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  • 28 de octubre de 2025
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Burocracias

Burocracias

Imagen generada mediante IA por Franz Bachinger / Pixabay

 

Licencia Creative Commons

 

Andreu Navarra

 

Moshe Lewin (1921-2010), sovietista que ejerció la docencia en la Universidad de Pensilvania, nos dejó el siguiente relato sobre la evolución del régimen estalinista durante los años treinta: “Sabemos que las burocracias, por eficientes o ineficientes que sean, no son una herramienta que sea fácil de doblegar. El estalinismo confiaba en dar con una solución a sus problemas “domando a los domadores”, es decir, sometiendo a los líderes de la burocracia. Pero este propósito se vería dificultado por una trampa imprevista en la que cayó toda la cúpula. Habían concentrado en sus manos un poder extraordinario, que justificaban amparándose en sus tareas. La estrategia que empleaban consistía en ejercer desde la cúpula una presión asfixiante, algo que tenía su lógica. Que tantas decisiones cruciales dependieran de la capacidad y del maquillaje psicológico de un pequeño grupo de dirigentes, y que cada uno de sus miembros por separado, pudo haber servido, a la vista de los hechos, para unificar y consolidar el grupo”.

Pero las cosas no salieron como se esperaba, y llegó el empantanamiento. Continúa Lewin: “Sin embargo, en la vorágine de los años treinta, cuanto más reforzaba la cúpula el control sobre los mecanismos del poder, más intensa era la sensación de que las cosas se les iban de las manos, y conforme leían informes o visitaban fábricas, pueblos y ciudades, se daban cuenta de que la gente no cumplía las órdenes, de que ocultaba la realidad tanto como podía o de que, simplemente, era incapaz de seguir el ritmo fijado. Millares de directrices y decretos no se habían llevado a la práctica, y todo ello contribuyó a que se extendiera entre los dirigentes la percepción de que su poder era mucho más frágil de lo que parecía. Compartían una sensación de inseguridad y de desorientación, y algunos dudaron incluso de la validez de sus políticas”.

Empezó a faltar la fe, y esos líderes fueron entregándose cada vez más a los tics y los morbos más puramente autoritarios, es decir, autocráticos: sólo el más fuerte podía seguir tirando de ese Leviatán monstruoso completamente paralizado y abúlico. No se daban cuenta de que con ello agravaban el problema, porque la apariencia de eficacia no conjura ningún tipo de inercia o esclerosis terminal. Lewin llama a ese estado de cosas “paranoia sistémica”.

Su relato nos ayuda a comprender qué está ocurriendo en el sistema educativo público occidental, europeo, español y catalán. Al fijar objetivos imposibles, se extiende el desánimo entre los docentes. Centenares de directrices y recetarios caen en saco roto (fórmulas bizantinas de evaluación, decretos de inclusiva muertos ya antes de nacer, refuerzos académicos que todo el mundo sabe que nunca llegarán, atenciones individualizadas que son una quimera, este tipo de cosas); los equipos políticos presionan a los cargos intermedios para que estos, a su vez, presionen a los equipos directivos, para que estos, a su vez, trasladen la paranoia a los claustros. Se concentran los esfuerzos en los simulacros, no en las realidades. Los claustros quedan reducidos a misas, la docencia honrada es considerada una herejía, una forma intolerable de disidencia. Un desafío contra el poder o su lamentable cadena de mando. El mito alumnocéntrico se convierte en una realidad puramente propagandística. Muchos directores o jefes de estudios se encuentran cotidianamente al borde del llanto o de la crisis personal. Puede alcanzarles la purga (o el motín) en cualquier momento: escudriñan correos y rumores en busca del cáncer académico.

Los distintos puntos de vista en los centros educativos toman las proporciones de auténticos cismas. Hay plantillas enteras que caen en la exasperación y el motín. El poder acaba convertido en un haz de espasmos impotentes: ya se ha dejado de prestar atención al enésimo delirio de una administración que ya no puede garantizar suficiente personal, unas líneas claras de actuación, ni siquiera un programa propio mínimo de reconstrucción interna. Al poder sólo le vale el fanático, el funcionario que ha logrado acallar su conciencia.

Pero, claro, la cúpula ha de seguir fingiendo que se siete fuerte, que sabe adónde va. Al Hombre Nuevo histórico que se avecina, a la gran Escuela del Ser que invocaban los propagandistas. La verdad es que ya ha dejado de leer informes: la realidad es lo que más les molesta, su principal problema de legitimación. Todos han de seguir fingiendo que todo va bien, que el Salto Adelante va viento en popa y nadie duda de su éxito arrollador. A estos líderes se les nota a la milla que sus propias dudas les dan miedo.  El cinismo va adueñándose de todas las redes: imposible que un adulto racional se crea todas esas paparruchas y necedades con sus neolenguas. Por eso nuestro sistema educativo ha ido tomando este aroma inconfundible de las administraciones estancadas, incapaces de maniobrar, de salirse de sus propios laberintos mentales, y lo único que sabe hacer es ahondar en sus propios dogmas y seguir coaccionado al búnker de la nulidad pedagogista. Contra viento y marea, contra el mundo, contra los errores de la ciudadanía escandalizada, contra las convicciones mínimas que ha de poseer un docente. Nuestro sistema educativo público va cayendo también en la “paranoia sistémica”, para que las opciones de pago sean la única escapatoria para quien pueda pagarlas. Esos aparatchiks pedagogistas para quien trabajan en realidad es para los privatizadores de todo el tinglado.

Quizás vuelva la vergüenza, quizás vuelva la honestidad. Obviamente, la salida pasa por la democratización interna, por la pluralidad metodológica y la confianza entre instituciones, el saneamiento de las cuentas, el final de la desviación descarada de los fondos, y el fin del imperio de los mediocres que ocultan pelotazos. Pero para eso habría que ponerse a pensar, y plantarse ante los sobornos y los cantos de sirena de un puñado de multinacionales. Necesitaríamos cerrar puertas giratorias, exigir responsabilidades y abrir todas las ventanas. Levantar todas las telarañas que hay ahí dentro desde aproximadamente 1985. Y de esta forma en lugar de un Chernóbil educativo tendríamos, quizás por primera vez, un sistema educativo basado en el derecho del alumnado a aprender y a ser tratado con dignidad y sin paternalismos para que pueda decidir su propio futuro, no el que nos conviene a nosotros.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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