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- 2 de mayo de 2024
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Del realismo a la tragedia: “Había del verbo a ver. Diario del instituto”, de Ánjel María Fernández
Del realismo a la tragedia: “Había del verbo a ver. Diario del instituto”, de Ánjel María Fernández
El problema es que pasen cosas como las que se describen en este libro, y miremos hacia otro lado
El sello Pepitas de Calabaza publica este crudo dietario de un profesor que ha perdido completamente la fe en el sistema educativo español. Recorremos junto a Ánjel María Fernádez un mundo laberíntico presidido por normas que no cumple nadie y rutinas que van minando la salud de los docentes y el alumnado, que terminan odiándose en un espacio maldito.
Desde hace algunos meses me dedico a compilar, leer y analizar distopías políticas. Desde Nosotros (1920), de Evgeni Zamiatin, a Enemigos del sistema (1978), de Brian Aldiss, pasando por Orwell, Pohl y todo tipo de fantasías imperiales, he ido tomando notas sobre todo tipo de infiernos ideológicos y campos devastados por el control social y el odio clasista. Les puedo asegurar que no he leído nada tan crudo como lo que narra este breve cuaderno de un docente que se despide lentamente, entre dolores musculares y pesadillas, de su profesión. A veces me he sentido identificado con sus penas (una vez trabajé en un centro tan grotesco y hostil que cuando traspasaba la puerta de entrada mi espinazo se contraía muy dolorosamente mientras yo podía oír cómo crujían mis propias vértebras), pero en otras ocasiones he echado de menos la visión humanística que puede servir de salvavidas y de nueva embarcación hacia el futuro, visión neoética que empapa, por ejemplo, la prosa de otro diario de clase reciente, Cuaderno de un profesor, de Alberto Royo (Plataforma, 2019).
A Royo le salvaron la música y la ironía, a Ánjel María Fernández lo ha salvado la escritura. Igual que a mí. Llegó un momento donde veía tantas locuras (palizas a niños con autismo, alumnos en crisis que trataban de suicidarse arrojándose por el hueco de la escalera, habitaciones donde se arracimaban menores desatendidos que no hacían nada durante horas, grupos que grababan espeluznantes vídeos pornográficos en los retretes de los institutos), vi tantas cosas terribles (en alguna ocasión me tocó declarar ante la policía por cosas increíbles que hacían chicos y chicas de catorce o quince años) que emborronar dorsos de exámenes con escritura abigarrada era la única manera de permanecer cuerdo.
Luego llegó otra fase de mi vida: a diario llaman o me escriben docentes que lloran, que han sido acusados en falso de los delitos inventados más inverosímiles, o que, sencillamente, son aplastados por unas condiciones desquiciantes, el ominoso silencio administrativo o el desprecio de algunos equipos directivos. Pero nunca he leído algo tan duro como este libro, algo tan desesperanzador y triste. Si analizo distopías es para tratar de comprender la malla sutil del poder en nuestra sociedad dementadora, y por eso supongo que la prosa cruda y sincera del autor de este dietario desciende hasta la confidencia más desnuda y brutal porque el contexto se ha vuelto ya demasiado esperpéntico. Si nos acercamos a la obra de Ballard u Octavia E. Butler es porque reflejan nuestros desórdenes internos y sociales, de la misma forma que este cuaderno esperpéntico es trágico y deforme porque lo es nuestra sociedad.
Hay demasiados docentes que no han sobrevivido. El testimonio reciente de una profesora me dejó entre perplejo y traumatizado: en su primer día en un centro, sin haber recibido ni una sola instrucción ni recepción, fue introducida en un aula en la que penaban cinco adolescentes de origen magrebí recién llegados, mezclados con otros cinco menores con un diagnóstico de Trastorno del Espectro Autista. Sin programa alguno, sin asistencia de ningún tipo, sin posibilidad alguna de comunicarse. Los chicos lloraban, no sabían por qué estaban allí, empezaron las crisis de ansiedad. Esta profesora era filóloga… pidió ayuda a Orientación: le dijeron que la escuela era “inclusiva” y que sólo la atenderían durante dos minutos. Que se apañara con nada, vamos. Llegaba a casa llorando, duró menos de una semana: baja por depresión. A menudo pienso en esos adolescentes, privados de sus derechos más básicos, pienso en las pequeñas distopías verticales que un ordenamiento público absurdo condena al sufrimiento. Pienso en la desidia, en la derrota de una democracia que se autoengaña con palabras tan solemnes como falaces.
Por eso el autor emplea este crudo realismo, ya abrazado a la tragedia más nihilista. El problema es que todo esto pasó; quiero decir: es real. Como los relatos de las víctimas, alumnos y docentes, que me llegan a diario. Cada día se producen miles y miles de realizaciones felices en el sistema educativo español, no voy a negarlo. No voy a negar los frecuentes días luminosos que se pasan dando clase. Yo he sido enormemente feliz dando clase. El problema es que pasen cosas como las que se describen en este libro, y miremos hacia otro lado. Demasiada violencia, demasiadas situaciones disfuncionales. Demasiado silencio. Demasiadas preguntas. Demasiada miseria y demasiada inmoralidad. El problema es que convivan la máxima luz con la oscuridad sin esperanza: ojalá una normalidad más serena invitara a todos a aprender y enseñar con la serenidad necesaria. Sabemos que no es así con suficiente frecuencia, y negamos lo evidente: hay demasiadas víctimas y ya demasiados gritos de alarma desatendidos.
- Editorial : Pepitas de calabaza; N.º 1 edición (25 octubre 2023)
- Idioma : Español
- Tapa blanda : 168 páginas
- ISBN-10 : 8418998490
- ISBN-13 : 978-8418998492
Fuente: educational EVIDENCE
Derechos: Creative Commons