• Opinión
  • 17 de junio de 2025
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Desorientados

Desorientados

Desorientados

Gerd Altmann. / Pixabay

Licencia Creative Commons

 

Andreu Navarra

 

En un twit desafortunado, un pedagogista afirmó que los malvados profesores excluían a los alumnos díscolos o violentos porque no soportaban dar clase a alumnado pobre o vulnerable. Se le escapó una frase tan clasista como esa y no supo reaccionar a tiempo: le resultaba obvio que todos los alumnos díscolos o violentos eran pobres, y lo eran porque eran pobres. No importa el nombre de tal lumbrera pedagogista, se le “escapó” este twit como se le “escapó” también a uno de los más importantes gerifaltes del logsismo y el lomloísmo que a un alumno de la provincia de Badajoz no se le debía explicar lo que se le debía explicar a un alumno del barrio de Salamanca. Estoy seguro de que se acordarán.

Este tipo de aberraciones clasistas no pasarían de ser bromas o chistes si no fuera porque en nuestra Ley Orgánica de Educación vigente se describe un “perfil de salida” ciertamente macabro y filosóficamente dudoso, por no llamarlo sórdido o directamente antidemocrático. Y por cierto que acaba de aparecer un libro en la editorial Herder, Observaciones sobre la desorientación del mundo, de Alain Badiou (Traducción de Guillem Usandizaga) que nos viene de fábula para entender qué está pasando en nuestro país cuando tantos intelectuales orgánicos y activistas supuestamente izquierdosos están diciendo estupideces tan notorias. Una de las líneas principales de pensamiento de Alain Badiou es que nuestra izquierda está completamente “desorientada” porque se ha distanciado de la razón emancipatoria y materialista de la que surgió en el amanecer liberal europeo.

Un capítulo entero de su ensayo versa sobre educación y su naufragio actual en casi toda Europa. Escuchémosle: “Me llega de todas partes la sensación de que la enseñanza, de la escuela a la universidad, también está hoy gravemente desorientada. En este punto voy directamente a mi diagnóstico: frente a una información omnipresente en las redes de todo tipo, que fomenta una pasividad total, incluso una sólida ignorancia (un aparato móvil responde por mí a las preguntas que me planteo o me plantean), la administración docente, en particular su dirección estatal, no hace nada que permita enseñar a la juventud, en su totalidad, qué es pensar, conocer y argumentar” (pág. 59).

En la página siguiente desarrolla su diagnóstico, y ustedes me perdonarán otra cita tan larga (la cursiva es del autor): “Sin embargo, el objetivo de una verdadera educación, como mínimo desde Platón, no es en ningún caso coleccionar respuestas externas, sino saber cómo pasamos, personalmente, y con nuestros propios recursos, de la ignorancia al conocimiento. Para Platón, el conocimiento no es un diccionario, y es justamente por eso por lo que su héroe, Sócrates, le gusta decir, que, en el punto de partida de una pregunta, es importante saber que no sabemos nada” (pág. 60). Por eso es tan pernicioso nuestro pedagogismo en su obsesión tecnopopulista, porque considera que la IA o la desinformación sesgada, incompleta, torrencial, lapidatoria, binaria, fragmentaria y manipulada pueden ser fuentes de conocimiento.

Se acordarán, supongo, también, de lo que dijo Pilar Alegría, nuestra ministra de Educación, aún, hace dos años, el pasado 28 de marzo de 2023: “Alegría advierte de que educar acumulando contenidos «ya no sirve» porque la Inteligencia Artificial es una realidad” (Europa Press). ¡Como si no fueran las redes sociales, las webs ignaras y la IA las que generan extremismo, contenido manipulado, cuando sabemos perfectamente todo lo que la IA inventa por desconocimiento. ¡Como si la IA misma no fuera acumulación de contenido estadístico!

Luego llegan las pobres almas que acusan de tecnófobos y luditas a los que piensan que para poder utilizar las herramientas tecnológicas primero hay que haber aprendido a leer y a pensar y a analizar el mundo… La apuesta oficial está sobre la mesa: ciberbasura para el alumnado mayoritario, pobre y oficialmente residual, y educación de verdad para las élites económicas deseosas de autorreplicarse.

El conocimiento no es información acumulada y lanzada al basural cognitivo. El saber necesita estructura y contraste dialogístico. El ser humano aprende junto a seres humanos. Hay un saber que se debe poder alcanzar en las aulas, y un falso saber histérico, patrocinado y omnipresente que lo distorsiona y pervierte todo: “El teléfono móvil lo sabe todo, y, por tanto, no conoce nada. Hoy en día, la educación debe empezar por desterrar radicalmente este tipo de falso saber, compuesto de opiniones incontrolables, y volver con más insistencia que nunca sobre los saberes problemáticos, aquellos que hay que aprender cómo frecuentar y cómo trazar uno mismo en ellos el camino del conocimiento” (pág. 60).

En definitiva, “el profesor es el guía de un viaje del pensamiento, y esa es la definición ideal de su oficio: mostrar cómo se pasa de la ignorancia al saber, no por acumulación de opiniones circundantes, sino por el descubrimiento de una capacidad personal, disponible en cada uno, capaz de seleccionar, en el torrente crónico de informaciones informes, solo lo que servirá para iluminar el complejo camino al término del cual podemos hablar de una verdad” (pág. 61).

El pedagogismo oficial español ha abandonado al alumnado pobre, porque quiere excluirle del pensamiento racional, los problemas humanísticos, el método científico y la participación cívica. La profefobia oficial no tiene nada de progresista, y de hecho más bien parece que se relacione con la oleada autoritaria y la obsesión antifuncionarial de las autocracias electorales hoy en el poder en Hungría, Estados Unidos y Argentina. Los pedagogistas que honradamente desean mejoras para el alumnado andan profundamente desorientados cuando se dedican a insultar y perseguir al profesorado trasmisivista o especialista. Pero es que en realidad son reaccionarios foucaultianos, al servicio de las corporaciones Big Tech y del gran capital. En cualquier caso, el debate es si lo saben, y disimulan, o si no se han dado cuenta aún de a quiénes sirven.

Las reformas competenciales europeas son un proceso clásico de concentración de capitales, y una reconversión laboral. Ya no lograrán tomarnos el pelo mucho tiempo más. En un país donde hay presuntas feministas marxistas defendiendo el velo islámico para las mujeres, donde hay tantos pedagogistas “socialdemócratas” organizando cazas de brujas contra quienes resisten a los ataques de clase de la OCDE y la banca, ¡Qué necesarias son estas palabras de uno de los fundadores del Partido Socialista francés! ¡Qué sano sería volver a Emma Goldman y a Karl Marx y enderezar el progresismo pedagógico hacia la defensa de la lectura y la reflexión colectiva! La revolución individualista del “Yo, yo, yo” les ha nublado la mente y confunden el interés de cada libido consumidora con los derechos civiles de todos. Ya ni siquiera saben lo que es un profesor, un alumno o un ciudadano. Sus sarpullidos deconstructivos los han conducido al cinismo más impresentable. Pero claro, para poder orientarse haría falta leer algo de filosofía política y arriesgarse a no poder pedir tanda para abonarse a los chiringuitos más lucrativos. La verdad es que, de tan desorientado, el pedagogismo español ya va causando vergüenza ajena.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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