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  • 24 de abril de 2025
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Conocimiento, poder y educación

Conocimiento, poder y educación

Conocimiento, poder y educación

Zdeněk Chalupský. / Pixabay

Licencia Creative Commons

 

Josep Oton

 

Conocimiento y poder mantienen una relación ambivalente. Con frecuencia, el ejercicio del poder se sustenta en la ignorancia de los sometidos. Impedir el acceso al saber es una estrategia útil para quienes sojuzgan a sus semejantes. En consecuencia, el conocimiento es una herramienta imprescindible en el proceso de emancipación del ser humano para revertir la situación. El discurso ilustrado acentuó esta tesis al presentar el oscurantismo, el fraude, la superstición y el engaño como aliados del poder.

Sin embargo, Michel Foucault planteó hasta qué punto la verdad no es algo aséptico, sino que responde a la lógica de los intereses de los poderosos. Para él, se trata de “un mito que Nietzsche comenzó a demoler al mostrar que por detrás de todo saber o conocimiento lo que está en juego es una lucha de poder. El poder político no está ausente del saber, por el contrario, está tramado con éste”.[1]

Foucault sigue la estela iconoclasta de Friedrich Nietzsche que ya cuestionaba la objetividad del conocimiento: “¿Qué es entonces la verdad? Un ejército móvil de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son.”[2]

Para estos autores, el poder y el saber son cómplices. No existe relación de poder sin la correlativa constitución de un campo de saber y, a su vez, no existe saber que no presuponga y constituya al mismo tiempo relaciones de poder. En palabras de Foucault: “El ejercicio del poder crea perpetuamente saber e inversamente el saber conlleva efectos de poder”.[3]

Así, pues, en su opinión, quien ejerce el poder impone su saber, un saber que, a su vez, legitima el poder, con lo que se cierra el círculo y la mutua interdependencia se retroalimenta. No es posible desligarlos. No hay relaciones de poder que no utilicen el saber, ni ningún saber ajeno a la lucha por el poder. En consecuencia, no existe conocimiento independiente del sujeto que conoce y  el sujeto conocedor tampoco existe al margen de relaciones de poder.

Michel Foucault estudió estas relaciones en dos instituciones que se le antojaban como un laboratorio social, la cárcel y el manicomio, territorios privilegiados para estudiar las estrategias del poder, pues en estos espacios el poder se ejerce clara y explícitamente, a cara descubierta, sin máscaras.

Desde la sociología de la educación se trasladaron estas tesis al entorno escolar. El propio Foucault ya advertía: “Todo sistema de educación es una forma política de mantener o modificar la adecuación de los discursos con los saberes y los poderes que implican”.[4]

El diagnóstico es diáfano. La escuela es un reflejo la conflictividad entre grupos sociales en una sociedad tan compleja como la nuestra. Los niños normales -esto es, los que se adaptan a la “norma” establecida por el poder- están predispuestos al éxito escolar. En cambio, los que no se adaptan al saber oficial -porque no encajan en los esquemas del poder- son víctimas del fracaso escolar y del abandono prematuro.

El sistema educativo, que debería garantizar el acceso universal al conocimiento, no deja de ser un campo de batalla político. El poder aspira a su control. La lucha por el saber es la lucha por el poder, de ahí la terrible reyerta permanente librada para dominar la educación.

Entonces, desde una perspectiva aparentemente crítica, se arremete contra el conocimiento por considerarlo un producto del poder que legitima los mecanismos de dominación. Por consiguiente, cada alumno tiene que construir su propio saber.

Ahora bien, esta actitud subversiva que extiende la sombra de la duda sobre el conocimiento, en la práctica, contribuye a la proliferación de las falsas verdades y, por tanto, propicia aún más la ignorancia y la manipulación

Simone Weil, testigo de la perversidad de la guerra propagandista del régimen nazi, afirmaba mucho antes de la aparición de internet que “la protección contra la sugestión y el error” es una de las principales necesidades del ser humano. Denunciaba la difusión en los medios de su época -radio y prensa- “no únicamente las afirmaciones erróneas, sino también las omisiones voluntarias y tendenciosas”. La consecuencia era, y es, que “el público recela de los periódicos, pero esa desconfianza no le protege. Como sabe que un diario contiene verdades y mentiras, reparte las noticias entre las dos rúbricas, pero al azar, según sus preferencias. De este modo sigue expuesto al error.”[5] Fácilmente podríamos aplicar hoy estas afirmaciones a las redes sociales.

La reflexión de Weil coincide a menudo con la de Hanna Arendt. En su reflexión sobre la mentira como estrategia política, esta pensadora afirma que mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea algo falso, sino, más bien, garantizar que ya nadie crea en nada.[6]

El actual contexto educativo genera no pocas preguntas. Entorpecer la transmisión de conocimientos ¿no podría ser una estrategia refinada del poder destinada a privar a amplios sectores de la sociedad del acceso al saber para poder subyugarlos? Las teorías pedagógicas ¿no son opiniones plausibles que han pasado a ser fijadas como obligatorias? Parafraseando a Foucault, tantos programas individualizados ¿no son formas de poder para que los individuos estén “sujetos” a una identidad asignada y útil para el poder?

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[1] Michel Foucault, La verdad y las formas jurídicas, Ed. Gedisa, Barcelona 1988, p. 59

[2] Friedrich Nietzsche, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, Cap. I

[3] Michel Foucault, Microfísica del poder, Ed. La Piqueta, Madrid 1980, p.99

[4] Michel Foucault, Vigilar y castigar, Ed. Siglo XXI, México 2008, p. 37

[5] Simone Weil, Echar raíces, Ed. Trotta, Madrid 1996, pp.48-50

[6] Hanna Arendt, La mentira en la política, Alianza editorial, Madrid 2022, p. 67


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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