• Opinión
  • 21 de octubre de 2024
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Homilías laicas

Homilías laicas

LA GRAN ESTAFA. Sección de opinión a cargo de David Cerdá

Homilías laicas

HANSUAN FABREGAS. / Pixabay

Licencia Creative Commons

 

David Cerdá

 

Hay docentes que se dicen inclusivos al tiempo que excluyen a sus alumnos de acceder a las herramientas de conciencia y reflexión que necesitan para ser verdaderos ciudadanos. Abanderados de falsa bandera del pensamiento crítico, dicen combatir la ideología como Amazon dice combatir la ineficiencia: para construir un monopolio que deje alrededor de sus posturas particulares un terreno baldío.

Hay por ahí ciertos docentes apretando fuerte los puñitos para sacar la asignatura de religión de los planes de estudio. Estos no son los que reivindican —se hace desde hace mucho— que la Iglesia salga de las escuelas, sino otros.  Uno sabe que no son los mismos porque, si bien la laicidad de las escuelas públicas puede argumentarse sólidamente, hoy sabemos que la incidencia de esa asignatura optativa es nula. Su contenido doctrinal es ínfimo —en muchos casos una capa de moralidad buenista—, su incoherencia con la moral objetiva y universal nuestros principios de convivencia—, inexistente, y ni la Biblia leen los chavales, porque eso sería demasiado leer, no sé si me entienden. Los que siguen con esta matraca —insisto, puede y debe debatirse, pero es el último de nuestros problemas— lo hacen por dos razones principales. La primera es que es batalla educativa de postureo, pegar pataditas a las farolas, pero suave, agitprop de barra de bar de los viernes. La segunda es que lo que intentan, estos toreros de salón, es inculcar su propia ideología, y para colmo llaman a lo que hacen, con notable sarcasmo, «promover el pensamiento crítico».

Hablamos de los profesores que llevan kufiya a clase — o la bandera de Israel, para el caso es lo mismo—, los profesores que enseñan el «pasado colonial de España en América» (sic), y los encantados con las charlas en las que se les dice a los alumnos varones que son todos unos violadores en potencia (queriendo descubrir en esto último un alarde de lógica, que ya hay que ser ignorante), los de «hay que educar en y para el decrecimiento». Hablamos de los docentes de homilía laica semanal sobre todos los asuntos que a ellos les agobian; los que asumen un interesado deber de colonizar las mentes de sus alumnos; los mismos que llaman «rojipardos» a quienes defienden la educación más que ellos desde posturas discrepantes. Son los reyes del siempre adoctrina el otro, yo educo: quienes llaman «objetividad» a dar a los alumnos las soluciones éticas y políticas de intrincados dilemas en forma de papilla única que ellos han regurgitado.

Si hay algo mainstream ahora mismo en la piel de toro es contarle a la gente que vivimos rodeados de fascistas: también resulta que hoy es hacerle el juego al gobierno. Pero no importa, porque ya no se trata de enseñar a los chavales a sospechar de todo poder, sino del que a ellos le parece, ni de criticar siempre al gobierno, como ciudadanos en curso de serlo, sino según, sin, so, sobre, tras. Les cuento cuál es la tesis de esta gente que falta para entender el puzle: el constructivismo, que cursa en esa enfermedad llamada relativismo, y sigue, como el día sigue a la noche, hasta la politización de los alumnos. Alumbrar políticamente a los alumnos es lo opuesto a politizarles, cavándoles la trinchera. La destrucción de la complejidad al pensar lo ético y lo político es uno de los grandes males de nuestro tiempo. Grandes nubarrones se ciernen sobre nuestra democracia y nuestras conquistas morales por culpa de este efecto. Estos falsos inclusivos no son parte de la solución, sino del problema.

Valga este breve artículo para recordar que es el pensamiento crítico: lógica, dialéctica, retórica y cognición básica. Si queremos que sean adultos en sus apreciaciones políticas, conformando una ciudadanía futura exigente con el poder (sin apellido) y no acomodaticia, lo que toca es enseñarles a pensar, a esquivar falacias y sesgos, y también a expresarse, fundamentalmente a dialogar, en vez de a repetir consignas. La tarea, en definitiva, es contribuir a su libertad, que exige que desarrollen un criterio tan informado como suyo. Qué deplorable que quienes dicen querer acabar con unas homilías, las religiosas, que ya ni existen, quieran enjaretar a nuestros educandos las suyas laicas.

Que la escuela no ha de ser neutral lo entendemos todos: en su intento de civilizar a toda persona más allá de lo que la lotería genética y socioeconómica ha determinado, es profundamente social y además debe serlo. Pero aquí hablamos de otra falta de neutralidad, basada en un constructivismo pueril, una pseudoagitación de jipis trasnochados y la cínica falta de fe en la capacidad que tienen los jóvenes para formar su propio criterio. «Anunciando el apocalipsis | Van de salvadores | Y se les dejas te pierden | Infaliblemente | Manipulan nuestro sueños | Y nuestros temores | Sabedores de que el miedo | Nunca es inocente» cantaba Serrat en una canción de descriptivo título: “Los macarras de la moral”.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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