• Opinión
  • 3 de diciembre de 2025
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Del «día de la marmota» al «ángel exterminador»

Del «día de la marmota» al «ángel exterminador»

Seguimos teniendo los mismos problemas educativos de siempre, pero no se cuestiona el modelo ni ir más allá de él, sólo cómo vivir en él, y acaso también de él. / Gordon Johnson – Pixabay

 

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Xavier Massó

 

Un bucle es el recorrido por un trayecto que se repite indefinidamente sin aparente solución de continuidad, como en un rizo de cabello de forma helicoidal. Un eterno retorno de la misma gama de variaciones y aconteceres.

Un ejemplo que hizo fortuna hasta el punto de convertirse en sinécdoque coloquial es «el día de la marmota», traducción de título original inglés de la película ‘Atrapado en el tiempo’ (Groundhog day, Harold Ramis, 1993, con unos espléndidos Bill Murray y Andie MacDowell como pareja protagonista).

Un periodista que se desplaza a un remoto pueblo norteamericano para cubrir la fiesta del día de la marmota se encuentra con que cada mañana, al despertar en la habitación del hotel, es la misma fecha que el día anterior, o sea, el de la marmota. Consciente de su situación, decide actuar de forma distinta ante las mismas circunstancias que repetidamente se le presentan a lo largo de la jornada hasta que, bueno, al final da con las decisiones «correctas» y el calendario empieza a correr de nuevo. El día era siempre el mismo, pero no lo que sucedía en él porque, al reaccionar de distinta manera, desencadenaba una nueva sucesión de aconteceres.

Pero lo que aquí nos concierne es un tipo de bucle distinto y mucho más frecuente en la vida real que el de una metáfora urdida a partir de un modelo de ciencia ficción. El caso inverso: el tiempo sigue corriendo, pero lo que se repite cíclicamente son las mismas situaciones con los mismos problemas, y nuestra incapacidad para identificarlos y reaccionar de manera distinta. Si aquél era un  bucle temporal, éste será conceptual. No se trata ahora de la detención del calendario por una anomalía en el espacio-tiempo. No. El tiempo sigue fluyendo como las aguas del río de Heráclito, pero nosotros no; seguimos una y otra vez estrellándonos contra el mismo farallón, siempre por delante de nuestro recorrido. Sin solución de continuidad.

Como en El ángel exterminador (1962), para mí una de las mejores películas de todos los tiempos, con el gran Luis Buñuel presentándonos una situación de bloqueo mental que nos incapacita para salir de la ficción que nosotros mismos hemos creado. Una genial metáfora que nos recuerda el conocido principio sociológico de Thomas: «si la gente define una situación como real, ésta deviene real en sus consecuencias».

Un grupo de personas de la alta sociedad acude a una cena de etiqueta en una suntuosa mansión después de asistir a la ópera. Tras el ágape –ya con extraños incidentes y una atmósfera cada vez más enrarecida-, la pertinente sobremesa y un breve concierto de piano, son ya altas horas de la noche pero nadie hace el menor gesto de retirada. Para sorpresa de los anfitriones, la gente empieza a acomodarse en los sofás y butacas disponiéndose a pasar allí la noche… Algunos no salen de su asombro, pero nadie se va…

Guardando en apariencia las formas, el mayordomo entra por la mañana en el salón para servir el desayuno, pero cuando se dispone a salir queda paralizado ante el umbral de la entrada, incapaz de cruzarlo. Los concurrentes le afean su actitud, pero ninguno de ellos osa tampoco traspasarlo y todo el mundo da por sentado que, aun sin nada aparente que lo impida, el umbral no se puede cruzar. Y allí se quedan y empiezan a disponer las medidas necesarias para una larga estancia en la sala, que cada vez se va pareciendo más a una pocilga. Su única preocupación es asumir su extraña situación sin preguntarse el porqué de ésta, inquietándose sólo por cómo sobrevivir en ella y que, en todo caso, vengan del exterior a rescatarlos. No saben que los de afuera tampoco se atreven a entrar.

Con la degradación de la realidad empiezan a sucederse un sinnúmero de incidentes: pendencias, hurtos,  histerias, coqueteos, intentos de agresión sexual… Una joven pareja se suicida, un hombre muere de angustia y una enferma fallece por falta de medicación. A lo más que llegan los que tratan de mantenerse razonables es a conminar a los demás a no romper las reglas de urbanidad y a trabajar conjuntamente para poder sobrevivir allí; ni por asomo se les ocurre sugerir que no hay impedimento físico ni peligro alguno a la vista que les retenga. Hay un extraño consenso en que no se puede cruzar el umbral, pero nadie se pregunta por qué.

Al final, alguien recuerda que la noche de la primera velada, al concluir el concierto de piano, uno de los invitados requirió a la pianista que interpretara una pieza más y que ésta declinó aduciendo que ya era tarde y estaba cansada, pero accedió al final ante la unánime insistencia de los demás. «Descubren» entonces su «error»: al insistir habían faltado a las normas de la etiqueta y algo debió producir una alteración del orden cósmico que les infundió aquel pánico cerval a salir del salón. Deciden entonces conjurarla reproduciendo la situación que la causó, como si de magia homeopática se tratara. Todos se sitúan exactamente en el mismo lugar en que estaban durante el concierto y la pianista toca la misma pieza que aquella noche. Cuando concluye, todos aplauden como habían aplaudido y el mismo que había pedido un bis lo pide de nuevo; la pianista responde como lo había hecho: estaba cansada, era tarde y hora de retirarse. Y todos asienten y deciden irse. Se dirigen hacia el umbral y lo traspasan sin más.

Convencidos de que se ha sido un milagro, organizan un tedeum de acción de gracias. Acabada la misa, el sacerdote y el monaguillo observan extrañados que nadie se va; ellos tampoco… La película concluye con un rebaño de ovejas que desde el exterior introducen en la iglesia, para que puedan alimentarse los de ahí dentro.

En el día de la marmota el protagonista entendió lo que le estaba ocurriendo con la realidad anómala en que estaba metido, y fue cambiando sus respuestas a las mismas situaciones que cada nuevo pero idéntico día se le iban presentando sucesivamente. Ensayo-error a la desesperada, sí, pero no había otra alternativa, por más incierta que fuese, si quería salir del bucle en que estaba atrapado. Aunque no podía entender aquella realidad, supo leerla y actuar en consecuencia.

No así los personajes del ángel exterminador, absorbidos en una versión extrema del antes mencionado teorema de Thomas. Habían dado por real una situación que ellos mismos hicieron verdadera en sus consecuencias. Decidieron que no se podía salir y no salieron. Al no entender la ficción de su propio constructo, volvieron a caer en él a las primeras de cambio. No habían aprendido la lección y seguían atrapados en su propia ficción. La situación que Buñuel nos describe es análoga a la que tenemos actualmente en la educación.

Seguimos teniendo los mismos problemas educativos de siempre, pero no se cuestiona el modelo ni ir más allá de él, sólo cómo vivir en él, y acaso también de él. El modelo educativo vigente se ha convertido en el único hábitat posible. Un modelo fallido que surgió de una imaginada realidad ficticia que se ha hecho verdadera en sus consecuencias y con todas sus disfunciones reales. Mientras no se plantee salir de él seguiremos bloqueados, mentalmente atrapados por el bucle que hemos creado. Bastaría con cruzar el umbral de salida, pero tal vez algunos teman tanto lo que iban a encontrar fuera, en la realidad, que por eso prefieren seguir refugiados en su confortable pocilga, también corralito.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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