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  • 13 de junio de 2025
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Eugenio d’Ors, defensor de Azorín

Eugenio d’Ors, defensor de Azorín

Eugenio d’Ors, defensor de Azorín

José Martínez Ruiz «Azorín». / Wikimedia. Autor: Isidro Fernández Fuertes – (1914-04-25). «Literatos españoles«. La Esfera (17). ISSN 1577-0389. From Biblioteca Virtual de Prensa Histórica (CC BY 4.0)

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Andreu Navarra

 

En mayo de 1915, Eugenio d’Ors publica en la revista madrileña La Lectura un importante ensayo para desagraviar y homenajear a la figura literaria de José Martínez Ruiz, “Azorín”. Pero empieza de un modo excéntrico, con uno de esos excursos radicales que son tan habituales en él, y que son como trucos de prestidigitación que solo entiende quien presta una atención especial.

Lo primero que encuentra el lector de este ensayo es un retrato del despacho de Joan Maragall, donde descansaban dos retratos, uno de Giner de los Ríos y otro, dedicado, de Miguel de Unamuno. Y luego escribe sobre el krausismo de uno de los maestros de Maragall, Josep Soler i Miquel. ¿Por qué? Para relacionar los embriones de clasicismo novecentista que se podían rastrear en la obra de Maragall y, por paralelismo, en la de Azorín, compañero de promoción: “Nada comprenderá de la historia moral de Europa en estos últimos tiempos quien no parta del principio de que el Novecientos significa una violenta reacción contra lo que se llamó—y conviene que antonomásticamente siga llamándose—»Fin de Siglo». Pero muchas cosas escaparán a quien no atienda a que en el «Fin de Siglo» se encontraba ya en calenturienta gestación el Novecientos…”.

Así pues, el excurso es un modo de presentar el meollo del texto: la idea de que Azorín es, como Maragall, un impulsor de las ideas novecentistas, pero desde una posición inicialmente simbolista. ¿Iba desencaminado? Diríamos que no, teniendo en cuenta la influencia posterior que Azorín ejercería sobre los narradores racionalistas, los poetas ultraístas y sobre el ramonismo. D’Ors considera el estilo azoriniano de una modernidad absoluta, limpia de nieblas románticas y devaneos post románticos: “En fin; una manifestación nueva y deliciosa de igual designio, una revelación de ese culto tan ardiente a la luz sin penumbra, de la pasión por lo vivo, neto y desnudo, de la voluntad, siempre alerta a percibir, recoger y fijar los relámpagos de significación, las hallamos en el sistema de exégesis de los clásicos que ha inventado Azorín. También él punza el pensamiento del viejo autor que examina, en tres o cuatro de sus momentos de corriente más rápida, de trayectoria más reveladora”.

D’Ors llega a considerar a Azorín como un alma hermana. La precisión azoriniana la relaciona con su propia tendencia a la miniatura, la brevedad y el conceptismo que caracterizan las glosas: “También él omite—sabe omitir, con un don de economía supremo—el derrame en que el pensamiento se adormece; mejor dicho, lo derrama de nuevo en un declive imprevisto, en el que más pronto le puede acercar a nuestra sensibilidad de hombres modernos, trabajada por las más sutiles experiencias y removida por las mejores culturas.”

Azorín acaba de publicar Al margen de los clásicos, y D’Ors siente una gran necesidad de relacionar su metodología racionalista y abreviadora con el estilo característico de Azorín: “Esos textos cortos, que juntos cogerían en un par de páginas, versos sueltos, frases dispersas, se extienden, cobran amplia significación, vienen a herirnos, a trabajarnos, a subvertirnos en nuestras preocupaciones, nuestros anhelos, nuestras pasiones de última hora.” Para Eugenio D’Ors, el Pequeño Filósofo no era solo un estilista, sino también un pensador, y por ello se zambulle en la cuestión del significado último de la depuración azoriniana.  El “peligro” que señala D’Ors en la crítica de su amigo es la caída en el subjetivismo: los personajes examinados por Azorín acaban pareciéndose demasiado a él, porque en realidad los considera espejos.

¿Cómo han llegado ambos escritores a 1915? ¿Qué les preocupa, dónde se encuentran? D’Ors acaba de perder sus oposiciones a cátedra en Barcelona, injustamente, en 1914: Ortega y Azorín lo invitaron a Madrid a ser homenajeado y a pronunciar una conferencia en la Residencia de Estudiantes (“De la amistad y del diálogo”, uno de sus textos más memorables y celebrados). Azorín ha defendido a capa y espada una posición aliadófila desde el inicio de la Gran Guerra, en cambio D’Ors ha preferido presentarse como un neutralista a ultranza, aunque simpatiza con los alemanes, y defenderá una postura pacifista, porque considera que la guerra es un enfrentamiento civil dentro de un mismo “Imperio” europeo. Un Imperio donde Alemania tendrá que acabar llevando la voz cantante.

D’Ors ha intentado trasladar (sin éxito, porque pedía demasiado dinero) a la revista España, y ha intentado dimitir de todos sus cargos en la administración catalana, fracasando también, porque Prat de la Riba (germanófilo convencido, por cierto) no le ha aceptado la dimisión. Azorín lleva unos años escorado a la derecha conservadora, ha roto con Maura y ha aceptado públicamente que La Cierva sea su patrón y mecenas. Muchos le critican que la política reaccionaria haya arruinado su rebeldía y su estilo literario. Pero D’Ors acude en defensa de su amigo, y escribe: “-¿Por qué Azorín condescenderá a veces con sus hostigadores hasta explicar por un cambio de criterio lo que en él podría ser explicado simplemente por un mudamiento en el campo de la atención? «Ayer fui revolucionario- nos dice en tales ocasiones el escritor dilecto y doliente—; hoy soy conservador: así me ha trabajado la vida…» ¿Por qué no decir: Ayer fui y hoy soy hombre en quien los valores de sensibilidad se han hecho supremos. Injusticia y desorden ofenden igualmente mi sensibilidad. Dime un día con preferencia a traducir mi irritación ante la injusticia; ahora más gusto de traducir mi irritación ante el desorden?». Lo ha explicado el especialista en Baroja y Azorín Francisco Fuster en su reciente biografía del escritor alicantino.

En su artículo (en realidad una serie de nueve glosas) D’Ors se propuso no sólo desagraviar a su amigo (como su amigo lo había desagraviado a él en el año anterior), renovar su propia propuesta estética, diagnosticar el carácter de una obra ya fundamental y difundir la filosofía azoriniana.

En definitiva, D’Ors convierte a Azorín en un espejo de las virtudes novecentistas, intentando acertar sobre las claves de la obra del alicantino: “Modernidad exclusiva. Europeidad nostálgica. Amor a la naturaleza cultivada. Amor al trabajo elemental. Sociabilidad amable. Epicureísmo en la simplicidad. Protesta contra la injusticia. Protesta contra el desorden…” No son habituales artículos orsianos tan largos y tan exhaustivos. Como siempre, no se le pudo negar sagacidad ni capacidad de síntesis.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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