eligió a un artista como José Gutiérrez Solana.

Con el seudónimo de Perico el de los Palotes, otro de los varios que utilizó Carmen de Burgos, publicó esta años después también en Heraldo de Madrid (8 de julio de 1918, núm. 10.076, pg. 2) un artículo en el que reseñaba dos libros de Ramón aparecidos en ese mismo año, Muestrario y Pombo.

A propósito de este último, Colombine aborda el significado de aquella tertulia. “Pombo –escribe– es un libro de grupo, un libro lleno de historias privadas y secretas; pero que desmintiendo lo que se podía prever frente a un libro así resulta un libro también para todos, y que corrige la idea de que solo de generalidades y abstracciones debe estar lleno el Arte. Este libro, en que se ve vivir a una tertulia de artistas y amigos, más que de un modo profesional de un modo humano y sencillo, tiene un encanto aun para aquellos que los desconozcan por completo. […]. De tal modo es extraño el valor que toma su ambiente reproducido con integridad, con sus puerilidades, sus paradojas y hasta sus bostezos, que es indudable el valor que irá tomando este libro pasado el tiempo, aun cuando muchos nombres se tornen completamente desconocidos. Estos que ya no encontrarán ni el sitio de la tertulia, encontrarán en este libro el aire de otro tiempo […]. El antiguo Café y botillería de Pombo se convierte en este libro en una cripta llena de densos efluvios del espíritu de los hombres, de las cosas, de lo inefable, del tiempo, del ambiente, y resulta un local abrigado y sugeridor”.

Los dos artículos de Colombine reflejan, en esencia, la temporalidad tanto del Café de Pombo como de la tertulia ramoniana. El segundo casi podríamos considerarlo también complemento o respuesta a la extensa y sentida semblanza –etopeya– que Ramón hizo en Pombo sobre la escritora, una biografía condensada, que culminaba con esta expresión: “¡Qué bien la sienta Pombo (Sobre todo cuando va vestida de raso Liberty)”.

Muchos años después, en 1934, Jacinto Benavente estrenaba el 8 de noviembre en el Teatro Lara de Madrid, Memorias de un madrileño (en cinco cuadros). Esta obra se publicó en la Revista Semanal La Farsa (editorial Estampa) ese mismo año, ilustrada con dibujos de Agustín Segura y cuatro fotografías del montaje. El cuadro 5º, y último, se abre con un dibujo en cuyo pie reza: “Una parte del Café de Pombo. La más a propósito para el movimiento escénico”, seguido de la acotación a esta escena única donde se lee: “(A una mesa, sentados, un joven y una joven de estos de salud y cultura. Él con camiseta sin mangas y la americana sobre los hombros. Ella muy ondulada y muy platinada. Él tiene el brazo unas veces por la cintura de ella y otras sobre el hombro. Toman café con leche. Ella de cuando en cuando le ofrece a él un sorbo, en su vaso o con la cucharilla. Muy amartelados toda la escena, como si estuvieran solos en el café. A otra mesa, un joven literato con un vaso de café puro delante y un montón de cuartilla, armado de una estilográfica, escribe y fuma; más fuma que escribe […]”.

Si fijamos una mirada “costumbrista” sobre estos textos –los de Colombine y el de Jacinto Benavente– o si los contemplamos exclusivamente bajo una perspectiva de género, percibimos en primer lugar la transformación temporal operada en ese contexto de sociabilidad al que nos hemos referido al comienzo y, con matices, ya advertimos un cambio en lo concerniente a la presencia femenina que tanto anhelaba la escritora para estos espacios, los Cafés.

Pero también el cambio lo percibimos  en el modo de representación del propio Café de Pombo. Frente a la iconografía aportada por Ramón en su primer libro dedicado a él, de carácter eminentemente “naturalista” acorde con aquella fisicidad “misteriosa y recóndita” –(dibujos de Romero Calvet o Mariano Espinosa)– o la posterior de Solana, la “esquemática” de Antonio Segura presenta una cierta abstracción, moderna, que le asemeja a un diseño arquitectónico o a los de los catálogos de muebles de la época. Sin embargo, cabe la posibilidad de entender como ha señalado Ricardo Fernández Romero que Benavente al utilizar como escenario el Café de Pombo “afirma con ironía la resistencia de las viejas formas frente a las nuevas”[2]. La ilustración de Segura vendría a resolver esa contradicción.

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[1] Ramón Gómez de la Serna. Descubrimiento de Madrid. Edición de Tomás Borrás. Madrid, Ediciones Cátedra, 1992: 16.

[2] Fernández Romero, R. (2012). “Madrid era una fiesta. La escritura autobiográfica de Jacinto Benavente: Memorias de un madrileño (1934) y Recuerdos y olvidos (1959)”. Hecho Teatral, (12), 5-33.

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(I) Retratos de una tertulia: Pombo


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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