- Opinión
- 11 de noviembre de 2025
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Del aula al plató: ¿hacia el vacío de una metafísica de los tubos?

Imagen creada mediante IA

¿Josep González Cambray y Rosa Romà son la misma persona? ¿Alguien los ha visto juntos alguna vez? Hace semanas que me vienen a la cabeza las similitudes gerenciales de ambos. De aquel Departamento de Educación a esta Corporación Catalana de Medios Audiovisuales.
Cambray y Romà provienen del mundo de la publicidad y del marketing. En sus gestiones se ha visto hasta qué punto priorizan las estrategias de visibilidad y de generación de discurso a través de técnicas comunicativas estudiadas. Ambos menosprecian la construcción de un contenido sólido como indicador de calidad.
En los últimos meses ha tomado impulso 3Cat, la marca paraguas de la CCMA, una decisión que ha generado un gran controversia. Romà argumenta que la marca CCMA era muy poco conocida, pero tampoco creo que tuviera por qué serlo, ya que sólo es el ente gerencial. Ahora, en cambio, pierden peso dos firmas muy sólidas, TV3 y Catalunya Ràdio.
En un comunicado del 25 de septiembre, los Comités de Empresa de la Corporación expresaron su preocupación por la externalización de los servicios, la intromisión empresarial, la modificación de dinámicas laborales y la ausencia de diálogo con la plantilla sobre estos cambios. Además de estas críticas también circulan otras por las redes sobre programas nuevos del 3Cat, considerados totalmente vacíos en contenidos y trufados de una diglosia que discrimina al catalán.
A mí esa música me suena. Cuando escucho la necesidad de llegar a más audiencias, me suena al aprendizaje significativo y a “llegar a todo el alumnado”, devaluando los contenidos. No creo, por cierto, que subir en audiencia sea, por sí mismo, un dato positivo. Cuando se ignoran las voces críticas de la plantilla, me vienen a la cabeza ciertas comparecencias desde Vía Augusta. Cuando veo una valorización tan extrema del marketing pienso que, inevitablemente, se está cometiendo el mismo error: dar más importancia al envoltorio que al contenido y a la valorización de los profesionales. Creer que el discurso, los logos y los eslóganes mejorarán la realidad; que tres frases nuevas lo solucionarán todo y que el trabajo realizado hasta entonces es caduco, que hace falta más flexibilidad y bla, bla, bla…
El profesorado ya se conoce esta historia. La disolución de los contenidos académicos, de las asignaturas basadas en currículos sólidos y estructurados; la gran fiesta de los proyectos irreflexivos, de la indisciplina y de la desregulación; la liquididad impuesta a nuestras funciones laborales o el sectarismo del coaching. La calidad y robustez de los contenidos, que al final es lo que garantiza una educación de alto nivel, queda supeditada a la puesta en escaparate de unos conocimientos cada vez más exiguos y externalizados del saber. De profesores a mercaderes… ¿Y de periodistas a feriantes? Esperemos que no.
La no comprensión de lo que significa un buen servicio público nos lleva a estos escenarios de degradación institucional trufados de cleptocracia (tan infelizmente frecuentes en Cataluña y que darían para muchos otros artículos) que, releyendo a Hannah Arendt, son síntomas de una crisis tanto de la cultura como de la educación. Hace años que confundimos aprendizaje con entretenimiento y ahora parece que también información con entretenimiento. La moda del progresismo-performance tilda de reaccionaria la esencial función transmisora de una herencia cultural que según Arendt debe tener la educación. Unos medios públicos de calidad deberían priorizar, así como el sistema educativo, la generación de una sociedad culta, donde el entretenimiento no tiene por qué ser del todo banal y, lo que es peor, legitimador irreflexivo de clichés, sin ninguna visión crítica. Perder el rol profesional y genuinamente republicano del profesorado y del buen periodismo es demoler los cimientos de la sociedad liberal. No veo en qué son progresistas o positivos unos cambios que son en el fondo tan reaccionarios. Decía el lingüista Ferdinand de Saussure que un contenido sin un exterior está vacío. Creo que un exterior sin contenido, también.
Recientemente, he leído una de las novelas más conocidas de Amélie Nothomb, Metafísica de los tubos, donde el tubo es la metáfora de una niña casi autómata que devora sin prestar atención, completamente resignada a lo que la vida le da. La metafísica que se refiere al tubo es la misma que nos hace creer que la innovación siempre es positiva y que el progreso es infaliblemente bueno. No convirtamos la educación ni la televisión pública, ésta última con su intrínseca función cultural y educativa, en una fábrica de tubos.
Y por último: ¿por qué no hay profesores (o periodistas) de reconocida trayectoria en los puestos de dirección de la administración pública?
Fuente: educational EVIDENCE
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