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  • 14 de octubre de 2025
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Patada y seguir

Patada y seguir

LA GRAN ESTAFA. Sección de opinión a cargo de David Cerdá

 

Licencia Creative Commons

 

David Cerdá

 

La política de promoción automática en España, impulsada por la LOMLOE, reduce la repetición de curso a mínimos históricos, pero lo hace sin apoyo suficiente para los alumnos con dificultades. Esto prioriza la apariencia de éxito sobre la excelencia educativa, condenando a muchos estudiantes vulnerables a quedar rezagados y socavando la función de la escuela como escalera social.

«Hacer que los niños repitan los convierte en dianas de la exclusión social». En este breve y falaz argumento está concentrado lo peor de la cuestión de la repetición de curso. Tiene su poco de emotivismo y su mucho de ñoñería, y varias cargas ideológicas de profundidad que auguran explosiones que ya se están produciendo. Como esto se ha urdido desde las más altas esferas públicas, también cabe hablar de prevaricación.

Según la LOMLOE, la repetición de curso es una medida excepcional —en primaria solo se permite repetir una vez, y siempre al final de ciclo, mientras que en la ESO los alumnos no pueden repetir más de dos veces— y solo puede aplicarse cuando se hayan agotado las medidas ordinarias de apoyo y refuerzo. Como además no hay casi nunca medios suficientes para aportar esos apoyos y refuerzos, lo que se aplica en la mayoría de los casos es la promoción automática, con fuertes presiones a los profesores para que se avengan a hacerlo. El resultado, en autoestima y autorrespeto, para el chaval que sin alcanzar el nivel pasa de curso, nadie lo mide y a nadie le importa. No se atiende al principio de hormesis: una dosis moderada de dificultad, frustración o estrés cognitivo beneficia el aprendizaje, mientras que una dosis excesiva resulta dañina, y la ausencia total de reto no genera crecimiento. Quien sabe que sí o sí lo pasarán no madura.

Lo que viene, a continuación, es que el gobierno de turno —tanto monta monta tanto— celebre el «logro». La tasa de repetición escolar ha descendido curso a curso hasta alcanzar un mínimo histórico del 1,1 % en primaria y del 7,0 % en la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) en 2025: ya hay foto para que la ministra saque pecho. La infame verdad sumergida —se pasa de curso con dos o tres suspensos y por supuesto no se ayuda a esos alumnos a ponerse a nivel del resto— no mueve una ceja de la comunidad educativa mientras gobierne quien gusta.

Si se aprueba por decreto, no puede haber repetidores: esto es lo que se persigue. El objetivo hace mucho que dejó de ser contribuir a que abunden ciudadanos preparados, cultos y críticos: ahora se trata de formar indigentes intelectuales que suspiren por que sus pastores políticos les saquen las castañas del fuego. Que la gente titule, ya nos ocuparemos de su precariedad para pedirles el voto más adelante.

Los incentivos están ahí, y son inapelables. Para el gestor público autonómico, ahorrarse el coste de un educando; para el que juega en liga nacional, mentir diciendo que nos acercamos a la media de repetición europea y así seguir viviendo del cuento. Para el docente, evitar el enfrentamiento y el calvario administrativo al que le someterá la ley si apuesta por suspender —se expone a una reclamación en la que siempre se le da la razón al alumno; «in dubio pro reo», se escucha en las salas de profesores—; para la dirección del centro, otra bonita gráfica más con la que justificar sus resultados. En cuanto a los padres, el alivio del ver como su hijo no «resulta fallido». Hay, por supuesto, políticos, profesores, directores y padres honestos que están en contra de todo esto; pero los sistemas de incentivos perversos siempre dan más resultados perversos.

Esta infamia de los dirigentes necesita, en cualquier caso, de colaboradores necesarios: esa es la función de cierta izquierda «inclusiva» que de justicia social no sabe nada, pero de ponerse paternalista con los vulnerables (vendiéndolos) da verdaderas clases maestras. Todo el que se haya educado en una familia humilde o del montón —sin «posibles»— sabe que la única oportunidad del pobre es la excelencia, y que la escuela está precisamente para ser escalera social, razón por la cual ha de estar bien dotada, ser exigente y ser dirigida e implementada por personas honradas y valientes. Lo que hacen estos irresponsables de «la meritocracia son los padres» es condenar a los vulnerables a un determinismo social, pasarles la mano por la espalda y negarles el deber de intentar ser las personas más capaces que puedan, tratándolos como discapacitados morales.

Decía George Steiner que «olvidamos que la mejor forma de deshonrar al ser humano es no exigirle aquello que es capaz de alcanzar». Nadie pone en duda que repetir en curso sea un mal, y que haya que evitarlo a toda costa; pero es un mal menor si la alternativa es pasar el problema al siguiente curso y consumar una estafa colectiva. Ocurre además que los niños, en especial los adolescentes, atraviesan a esas edades convulsiones varias que los impelen a la ley del mínimo esfuerzo; solo hay que haber tenido a esa edad para saber con qué rapidez entiendes un sistema que te permite ahorrarte el esfuerzo y lo tentador que resulta seguir su estela. Ojalá dejemos de hacernos trampas al solitario y encaremos esta cuestión tan importante en una futura ley; mientras tanto, el deseo que pido a una estrella es que haya cada vez más gente dispuesta a complicarse la vida para hacer lo correcto, que es ofrecer oportunidades reales en vez de mentir parapetado en cocinadas estadísticas.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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