- Humanidades
- 24 de septiembre de 2025
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María Teresa León en Moscú

María Teresa León en Moscú


María Teresa León y Rafael Alberti viajaron a la Unión Soviética para asistir al Congreso de Escritores Soviéticos celebrado en Moscú entre el 17 de agosto y el 1 de septiembre de 1934. Como nos cuenta Ángeles Ezama, editora de El viaje a Rusia de 1934 de María Teresa León (Renacimiento, 2019), la Organización Internacional de Escritores Revolucionarios (MORP) era una tapadera de la Internacional Comunista, o Comintern. Su filial española, tras un primer intento que no prosperó impulsado por Felipe Fernández Armesto en 1931, fue creada en 1932, y se adhirieron a ella los narradores César Arconada y Joaquín Arderíus, el poeta Emilio Prados, la periodista Rosario del Olmo, el jurista, historiador y político, futuro traductor de Hegel, Wenceslao Roces, o el interesante Isidoro Acevedo, que murió en la URSS en 1952, y que llegó a presidir el Socorro Rojo Internacional.
La asociación no llegó a vivir mucho tiempo, sin duda por no haber recibido el espaldarazo necesario del MORP moscovita. Hubo que esperar a 1933, cuando María Teresa León y su marido Rafael Alberti regresaron por primera vez de la URSS con las instrucciones precisas para crear la AEAR (Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios), sección española de la MORP, asociada a una revista portavoz: Octubre.
La autora publicó ocho artículos sobre su experiencia en el Heraldo de Madrid entre el 31 de agosto y el 1 de diciembre de 1934. En ellos se combinan auténticas enormidades propagandísticas con observaciones ciertas y comprobadas. Por ejemplo, en la crónica publicada el 31 de agosto, una de las más centradas en el congreso en sí, María Teresa León enlaza una exageración evidente con un dato exacto: “Durante diecisiete años se ha producido y se ha escrito más que en un siglo zarista. En las fábricas hay conferencias, carteles, información sobre el Congreso”. Resulta tan evidente que la literatura, en general, languidecía en los años revolucionarios, al lado de las obras de Dostoievski, Tolstoi, Chejov o Turguénev, que la frase no merece más comentarios, siendo verídica la siguiente. Se conoce el caso de Julio Matheu (1908-1985), comunista exiliado español que hizo carrera de poeta aupado por el club literario de su fábrica.
En el evento, el matrimonio conversó animadamente con Gorki, Fadéyev, fundador del MOPR, Vera Inber, Bábel, Ehrenburg, Leonov, y muchos otros. El componente político aflora pronto: “El secretario lee la presidencia de honor: Stalin, Molotov, Kaganóvich, Voroshílov, Kalinin, Ordzhonikidze, Búbnov, Andreév, Thälmann, Dimitrov, Gorki, Kúibyshev, Kírov. La camarilla de Stalin al completo. A algunos de ellos no les quedaban ni cuatro años de vida. Luego habló Zhdánov: “Hay que buscar, como un ingeniero, la técnica del arte de escribir. No basta poder sentir, sino saber expresar. Recoger la experiencia histórica y, con estilo propio, expresar la hora en que el escritor vive en forma de arte… Zhdánov es fuerte. Habla sacudiendo el puño como en un mitin. Parece que machaca las ideas contra las frentes y los escritores. Al terminar le aplauden, agradecidos de sus palabras precisas, sin retóricas”. Todo en orden.
Más tarde, reunidos en casa de Gorki, triunfa la estética más bien compleja de Pasternak y se proclama la necesidad de que exista libertad estilística, para concluir luego en que esa libertad desemboca inevitablemente en el “realismo” socialista. No está de más recordar que el teórico Zhdanov fue el principal impulsor de esta nueva estética revolucionaria, con la que atacó a Shostakóvich y a Einsenstein. La pareja española fue hospedada en el suntuoso Hotel Metropol, un mastodonte Art Nouveau muy distinto al modesto Lux en el que se alojaba el personal político.
Las crónicas de María Teresa León ganan un gran caudal de interés en cuanto se alejan de Moscú. Es entonces cuando afloran los trazos rápidos y eficaces y las asociaciones agudas que caracterizan la prosa de la autora: “Las mujeres nos alargan cangrejos y sandías por las ventanillas. Hay brisa de mar. Rostov se desembaraza de sus casas panzudas de mercaderes ricos y, a la manera nueva, construye sanatorios, viviendas, campos de deportes para sus zapateros. En Rostov, junto a la fina corriente del río de los cosacos, hay una importante industria del calzado”. Durante el viaje surgen las inevitables comparaciones con el hogar de origen: “Tres días de llanura dan derecho a considerar montañas un cerrillo cualquiera. Yo estaba decidida a encontrar gigantesco el primer montículo que apareciera. Si estas llanuras dan millones de toneladas de trigo, no son hermosas como Castilla, franciscana de remiendos, con su sangre transparentada, viva de luz y sombra. Las llanuras de Rusia son negras y anchas, y negras e interminables. Dan sed. Los escritores soviéticos que van con nosotros hablan de las montañas igual que los holandeses, paladeándolas”.
En el Alto Cáucaso, María Teresa León admira las cumbres más altas de Europa (Monte Elbrus, 5.633 metros), y se sorprende de que esos gigantes sean redondeados y no abruptos. El artículo que dedicó a la zona fue publicado en el Heraldo de Madrid el 23 de octubre de 1934, y resulta especialmente interesante por la descripción precisa que realiza de un koljós, es decir, una comunidad campesina colectivizada. Podríamos afirmar que se trata de la pieza más interesante de la serie: “Con esta idea superficial de datos y fechas nos vamos a pasar el día al koljós Andréev. Vamos solos con Olga Tretyakova, que se ha convertido en ángel traductor. El Ford salta y se araña con los maíces. Vadeamos ríos. Subimos laderas. Grupos de hombres y mujeres arrancan las cañas del maíz y limpian el campo. Son brigadas de trabajo. Un koljós (economía agraria coletiva) se divide en brigadas. Sesenta hombres forman una brigada. Cuando salen a arar o a sembrar se dividen en pequeños grupos de cinco a seis hombres con un responsable de trabajo. Para que durante las faenas sea posible la vida, junto a lo sembrado se están construyendo casas de labor en los puntos estratégicos. Visitamos una. Tiene dormitorio de hombres, de mujeres, un cuarto para niños y habitaciones de familia. Nos enseñan cómo viven ahora”.
Todo sonriente, todo musical e idílico, todo higiénico. Por supuesto, ni una palabra sobre las miles de familias que se negaban (y continuaban negándose) a abandonar sus hogares ancestrales, de deskulakización, confiscación de cosechas o las horribles hambrunas de 1932-1933. Es evidente que al matrimonio de escritores se les está enseñando lo que deben ver, lo que se puede ver, lo que dejan ver. Pero sigamos: “El koljós Andréev se compone de 312 familias, con un total de 1.200 personas. Cultivan 2.400 hectáreas. Mil cuatrocientas de trigo. Cada familia tiene derecho a una casa y una vaca, gallinas, cerdos, patos y un huertecillo de frutales, además de los bienes comunales. En este que visitamos 60 familias tienen ya dos vacas y el resto una. No pueden tener caballos porque solo hay 600 y se necesitan para las faenas agrícolas. No tiene aún tractor. Vemos las casas. Son de adobe, blancas, con el techo de paja o teja roja. Delante un gran espacio cuadrado para los animales. En casitas pequeñas, cocinas, establo, gallinero. Las camas muy limpias”. Guitarras, gorros, gorritas de marinero para los niños… Tras lo cual, llegan las estampas que parecen verdaderamente cromos: “En ese jardín campesino unas muchachas responsables de la alegría de 40 pequeños tocan el acordeón para que ellos bailen. El acordeón marca un ritmo acusado y monótono que cruza de palmadas el Cáucaso. Un niño descalzo baila. Las puntas de sus pies saltan como sobre flores”.
El matrimonio León-Alberti abandonó la URSS por vía marítima, desde Odessa, ciudad que León describe con precisión, en el Aventino, un buque italiano, haciendo escalas en Constanza (Rumanía), Varna y Burgas (Bulgaria) y en Estambul; el destino final era la ciudad de Nápoles. En todos estos lugares la autora traza un contraste acentuado entre el país que acaban de dejar atrás y el que acoge sus pausas en el viaje, un contraste político, porque fuera de la URSS resulta omnipresente la amenaza del fascismo: “Rumanía perpetúa en Constanza el recuerdo de Ovidio. Se ha dado el nombre del poeta latino a una plaza en la que su estatua se aburre en medio de los cafés provincianos. No sé si ese monumento es uno de los regalos que Mussolini ofreció a todas las ciudades donde el pie romano se posó alguna vez y que, con su imaginación de nostálgico imperialista, engloba en su amor por las conquistas. Recientemente ha dado a la ciudad española de Tarragona una estatua de Julio César. Sin duda, mientras Trajano romanizaba esta tierra que debía añadir a la discordancia europea una nueva región petrolífera, no pensaba en esos hombres miserables que vemos sentados en las entradas de las casas. Y, sin embargo, a causa de esas gentes, Mussolini sueña con resolver el problema del desempleo reuniendo un ejército de conquistadores y Rumanía no duda en tener un gobierno fascista”. En realidad, la Guardia de Hierro rumana, ferozmente antisemita, ilegalizada por un gabinete liberal en 1933, no llegó al poder hasta 1940, protagonizando una de las políticas más crueles y desenfrenadas de colaboración con el Holocausto.
En los puertos del Mar Negro atracan buques con la cruz gamada. El contraste se acentúa cuando los viajeros desembarcan en Estambul. Las notas más humanas de la escritora van a parar a los personajes más triturados y desvalidos. No está exento de sensibilidad el retrato que María Teresa León traza de un personaje que se encuentra deambulando por las calles de la ciudad: “El vendedor de postales no se ha movido durante toda esta conversación. Es pobre; simplemente un judío pobre; no tiene dinero para exportar. Se queda allí en Estambul, en medio de las mezquitas doradas, errando por las callejuelas donde se enmarañan las viñas. No podrá subir a Pera, el barrio de los ricos, donde son rechazadas las personas mal vestidas. No podrá nunca gritar: “¡Viva Mustafá Kemal!”. Nadie se ha ocupado nunca de él, ni de sus deseos.” Ha sido una gran sorpresa para León y su marido Alberti poder conversar tranquilamente en español con los sefardíes búlgaros y turcos.
En un artículo dedicado a Stalin que se publicó el 22 de abril de 1937, María Teresa León escribía, a propósito de la sociedad soviética: “Después del sacrificio y del sufrimiento, al llegar la victoria de una vida cómoda en el país más próspero y lleno de posibilidades del mundo, los hombres que lo viven son los más alegres camaradas. El factor hombre es, como lo ha pedido el camarada Stalin, el capital más precioso que poseen”. No hay mácula alguna en la nueva sociedad. En sus artículos, la autora no observa ni un solo defecto, no duda ni un instante. La Constitución soviética de 1936 es la culminación de todas las aspiraciones democráticas. Como crónicas de viajes, los textos de María Teresa León son únicamente propaganda. Su valor estriba en su carácter arquetípico: en los años treinta ya no hay espacio intermedio en la polarización: parece que se ha de ser comunista o fascista; esto es lo que se les había dado a leer a los obreros combatientes desde 1934, lo que publicaba la revista Octubre y una pequeña multitud de papeles y materiales gráficos… A los que recabaron en la URSS tras la derrota de la República hubo que prepararles para el duro choque con la realidad.
Se ha llegado a decir que Rafael Alberti realmente no estuvo en la URSS, sino en una versión ideológica o abstracta, sin duda irreal, del país. León y Alberti visitaron la Patria socialista por lo menos en nueve ocasiones: en 1932, 1934, 1937, 1955, 1956, 1964, 1965, 1966 y 1967.
En 1934, fueron sentenciadas por “delitos contrarrevolucionarios” un total de 78.999 personas, de las cuales fueron ejecutadas 2.056. Un total de 59.451 presos fueron deportados a campos de trabajo esclavo en campos, colonias y prisiones de Siberia y Asia Central. Esa era la oscura realidad que se ocultaba tras las visiones idílicas que se presentaban a los invitados extranjeros. Y eso que 1934 fue un año relativamente “benévolo”. En 1933, los detenidos por razones políticas con procedimientos extrajudiciales fueron 239.664, con 2.154 ejecutados y 138.903 deportados al Gulag. En 1935, fueron aún muchos más: 267.076 sentenciados, 1.229 penas de muerte y 185.846 deportados. Estas cifras, que provienen del historiador Moshe Lewin, conservador con las cifras y enemigo declarado de exagerar sin fuentes primeras oficiales rusas, arrojan un total escalofriante, con unos 600.000 condenados arbitrariamente, unos 5.000 asesinados y unas 400.000 personas reducidas a mano de obra esclava en serrerías y ferrocarriles en lugares gélidos y sin la alimentación mínima, en solo tres años (El siglo soviético, Crítica, pág. 491).
Lejos aún del horror total de 1937: 790.671 condenados, 353.074 ejecutados y 429.311 deportados; o el de 1938: 554.258 sentenciados, 328.618 asesinados y 205.509 deportados al Gulag. En estas tareas se iba a ocupar el ministro Molotov que brindaba con León y Alberti en la casa moscovita de Gorki. Terminaremos diciendo que María Teresa León se sintió sinceramente consternada, y dejó constancia escrita de su rechazo, cuando conoció una parte de los crímenes de Stalin, en 1956.
Fuente: educational EVIDENCE
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