• Opinión
  • 7 de noviembre de 2025
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Acoso escolar: y de las víctimas, ¿qué?

Acoso escolar: y de las víctimas, ¿qué?

Foto:  Gerd Altmann – Pixabay

 

Licencia Creative Commons

 

Xavier Massó

 

Es un lugar común el cuento de un rey convencido de la felicidad y bienestar de sus súbditos sin haber entrado jamás en ninguna de sus ciudades. Viajaba con su séquito y acompañado de su gran visir, que siempre aducía peregrinas razones para no entrar en ninguna y acampar a prudencial distancia. Eso sí, siempre con vistas a un maravilloso skyline urbano que insinuaba unas ciudades de ensueño que no eran sino una argucia del gran visir: cartón-piedra de quita y pon. En realidad, los súbditos malvivían en sucias y misérrimas ciudades alejadas de las rutas del rey. No sabemos si vivía feliz en el engaño y era un pusilánime, o si le daba igual y era un cínico.

En educación llevamos ya unas cuantas décadas aplicando este cuento. Se ha mantenido a la sociedad alejada de la realidad educativa poniendo sólo a su alcance visual el distante sky-line prefabricado de un modelo decretado como la nueva Arcadia educativa, con un férreo monopolio propagandístico que institucionalizó el trato a cualquier crítica como anatema. Pero hasta las soldaduras más fuertes revientan cuando la presión interior aumenta más allá de su capacidad de resistencia. Y esto está ocurriendo. Es tal el fétido olor a podredumbre que desprende la caja donde suponemos encerrado al pobre gato de Schrödinger, que ya no tiene sentido preguntarse si está vivo o muerto: es imposible respirar con tal hedor.

Hay que abrir la caja de una vez, airearla y quitar toda la porquería. Pero esto requiere del reconocimiento previo de la magnitud de los problemas que se han creado por negligencia (?) culpable, uno de los cuales es la pérdida de la autoridad docente, inicuamente promovida por las propias leyes educativas, lo que ha propiciado la proliferación en nuestras escuelas de auténticos estados de anomia, entre cuyas consecuencias más vergonzantes tenemos el bullying o acoso escolar. Un tema, éste, que los políticos y pedagócratas falsean torticeramente y maquillan con un celo digno de mejor causa, ocultándolo a una sociedad domeñada que ha optado hasta ahora por callar timoratamente.

El problema viene de lejos, pero en los últimos tiempos se ha ido agravando hasta el punto que ya es imposible no percibirlo: por más que se mire hacia otro lado, el hedor sigue llegando. Hay un problema muy grave de disciplina y orden en nuestros centros educativos, y la inacción promovida por las propias leyes ha ido propiciando su empeoramiento. Ha llevado a alumnos hasta el suicidio –en sus casos más extremos-, o ha dejado otros muchos con secuelas psíquicas indelebles. Todo ello en una situación de impunidad que los acosadores han entendido perfectamente.

Recientemente, una experta en criminología[i] y asesora del gobierno en temas de protección de menores, manifestaba públicamente la necesidad de rebajar la edad de inimputabilidad judicial, a la vista del alarmante aumento de tan execrable tipo de actuaciones. A su vez, no hace tampoco mucho que un conocido profesor y perito judicial[ii] manifestaba que «hay niños psicópatas». A ambos les llovieron chuzos de punta al desatar las iras de los guardianes de lo políticamente correcto, acusados de fascistas y de demonizar a la infancia y la adolescencia.

No se trataba de ocurrencias, al contrario, eran planteamientos razonados ante una realidad que se nos está escapando de las manos y que cada vez se cobra más víctimas en su siniestro altar. En el primer caso, la creciente y alarmante proliferación de «delitos» que no lo son por haber sido cometidos por menores «inimputables»; en el segundo, a raíz del último suicidio, por ahora, de una niña acosada en su instituto. ¿Cuántos van ya? ¿Cuántos más ha de haber para que, ya que las autoridades no lo hacen, la sociedad despierte y entienda que no se trata de casos aislados, sino sistémicos, y que esto no es sino la punta del iceberg?

Pero no, no hay que ser punitivistas: castigar es de fascistas, dictan algunos descerebrados con poder o en sus aledaños. Fallaron los protocolos, nos dicen también, o los docentes no supieron o no quisieron aplicarlos… Hace falta cuajo para sostener tamaña iniquidad por parte de los mismos que han hecho unos protocolos inservibles e inaplicables que atan a los docentes de pies y manos. Hace años, participé en un debate televisivo sobre el caso real una maestra que se jugó el físico separando a dos alumnos que se estaban matando. Los padres de uno de ellos –del agresor, precisamente- le pusieron una denuncia penal por lesiones: al separarlos le había dejado una pequeña señal en el brazo. La dirección del centro le abrió un expediente; es el protocolo… ¿Nos hemos vuelto imbéciles o qué?

Y cuando los protocolos y las mediaciones se aplican, acostumbran a resolver  el traslado a otro centro del alumno acosado, mientras que el acosador se queda en él campando por sus reales. Esto en el mejor de los casos. ¿Por qué no hay datos públicos de acosadores reincidentes? ¿A alguien se le ocurre?… ¿Pero qué clase de sociedad estamos propiciando?

Pero claro, como se proclamó, hace ya años, con motivo del asesinato en Barcelona de un profesor por un alumno perturbado, ha muerto un profesor, pero hay un niño que es la víctima. O sea, el muerto al hoyo y el vivo al bollo; circulen. Y pelillos a la mar. Este «argumento» es la base de la respuesta buenista ad usum: situar al agresor «también» como víctima, por cualesquiera injustas circunstancias que hayan concurrido en sus experiencias vitales. Porque, evidentemente, no hay menores psicópatas. Curioso eso de la psicopatía; que sólo se pueda diagnosticar a partir del día siguiente después de haber cumplido cierta edad no deja de ser desconcertante. Pero muchos psiquiatras sostienen que haberlos, haylos… En fin, doctores tiene la iglesia.

Pero es que luego resulta que lo de “situar al agresor «también» como víctima” tampoco es exactamente así, porque la inclusividad del «también» acaba funcionando como exclusividad, por algo tan evidente como que agresor y víctima no se pueden equiparar a un mismo nivel sin que perdamos de vista la esencia del problema, porque sus actos no lo están. Y al entenderlo como si de vasos comunicantes se tratara, la victimización del acosador tiene como correlato la culpabilización del acosado, por el hecho de serlo, por estar allí. Algo que es de una inmoralidad nauseabunda. Porque significa situar a la víctima no como persona ni como un fin en sí misma, sino como medio, como objeto «legítimo» de las expectativas del psiquismo del acosador. Las secuelas que esto deje en la víctima, por supuesto, no parece que le importen a nadie

Y es que si, como nos presenta el relato buenista, el acosador fuera un enfermo o alguien no consciente de sus actos, tarde o temprano se metería con alguno más fuerte o con más redaños que le partiría la cara. Pero como bien sabemos, esto no ocurre. No. Estamos ante alguien que calcula, distingue y elige a su presa como a una pieza de caza, con una lucidez que causa estupor por su malignidad intrínseca. Hay un perfil común en las víctimas, y esto se sabe, pero no se dice.

No son «cosas de niños». Estamos ante un modelo educativo cuya estulticia sistémica nos está devolviendo al homo homini lupus de Hobbes; a la barbarie. Así de simple. Luego nos sorprendemos y aparecen los rasgados de vestiduras. A la escuela se va a aprender para ser adultos y a comportarse de acuerdo con unas normas de convivencia y respecto al prójimo. Favorecer por inacción los instintos más primarios, llámeseles emociones, pulsiones o como se quiera, es todo lo contrario de lo que le corresponde hacer a la escuela. Es una aberración.

Muy a propósito del tema, concluiremos con un breve y magistral diálogo de la película ‘Los siete samuráis’ (Akira Kurosava, 1954):

-Los niños a veces son mejores que los adultos-

-Sí, cuando se les trata como a adultos.

___

[i] https://www.elmundo.es/espana/2025/10/27/68f14c3821efa0ea2b8b45bb.html

[ii] https://www.elperiodico.com/es/sociedad/20251022/ninos-psicopatas-bullying-autoestima-pablo-duchement-122121050


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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