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  • 21 de noviembre de 2025
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Buscando en el baúl de los recuerdos… John Dewey y la pedagogía «progresista»

Buscando en el baúl de los recuerdos… John Dewey y la pedagogía «progresista»

John Dewey en la Universidad de Chicago en 1902. / Wikimedia

 

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Felipe J. de Vicente Algueró

 

No sería exagerado decir que una gran mayoría de la opinión pública (y no digamos los docentes) está de acuerdo en que la educación está mal. Incluso los que piensan que goza de buena salud no deben estar tan seguros cuando no dejan de clamar porque los docentes necesitan más formación y que el déficit de esa formación es la causa de los males de la educación, y no, por supuesto, las ideas que sustentan los cambios educativos de las últimas décadas.

¿Cuándo se jodió el Perú? La archiconocida frase de Zabalita en la cantina La Catedral se puede mutar: ¿Cuándo se jodió la educación en España? (Nota para postlogsianos: la frase está sacada de “Conversación en la Catedral”, de Mario Vargas Llosa, sí, la fugaz pareja de Isabel Presley que era un excelente novelista). Las cosas empezaron cuando fueron entrando las ideas constructivistas. Mal asimiladas las ideas por pedagogos sesentayocheros acabaron por plasmarse en lo que se llamó la “reforma educativa”, fundamento de la Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE, 1990).

El primer patriarca fue Jean Piaget (1896-1980). En España fue muy admirado, sobre todo en Catalunya. La Universidad de Barcelona lo nombró doctor Honoris Causa cuando ya era un anciano venerable. Piaget fue un gran científico, un psicólogo de primera. Por eso dudo mucho que aceptara de buen grado ser llamado pedagogo, incluso psicopedagogo. Sus estudios científicos sobre los estadios evolutivos de la inteligencia siguen siendo válidos. Piaget no se interesó específicamente por la educación, fue profesor universitario de Psicología. Además, su teoría de la “asimilación” como primera fase del procesamiento mental de la información no desprecia la memoria, al contrario, la valora y, no desprecia el conocimiento teórico, de conceptos o de datos, como parte del proceso de desarrollo intelectual.

Otra cosa fue la aplicación de sus ideas a la educación. Y aquí ya intervienen los pedagogos o los psicopedagogos. Por ejemplo, Lev Vygotsky (1896-1933), médico y luego pedagogo soviético. En la URSS fue profesor y animador de un Instituto Pedagógico y en 1926 publicó su obra más conocida: Psicología Pedagógica. Ya han nacido los psicopedagogos. A Vygotsky se le considera más directamente el padre del constructivismo, dejando a Piaget como el viejo patriarca (aunque eran de la misma edad). Pero el más influyente de los constructivistas fue David Ausubel (1918-2008), que se separa algo de Piaget y desarrolla las principales ideas del constructivismo en un estilo asequible. Aunque era psicólogo de formación, su actividad docente se refirió siempre a la Psicología de la Educación, o sea, la Psicopedagogía.

Ausubel se mueve en el contexto norteamericano de la Psicología de la Educación o de la Pedagogía. Y en este campo la personalidad más influyente y precursor del constructivismo fue John Dewey (1859-1952), gran divulgador de muchas de las ideas pedagógicas que han llegado hasta la más recóndita aula española. Dewey fue pedagogo pata negra, catedrático de Pedagogía en Chicago y en otras ciudades. En 1896, en esta ciudad, abrió una Escuela Experimental para llevar a la práctica sus ideas pedagógicas. Fue también filósofo (aunque su concepción de la Filosofía es más que discutible), conectó bien con el pragmatismo de la sociedad norteamericana y fue un gran defensor de la democracia para la cual la educación ha de ser un instrumento que la facilite y la perpetúe. Por eso fue muy leído y, también, pronto traducido al español (la primera vez en 1926). La mayoría de sus obras están en castellano publicadas en la década de los años 40-50. Así que hubo tiempo para que sus ideas fueran conocidas y asimiladas en España.

Dewey es el pedagogo perfecto, el santo patrón de los pedagogos. La filosofía ha de estar al servicio de la Pedagogía. Por eso rechaza totalmente la filosofía especulativa. Grandes pensadores como Aristóteles, Santo Tomás o Kant, incluso Marx, no sirven para nada. Dewey es un empirista puro, naturalista y pragmatista convencido. Toda la filosofía, y también la filosofía de la educación, debe ser empírica; es decir, ha de someterse a la investigación experimental propia de las ciencias empíricas.

En base a este punto de partida, cualquier metodología didáctica o cualquier recurso pedagógico deben fundarse en resultados obtenidos por las pruebas empíricas. De ahí su afición por las escuelas experimentales, por una enseñanza experimental en que la simple transmisión de conocimientos no sirve. Dewey identifica la educación con el proceso mismo de la vida y nos la describe como una reconstrucción ininterrumpida de las propias experiencias, de tal manera que el conocimiento es un progresivo ahondar en las experiencias y en su significado. Nos dice que la educación se acrece «mediante las experiencias, gracias a ellas y para perfeccionamiento de ellas».

La educación consiste sobre todo en estimular la capacidad de indagación del alumno, desarrollar lo que hoy llamamos “competencias” y “actitudes”. Palabras textuales de Dewey: “Ya no se trata de que la mente del alumno se limite a estudiar o aprender, sino que realice cosas que demanda la situación [preestablecida para ello] y que den por resultado el aprendizaje. El método magisterial consiste en determinar aquellas condiciones que estimulan la actividad autoeducativa del alumno, o sea, del aprendizaje, y en cooperar en las actividades de los discípulos de suerte que terminen aprendiendo” (citado por Francisco Ornar, John Dewey: Filosofía y Exigencias de la Educación, Revista Educación y Pedagogía, 12 y 13). Obsérvense las dos palabras que he subrayado: ¿suena esto de situación y aprendizaje?

Más que el aprendizaje de conceptos puros, el aprendizaje de destrezas es lo más importante. De ahí el interés de Dewey por introducir en la educación el aprendizaje mediante la propia indagación o resolución de problemas. El docente no es más que un guía para fomentar las destrezas de cada alumno. El proceso de enseñanza nunca se basa en la lección magistral, ha de ser colaborativo. El maestro no debe impedir que el alumno haga lo que él considere que es correcto, aunque él, como maestro, sepa que es erróneo; Dewey considera que es un derecho que el alumno tiene y que hay que respetar, es el derecho a que cada uno se equivoque por sí mismo.

El método pedagógico deweyano se puede resumir en este texto:

“Que el alumno se sitúe verdaderamente en su experiencia; es decir, que haya una actividad continua que le atraiga por sí misma; en segundo lugar, que esta situación origine un problema auténtico capaz de estimular el razonamiento; en tercer lugar, que el alumno posea los datos y haga las observaciones pertinentes para acometer el problema; en cuarto lugar, que se le sugieran soluciones que él debe desarrollar o estructurar ordenadamente, y en quinto lugar, que se le suministren oportunidades y ocasiones de probar sus ideas aplicándolas, esclareciendo su contenido y descubriendo su validez él mismo”. (Francisco Ornar, ibídem)

Por supuesto, un currículum estructurado y normativo ha de ser eliminado. Eso dice Dewey: “¿Entre el niño y el currículo quién se subordina a quién? el currículo debe subordinarse al niño: son sus aptitudes las que hay que robustecer, son sus habilidades las que deben ejercitarse, son sus actitudes del momento las que deben encontrar realización” (J. Dewey, El niño y el currículum, 1902).

Además de las destrezas y habilidades, las actitudes forman parte importante en el ideario pedagógico de Dewey. Probablemente fue el primer pedagogo que introdujo las actitudes como parte del proceso de enseñanza o aprendizaje. No hay currículum que se precie que no inserte el catálogo de actitudes a formar y, lo que es más difícil, evaluar. La escuela ha de formar buenos ciudadanos para la democracia, una democracia todavía imperfecta (la norteamericana de su época), por eso la escuela puede mejorarla.

La educación moral, basada en valores prácticos debe ser parte fundamental de la escuela. Es llamativo el elogio que hace Dewey del éxito “podemos concluir con seguridad que las cosas estarían mucho mejor si hubiera más gente que se interesara a conciencia por triunfar en las cosas exteriores” (Theory of the Moral Life, Nueva York, 1960 p. 50). Las actitudes que Dewey propone son las más adecuadas para formar ciudadanos para la democracia participativa que con gran ahínco defiende. Veamos la lista: rectitud, fidelidad a la ley, tolerancia, solidaridad y benevolencia (Democracia y Educación, traducción española 1960). Dewey fue un liberal en el sentido norteamericano del término. Para la época era un “progresista” y se le considera el padre de la “Pedagogía progresista”. La escuela es, para él, un medio de transformación social. En su Escuela Experimental se fomentaba el debate y la participación de los alumnos que intervenían en la selección de sus proyectos.

Cuando se analizan los supuestos pedagógicos de la llamada reforma educativa española, es fácil ver detrás el trasfondo deweyano de la misma. Incluso algunos de los conceptos utilizados parecen sacados de los libros de Dewey, que fueron utilizados en las Facultades de Letras (en donde Pedagogía era una especialidad) como textos canónicos. Se puede decir, en cierto sentido, que la Pedagogía alcanza con Dewey un estado académico de rango superior, separándose de la Psicología para independizarse como “ciencia” independiente.

Una nota final: Dewey fue toda su vida un profesor universitario. Pero no hay que negarle que tenía experiencia de niños: tuvo seis hijos de su primera esposa. Años después de enviudar, con 84 años se casó de nuevo y adoptó dos niños. Ocho hijos en total. Además, dirigió durante unos años la Escuela Experimental de Chicago por él creada. La base de la enseñanza en esta escuela era lo que hoy llamamos “enseñanza por proyectos”. Vale la pena reproducir el método de la escuela:

“Los alumnos, divididos en once grupos de edad, llevaban a cabo diversos proyectos centrados en distintas profesiones históricas o contemporáneas. Los niños más pequeños (de 4 y 5 años), realizaban actividades que conocían por sus hogares y entorno: cocina, costura, carpintería. Los niños de 6 años construían una granja de madera, plantaban trigo y algodón, lo transformaban y vendían su producción en el mercado. Los niños de 7 años estudiaban la vida prehistórica en cuevas que habían construido ellos mismos, y los de 8 años centraban su atención en la labor de los navegantes fenicios y de los aventureros posteriores, como Marco Polo, Colón, Magallanes y Robinson Crusoe. La historia y la geografía locales centraban la atención de los niños de 9 años, y los de 10 estudiaban la historia colonial mediante la construcción de una copia de una habitación de la época de los pioneros. El trabajo de los grupos de niños de más edad se centraba menos estrictamente en periodos históricos particulares (aunque la historia seguía siendo parte importante de sus estudios) y más en los experimentos científicos de anatomía, electromagnetismo, economía política y fotografía” (Robert B. Westbrook, John Dewey (1859-1952), Perspectivas: revista trimestral de educación comparada, París, UNESCO vol. XXIII, 1993).

No sé si Dewey utilizó alguna vez la expresión “enseñanza por proyectos”, pero sin duda estaría encantado con ella. Su Escuela Experimental fracasó y se cerró. En 1904 surgieron problemas internos que hicieron dimitir a Dewey y buscó acomodo en otra cátedra en la Universidad de Columbia. Nunca más intentó crear otra escuela experimental. Aunque las ideas de Dewey no cuajaron mucho en las escuelas norteamericanas, sus propuestas fueron objeto de fuertes críticas al considerarlo responsable de la penosa situación de la educación norteamericana, sobre todo después de que los rusos se habían adelantado en la carrera espacial. En las escuelas soviéticas se enseñaban conocimientos con métodos más tradicionales. Los experimentos pedagógicos quedaron en el baúl de los recuerdos hasta que emergieron en nuestros lares. Nunca unas ideas tan rancias fueron defendidas tan entusiásticamente como en Cataluña y presentadas como “progresistas” o la “nueva pedagogía”. Y hasta hay gente que se las cree. Y, si no, que se lo pregunten a la Fundación Bofill.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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