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  • 16 de septiembre de 2025
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De la emoción a la sensibilidad

De la emoción a la sensibilidad

LA GRAN ESTAFA. Sección de opinión a cargo de David Cerdá

De la emoción a la sensibilidad

Hay que enjuagar los ojos de las legañas de lo útil y lo prosaico

Detalle Torso masculino procedente de Mileto esculpido en mármol de Paros entre el 480 y el 470 aC. Museo del Louvre. / Wikimedia

Licencia Creative Commons

 

David Cerdá

 

Se habla hasta el hartazgo se la educación emocional, y el resultado está a la vista de todos. Sin embargo, no hay una palabra para la necesidad de educar la sensibilidad en la Secundaria. La estética no es un lujo ni una pérdida de tiempo que confinar en los estudiantes de Humanidades: es una necesidad civil, profesional y vital de primer orden.

 

Pegas una patada a una piedra pedagógica y te salen catorce cursos sobre educación emocional, y, en el campo pseudoterapéutico, ni hablemos: todo es emoción en todas partes. «La educación emocional es un proceso que debe empezar a fomentarse desde la primera infancia. Sin lugar a duda, en la familia el individuo por primera vez comenzará a desarrollar las habilidades emocionales que utilizará durante el resto de su vida. Sin embargo, la escuela debe asumir la responsabilidad de educar emocionalmente no solo para el desarrollo integral de cada individuo, sino también para acompañarlo en el proceso de incorporación a la sociedad en la que vive»: Subdirección General de Cooperación Territorial e Innovación Educativa, mensaje alojado en la web del Ministerio. Poca broma.

Sin embargo, apenas encontrarán una palabra en estos lares sobre la educación estética. El gusto, la sensibilidad, esas son cosas elitistas, ustedes saben, aquí lo que cuenta es tener muchos consumidores, para que luego cualquiera te diga, qué sé yo, que El apartamento de Billy Wilder y La isla de las tentaciones, ¿sabes?, son la misma cosa (gracias por la información, Cuerpos Especiales). El plan es muy evidente: la chusma, para lo que se debe preparar es para darle a la manivela y para emocionarse, un museo es un centro comercial y vámonos que nos vamos, que viene la IA y nos come. Tan diligentes somos en este plan maestro que no tiene lugar para la belleza que ya conseguimos que la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos alcancen la edad adulta sin haber rozado a Mozart, Góngora o Bernini ni con un palo.

Cuánta confusión; en cuanto a lo de sentir, digo. Sentir solo para expresarse, para las cinco emociones básicas, con eso basta, que todos hemos visto Inside Out y ya sabemos qué nos habita y no estamos para más complejidades. La belleza, su objetividad, en concreto, es una pretensión fascista, como todo el mundo sabe, lo sublime no cabe ni mencionarlo, y si no existe lo objetivamente cierto por qué íbamos a envenenar el corazón de los jóvenes con lo objetivamente bello, añadiendo más opresión a sus atribuladas autoestimas. En nuestras escuelas hay sitio para la vida emocional, pero no para la vida buena. A Confucio le preguntaron en cierta ocasión a qué venía su diaria costumbre de adquirir arroz y flores. «Compro arroz para vivir y flores para tener una razón para vivir», fue su respuesta. Pero a Confucio, hoy, ¿quién lo escucha?

Ni que decir tiene que hay un camino, que más bien es una autopista de seis carriles, que va del arte a las emociones, o más bien a los sentimientos, que son la versión elaborada y larga de lo que ocurre en nuestros corazones. De los sentimientos nadie se ocupa; estamos despistados con las emociones, no molesten, circulen. Pero esa autopista, en la escuela, se llenó de jaramagos hace mucho tiempo, porque la casta no es tonta y sabe que mucha gente con la sensibilidad cultivada, y por tanto presta a pensar por sí misma y todo lo demás, pues qué quieren que les diga: es un problema. Cuenta en un poema Rilke —cultivado para conmoverse— que al ver el Torso de Apolo arcaico pensó que tenía que cambiar su vida. Nosotros ya no cultivamos, porque podría echarse la gente a la calle y acabarse el business de los salvapatrias y los mercachifles.

A lo mejor es por ahí por donde hay que empezar la revolución: por lo bello. Pero no lo bello subjetivo, lo bello propio, mi cuerpo bello, que de esa estética de esteticistas ya vamos servidos, muchas gracias, sino de lo bello que se nos impone y nos pone de rodillas. Es solo desde ahí que puede construirse una vida grande y una sociedad digna, desde la reivindicación de la literatura, la música, la pintura y las demás artes como sobreabundancias humanas, salidas del cepo de la utilidad y hasta gateras hacia la trascendencia. Me contaba Ricardo Ruiz de la Serna cómo en los países balcánicos, en tiempos de graves carencias, aún tenían los pobres el orgullo de ofrecer lo bello y superior a sus hijos: aprendían a interpretar a Brahms en circunstancias más que austeras. Pidamos libertad, pero, por favor, libertad que vaya más allá de una tapa y una caña. Cuando tienes estragada la sensibilidad, toda tu libertad se reduce a la del hámster: elegir la velocidad a la que patalearás en la rueda.

¿Queremos creatividad? Construyamos interiores ricos, ciudadanos que rebosen de entusiasmo por la vía de la sensibilidad, y no por la de las homilías laicas. ¿Queremos, tal vez, más democracia? Enseñemos a amar la complejidad y los matices, entendiendo cómo contribuyen la fealdad y la vulgaridad a que el fanatismo avance. Si necesitamos más capacidad de asombro —y vaya si la necesitamos—, apelemos a producirla desde el goce estético. Hay que enjuagar los ojos de las legañas de lo útil y lo prosaico. Solo educando para lo trascendente y hermoso lograremos una sociedad capaz de cuestionarlo todo.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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