Entre la vocación y la profesión

Entre la vocación y la profesión

Entre la vocación y la profesión

Solo con pasión o vocación no se sobrevive

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Licencia Creative Commons

 

Antoni Hernández-Fernández

 

Hacen falta docentes desde hace tiempo. Sobre todo, en tecnología, matemáticas y algunas ramas técnicas de formación profesional (FP). Aunque recientemente se han ido sumando a la escasez otras especialidades: ya hay más plazas que aspirantes en muchas oposiciones. Será que las aireadas vacaciones y las condiciones laborales del gremio no compensan tanto.

Aproximadamente la mitad de los alumnos del máster de profesorado de tecnología y FP que tengo delante, a los que antaño llamaba con cariño predocentes, están ya dando clase. Me los quitan de las manos. Y aun así siguen sin cubrirse muchas sustituciones. Igual te suena porque quizá te llegó tu hijo a casa explicándote que tiene en su horario lectivo un nuevo hueco. Porque no hay profe para cubrir al de baja. Bastantes bolsas de interinos están vacías.

Los predocentes son ahora docentes antes de finalizar su formación. Porque el sistema necesita reclutar como sea. Tengo así una contradicción semántica y un reto. La contradicción lingüística la resuelvo rápido, eliminando el prefijo pre– o dejándolo entre paréntesis, en tránsito. El reto es más difícil: en poco tiempo, y las urgencias no son buenas en la educación, debo pertrecharlos de conocimientos, recursos, herramientas, estrategias didácticas y de gestión de aula que les sean útiles en clase.

Ante la excepcionalidad de la situación, en una carencia social derivada en parte de la falta de previsión de los administradores públicos, ya que el sistema admite contratar (pre)docentes, ¿no debería permitirse la convalidación del prácticum a los estudiantes de máster de profesorado que acrediten haber impartido clase? ¿Facilitar un poco su entrada en la educación? No vamos tan sobrados de efectivos. Porque el prácticum del máster para muchos llega tarde: las prácticas tuteladas en centros educativos oficialmente deberían ser el primer contacto con la realidad del aula, en un intento de aprendizaje progresivo de la profesión bajo la supervisión de docentes experimentados.

Antes los (pre)docentes, extirpado el prefijo, a menudo empezaban en centros chungos, llamados ‘de alta complejidad’, en plazas ‘de difícil cobertura’ o con algún otro eufemismo al uso, de esos que pretenden ocultar la dureza de destinos que no quiere nadie. La trinchera educativa. ¿Por qué enviar a los menos preparados a lo más difícil? ¿Para desanimarlos?

Algunos abandonan sin más. Si aguantan en el oficio, los hay que cambian de centro ante la adversidad. Cuando descubren el embolado. Porque pueden y porque son humanos. Dejan contextos complejos, escuelas desbordadas, proyectos de centro en los que no creen o que no les interesan. O, simple y llanamente, se piran en aras de su comodidad o de su salud mental y física. Porque no les compensan determinados esfuerzos o suplicios. No les juzgo. Entrar en la profesión no es un cheque en blanco.

La vocación tampoco. Porque los hay que se quedan pese a los contratiempos y las dificultades. No renuncian. Creen en lo que hacen y no se arredran, aunque el entorno les sea desfavorable. Les admiro. Sin saberlo, agazapados y anónimos, son en realidad los adalides de una sociedad que se derrumbaría sin ellos. Luchan donde otros tiran la toalla. Subsisten, aprenden y mejoran. Con agallas intentan sacar del pozo social a los más desfavorecidos, otorgándoles una oportunidad. Gracias.

Pero solo con pasión o vocación no se sobrevive. Ni con agradecimientos o palmadas en la espalda. Al inicio del máster suelo preguntar cuántos están allí por vocación. La mayoría cursan el máster sólo para tener una salida laboral más. Pero nuestra función, más allá de vocaciones educativas más o menos religiosas, es preparar profesionales. Desterremos mitos y magufadas de la docencia, suministremos técnicas y metodologías pedagógicas eficaces, ayudémosles a labrarse un futuro en la educación.

Defiendo la formación inicial del profesorado. Me esfuerzo y creo en la relevancia de mi función social: debemos conectar con las necesidades reales de los (pre)docentes. No los abandonemos a su suerte, ayudémosles con nuestra experiencia y conocimientos. Que aunque de los errores se aprenda mucho, no es necesario aprenderlo todo a base de palos. Déjame ayudarte a ser un buen profesional.

Como todo trabajo, la docencia puede ser una profesión maravillosa si te gusta, u horrenda si no. La vocación es un extra, no es imprescindible. Ni justifica aguantarlo todo. Como mínimo no desanimemos a los motivados, no cercenemos la pasión de los neófitos. Pero puedes ejercer sin vocación, con profesionalidad, con eficiencia. Lo vocacional no es lo opuesto a lo profesional. El objetivo puede ser simple: no salir peor de lo que entraste en el aula. Si además sales mejor, fantástico.

Se suele decir que las situaciones a las que nos enfrentamos son impredecibles. Obvio. Pero sí hay sucesos probables, estrategias, métodos y técnicas que funcionan en el aprendizaje o en la resolución de conflictos. Las soluciones mágicas no existen, pero mostremos al menos técnicas y metodologías contrastadas. Una educación basada en pruebas científicas es posible.

Dice también la RAE que la didáctica es “el arte de enseñar”. Ciencia, arte, o ambas, nuestra misión en la formación inicial es proveer a los (pre)docentes de todo aquello que esté en nuestra mano, avituallarles con lo que preveemos necesitarán. No perdamos el precioso tiempo de la formación inicial.  Forjemos profesionales. Se necesitan muchos.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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