- A pie de aula
- 8 de septiembre de 2025
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El bachillerato dantesco

El bachillerato dantesco
O de los estragos de la carestía de plazas universitarias en determinadas carreras y las infladas de nota de los centros privados, más algunos consejos finales

No hay un solo bachillerato. Hay muchos en ese tránsito, en la mitad de la vida académica, parafraseando a Dante. Y son bien diferentes, según las latitudes, las especialidades y, sobre todo, lo que los alumnos pretendan hacer tras finalizarlo.
No entraré aquí en el drama de los que se quedaron por el camino. Que las aristas del abandono y el fracaso escolar, o el famoso tema de la meritocracia son muchas y afiladas. Lo que sigue se refiere, principalmente, a los padecimientos de los que, habiendo llegado al bachiller, quieren estudiar en universidades públicas, porque no pueden costearse las privadas, con notas de acceso que están por las nubes. Su pecado original es querer ser médicos, odontólogos, ingenieros aeroespaciales, matemáticos o físicos, por mentar solo algunas de las especialidades con notas de corte más elevadas en España, sin considerar los dobles grados universitarios, en este último caso, unos estudios diseñados, ya de partida, para escoger a muy pocos estudiantes capaces de sacarse dos carreras difíciles a la vez.
Para empezar, el sistema universitario público debería aumentar las plazas de carreras en las que no se están cubriendo las necesidades sociales. Es bien conocido el caso de la medicina. Debemos importar médicos, pues no se gradúan los suficientes, sobre todo en determinadas especialidades. Ante el panorama, las universidades privadas (nacionales e internacionales), en auge, hacen su agosto. Para el que puede pagarlas, claro. Más oferta pública, en medicina como en otras carreras muy demandadas y fundamentales, impactaría en los que por centésimas van a seguir sin poder salir de su particular círculo dantesco.
¿Estadísticamente no sería significativo? No, pero sí para la vida de las personas que gracias a ese nimio aumento podrían intentar realizarse y, de paso, ayudar a resolver un problema en el país. Ese necesario aumento de plazas, no obstante, repercutiría en unas décimas, daría igual si fuera un punto menos, en las notas de corte, pero no aliviaría los ánimos, los nervios o la presión que sufren los bachilleres. Los desdichados que se ven sumidos en la competitividad salvaje de la escasez. No se pueden permitir pinchar. Lloran si “solo” sacan un notable. Sufren, y se derrumban, pues saben que aquel pírrico éxito no les basta.
Las familias que pueden permitírselo han pagado antes una escuela privada, en la que garantizar una subida de nota generalizada en bachillerato (60% de la nota en España, siendo la selectividad el 40% restante) respecto a los institutos públicos, y unos profesores particulares de refuerzo, cuando les hizo falta. No ya para aprobar, sino para subir nota. Hay dopaje “meritocrático”. A los pobres, cuando están solos, les queda preguntar las dudas a algún gran modelo de lenguaje, a la IA generativa, de un tiempo a esta parte. Eso si tienen acceso a internet, por supuesto.
Es tal la desigualdad actual que deberíamos replantear que las pruebas de acceso a la universidad, la selectividad, como mínimo vuelvan a suponer el 50% de la calificación de acceso. Eso si no un 60% o un 70%, por las dudas. ¿Que te la juegas a unos pocos días? Sí, pero creo que si volviera atrás, preferiría jugármela ahí, aún sabiendo que ya voy con bastante desventaja respecto los que vienen dopados, los que han podido subir nota en múltiples intentos, con ayudas con formas muy variadas, como el diablo, solo porque podían pagarlo sus padres.
Los docentes, por cierto, recibimos correos electrónicos ya no solo de los padres, sino de las academias o de los muchos universitarios que sacan unas perras impartiendo esas clases de refuerzo. La presión, siguiendo el principio de Pascal, se transmite en todas direcciones. Nos llega.
Ahora bien, tampoco todos los profes de bachillerato son iguales. Los hay que se desviven por sus alumnos, que les enseñan, acompañan y consuelan si es necesario. Profesionales que intentan ser el bálsamo de Fierabrás del sistema. Pero otros, convertidos en guardianes de las esencias de sus materias, pierden la perspectiva: ¿por qué no redondear a 7 ese 6.2 del alumno que trabajó bien todo el curso? Eso no es inflar la nota, es ser justo. Y, en caso de impartir clase en la escuela pública, acordarse de lo que pasa en el sector privado. ¿O a 6 aquel 6.8 del que no entregó casi ninguna tarea, aunque luego supere los exámenes? Eso no es penalizar, es de justicia, en este caso con los estudiantes que sí se esforzaron. Porque a veces los docentes se ven forzados moralmente (o por decisión de la junta, por otras presiones…) a aprobar a alumnos, pero luego el que sacó el 5 y pico no pasa al 6, o el que sacó el 6 no pasa al 7, etc. Y que conste en acta que estoy generalizando en unas líneas realidades muy complejas y que, ante todo, conocen los que están ahí, cada uno en su trinchera educativa.
Pero vayamos con un par de consejos a pie de aula. Para empezar, personalmente siempre recogí en mi programación esa posibilidad de redondeo (más/menos un punto, como máximo) en bachillerato, y la apliqué para valorar al final el esfuerzo de los estudiantes. Por cierto, en un mundo de potenciales quejas de los padres, especialmente, es mejor que estos sistemas de redondeo final queden por escrito y que lo sepan los alumnos desde el primer día. Sirven tanto para reconocer el trabajo del que se lo curró, como para penalizar al que se rascó la barriga a lo largo del curso. La evaluación formativa continua implica que el docente debería valorar ese trabajo, el esfuerzo, la constancia y el progreso en el aprendizaje. Con una buena evaluación, hasta un punto me parece adecuado. Y es una forma de poner luz y taquígrafos, con evidencias recogidas a lo largo del curso, a ese 4 que podría pasar a un 5, por poner el ejemplo extremo.
Otro tema son los exámenes finales para subir nota. Purgatorios generalizados en centros privados, en los públicos estadísticamente se hacen poco, dependiendo del docente. Las materias suelen ser acumulativas, por lo que además de la posibilidad de una evaluación ponderada trimestral (por ejemplo factorizando por uno el primer trimestre, por dos el segundo y por tres el tercero), al final de curso se puede plantear una prueba para subir nota, a la vez que la recuperación. Esa reválida de nuevo se debe recoger en la programación, explicar a los estudiantes con tiempo, etc. Además, sirve de entrenamiento para las pruebas de selectividad. Ahora bien, las condiciones de la prueba final de subida de nota, como las de la recuperación, deben estar muy claras.
En el caso de la subida de nota, debería ser voluntaria. Es absurdo (excepto por algo poco ético como no querer corregir exámenes…) amenazar a los estudiantes con bajarles la nota si sacan peor calificación que a lo largo del curso. Sí se les puede recomendar no entregar el examen, si ven que no les va lo suficientemente bien. Tal y como está el patio, mi recomendación es que el examen de recuperación y el de subir nota sean el mismo: del nivel de curso. ¿Y quién marca el nivel? Afortunadamente las pruebas externas de acceso a la universidad. Los docentes tienen muchos modelos. Es decir, se pone un examen final con las mismas condiciones de la prueba de acceso. Si hemos trabajado bien la materia a lo largo del curso, eso no debería ser un problema.
¿Y cuál es la nota máxima a la que aspirar? Si la recuperación es solo para aprobar, la subida de nota debería tener un límite. Pero, ¿y si no se pone límite alguno a la nota que lograr en ese examen final? Les aseguro que con un examen bien definido, el rendimiento del alumnado les sitúa muy bien, sin necesidad de poner límites. Jamás me encontré, en materias de ciencias y tecnología, un alumno que llegara a más de un 7 en una recuperación, ni que subiera más de dos puntos en una subida de nota final.
Pero, como en la Divina Comedia, tras los diversos círculos dantescos de la primaria, la secundaria y el bachillerato, llegarán otros. Lejos les quedan aún a los estudiantes las esferas del paraíso, aquellas donde recoger los frutos de los esfuerzos:
Y desde el grado que divide al medio
las dos separaciones, hasta abajo,
nadie por propios méritos se sienta,
sino por los de otro, en ciertos casos:
porque son todas almas desatadas
antes de que eligieran libremente.
Bien puedes darte cuenta por sus rostros
y también por sus voces infantiles,
si los miras atento y los escuchas.
Dudas ahora y en tu duda callas;
mas yo desataré tan fuerte nudo
que te atan los sutiles pensamientos.
(Dante, Divina Comedia, Paraíso, Canto XXXII, versos 40–51).
Estudiantes: y cuando alguien intente quitaros mérito a todos esos años invertidos, minusvalorando o desprestigiando vuestros logros, sudores y padecimientos, no dudéis en enviarlo a algún doloroso círculo, hallaréis siempre alguno adecuado.
Referencia:
Dante Alighieri, Paraíso, Canto XXXII, vv. 37–51, en La Divina Comedia. Traducción al español de: https://freeditorial.com/es/books/divina-comedia/
Fuente: educational EVIDENCE
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