- HumanidadesLiteratura
- 3 de septiembre de 2024
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“Hoy sólo tenemos una cosa: éxito o fracaso económico a cualquier precio”
Entrevista a José Luis Villacañas Berlanga, ensayista y profesor incansable
“Hoy sólo tenemos una cosa: éxito o fracaso económico a cualquier precio”
Cuando aún no nos habíamos repuesto de su monumental Ortega y Gasset: una experiencia filosófica española (Guillermo Escolar Editor), José Luis Villacañas Berlanga, este grande del pensamiento filosófico y la historiografía, catedrático de Historia de la Filosofía Española de la Universidad Complutense de Madrid, nos bombardea con más y más obras, sin darnos tregua. Y, además, no sólo es un ensayista colosal, sino una voz serena de izquierdas cada vez más necesaria. Acaba de publicar Max Weber en contexto (Herder).
Empezaremos, si no le parece mal, por el final: Max Weber. ¿Qué encontraremos en su último libro?
Ante todo, una aproximación filosófica a la figura de Max Weber. Como es sabido, Weber es un autor muy citado en ciencias sociales. Sin embargo, su idea de ciencia y el contexto en el que él trabajaba era muy concreto y debe ser reconstruido para entenderlo bien. Por eso mi libro se titula Max Weber en contexto. El Max Weber maduro se integró en la tradición neokantiana de la Escuela de Heidelberg, que había fundado Windelband y que tenía a Heinrich Rickert como principal filósofo. En esta tradición, la ciencia tiene que ser fundamentada desde aspectos filosóficos que la hagan posible. Sin embargo, Weber venía de otros ambientes intelectuales -sobre todo de la influencia de la Escuela Histórica de la Economía Nacional-, que integraban una especie de vaga influencia hegeliana, a la vez que importantes tendencias románticas, nacionalistas y en algunos casos nietzscheanas.
Cuando Weber experimentó su profunda crisis psíquica, luchó denodadamente por romper con el cosmos intelectual de sus maestros, con el hegelianismo popular ambiente y aspiró a dotar de una autocomprensión filosófica a las ciencias sociales. Eso lo llevó a incansables polémicas, en las que se implicó con un pathos pleno de dramatismo y de sinceridad. Así podemos decir que construyó críticamente una nueva idea de ciencia social en tanto ciencia de lo humano, capaz de integrar de forma adecuada la historia y la teoría social, alrededor de una teoría de la cultura centrada en los efectos históricos de los tipos humanos. En este sentido no dejó títere con cabeza. Rompió con la Escuela Histórica de Roscher, Knies, Schmoller; se opuso a la teoría de la historia de Eduard Meyer, criticó a Stammler, y posteriormente entró en una conversación importante con la Escuela de Viena de Economía Teórica y desde luego con Simmel.
“Weber elaboró la memoria de lo humano como condición de ejercer la responsabilidad”
Al final aspiró a poner en marcha una idea de la ciencia social capaz de superar a la vez a los dos autores que más respetaba y que le parecieron más importantes del presente, Nietzsche y Marx. Ante ellos hizo valer una idea de la ciencia y del ser humano, de la sociedad y de la historia, que tiene su inspiración central en Kant y por eso el subtítulo de la obra es “Filosofía y ciencia social tras la senda de Kant”. La clave de su kantismo consistió en negar la racionalidad intrínseca de lo real y, frente a su naturaleza siempre antihumana, defendió que la dignidad y el honor de lo humano reside en actuar con libertad frente a esa irracionalidad y asumir las inevitables consecuencias negativas de esa libertad mediante un sentido de la responsabilidad. Para tejer esta dimensión ética sin mala ni falsa conciencia, sin coartadas ideológicas, sin mala fe, sin autoengaños y sin estar dominado por elementos inconscientes, identificó la función de las ciencias sociales en ofrecernos una reflexión crítica sobre la estructura lógica de nuestros valores, tornándolos lo más racionales posible mediante la descripción de la experiencia histórica que ellos habían configurado. Desde este punto de vista, Weber elaboró la memoria de lo humano como condición de ejercer la responsabilidad.
Recientemente usted publicaba Giorgio Agamben. Justicia viva (Trotta). ¿Qué destaca de este clásico vivo?
Agamben se ha convertido en un referente central del pensamiento contemporáneo radical, y ello se debe a que ha sabido ofrecer lo que podemos llamar un espíritu del tiempo en concepto. Difícilmente encontraremos un pensador relevante de la contemporaneidad que no tenga su lugar en el dispositivo de pensamiento de Agamben. En este sentido, ha sido capaz de ofrecernos una sistematización del pensamiento contemporáneo en el que, desde Carl Schmitt a Hannah Arendt, desde Heidegger a Benjamin, desde Adorno a Pasolini, desde Foucault a Debord, desde Benveniste a Deleuze, desde Aby Warburg a Overbeck, todos tienen su lugar. Junto a esto, Agamben ha sabido dotar de relevancia filosófica a toda una serie de pensadores, científicos y literatos de otro nivel, pero que juegan de forma muy central en su proceso de pensamiento. El resultado es una obra imponente, que está en condiciones de radiografiar los elementos centrales del mundo contemporáneo y de mostrar la ausencia de muros que puedan detener la barbarie hacia la que nos dirigimos.
“Lo más terrible de nuestra situación es que todas las evidencias apoyan la rendición de Agamben frente al carácter heroico, casi quijotesco, de Weber”
Frente a este horizonte, dominado por la teología política del capitalismo, que produce una pequeña burguesía mundial caracterizada por lo que llamo la “ignorancia voluntaria” como la última forma histórica de la “servidumbre voluntaria”, carente de lenguaje y de forma de vida, Agamben nos propone reconquistar la capacidad del ser humano de pensar lo imposible, que él lo identifica con la capacidad del ser humano de reconciliarse con la propia animalidad posthistórica. En este sentido, Agamben constituye un anti-Weber. Mientras que este diseña una teoría de la ciencia destinada, kantianamente, a proponer una praxis y una responsabilidad, Agamben ya vive en el mundo contemporáneo específicamente conformado por el capitalismo financiero, basado en la explotación de la información y la virtualidad, en la proyección del psiquismo humano en las máquinas inteligentes y, por tanto, en la apertura de una vida humana reconciliada con la forma animal como único modo de escapar a la explotación.
Weber no dio al humano por perdido. Agamben se sitúa en la situación en la que la única forma de recuperarlo pasa por superar la diferencia antropológica. Negar los objetivos, la praxis, las aspiraciones, la temporalidad y la historia. Pues todo ello no hará sino dar coartadas al capital para seguir imponiendo su lógica, que tarde o temprano pasará por montar nuevos campos de concentración como instituciones defensivas de los que lo administran. Lo más terrible de nuestra situación es que todas las evidencias apoyan la rendición de Agamben frente al carácter heroico, casi quijotesco, de Weber.
Pregunta obligada: ¿cuál es su opinión general sobre el pensamiento de Ortega?
Resumir más de mil páginas escritas sobre Ortega sería una pretensión adicional al hecho de haberlas escrito. Sea cual sea mi opinión general sobre el pensamiento de Ortega, creo en la necesidad de enfrentarse y conocer su pensamiento para prevenir el adanismo y la presunta genialidad, algo que entre nosotros es una inclinación permanente. He leído a Ortega desde que tengo uso de razón y he venido explicándolo un año y otro desde hace más de treinta. Al hacerlo, quería lograr algo: hacer bajar a Ortega del pedestal de filosofo definitivo español, para intentar dotarlo de vida. Ortega es a veces como el Museo del Prado, un filósofo de Estado, que debe ser visitado de vez en cuando. Se acude a él porque no se puede ser español, y español de cultura, sin citar a Ortega. Y en cierto modo es natural. Por lo demás, dispone de una Fundación que promueve su estudio y que cuenta con un innegable prestigio, pero que a su vez le ofrece cierta oficialidad. Lo que se suele promover de este modo es un Ortega explicado por el propio Ortega.
Mi aproximación tiene otra finalidad y quiere evitar la autorreferencialidad. Para ello, he querido abordar a Ortega encarando los problemas que él abordó, pero desde lo que podemos decir saber o pensar en el presente. La estructura de mi libro es que los problemas de Ortega, en cierto modo, siguen siendo nuestros problemas, pero sus respuestas distan mucho de ser aceptables por los pensadores de mi generación. Merece la pena este ejercicio por varias cosas: primero, porque Ortega es el único filósofo español que ha logrado que la filosofía forme parte de la cultura española; segundo, porque ha tenido una influencia muy importante en el mundo latinoamericano; tercero, porque es el primero que lo hace desde la forma moderna de ser a la vez un filósofo profesional y al mismo tiempo un periodista. Lo que he querido hacer en mi libro es proponer un esfuerzo más. Ir más allá de Ortega, pero desde la evidencia del sencillo hecho de que no podemos quedarnos en sus soluciones.
“Yo he querido pensar un Ortega vivo, haciéndome preguntas desde el presente o desde otros autores que él no pudo integrar”
La España del presente no es la de Ortega y su mundo era por completo diferente del nuestro. Tenemos problemas semejantes, desde luego, pero también diferentes, e incluso los semejantes los vemos de otra manera. Necesitamos pensar la vida, como él tanto insistió. Pero no podemos dejar de acudir a los demás pensadores de la vida del siglo XX, desde Plessner a Agamben y las nuevas comprensiones científicas. Necesitamos pensar la historia, como él deseó. Pero no podemos hacerlo sin acudir a Weber. Necesitamos pensar qué sean los conceptos históricos, pero no sin acudir a la obra de Koselleck. Necesitamos pensar la teoría de la metáfora, pero no sin la obra de Blumenberg. Necesitamos pensar la técnica, pero no sin las reflexiones actuales sobre la IA. Necesitamos perseguir los problemas orteguianos, pero no podemos hacer de la filosofía española una cita o una celebración, sino un trabajo y un futuro. Yo he querido pensar un Ortega vivo, haciéndome preguntas desde el presente o desde otros autores que él no pudo integrar. No resulta un Ortega infalible, pero ¿desde cuándo la filosofía puede prescindir de la crítica? Es preciso destacar tanto las debilidades de Ortega como sus geniales aciertos. Ello es necesario, sobre todo cuando piensa España, Europa, la democracia, América o los Estados Unidos.
¿Qué es exactamente el Neoliberalismo? ¿Por qué es una religión civil tan peligrosa, por qué no es Liberalismo?
En mi opinión, lo primero que debemos preguntarnos es si nuestras categorías son las adecuadas para describir el mundo del presente. Hablamos de liberalismo, una de las grandes opciones de la humanidad clásica; o de neoliberalismo, invocando figuras intelectuales de relevancia, como Hayek, Eucken, Röpke, Rüstow, etc. Nos complacemos en citar una y otra vez a Foucault como el primero que identifica que la ontología del presente es el neoliberalismo. Yo mismo he escrito sobre el neoliberalismo como Teología Política. Pero ahora tengo una posición ligeramente diferente. Creo que estamos dominados por una percepción del mundo que tiene la estructura de la teología política, pero no creo que se pueda describir como neoliberalismo.
“Creo que, si los grandes autores neoliberales levantaran la cabeza, no se sentirían muy reconocidos en el presente”
Creo que, si los grandes autores neoliberales levantaran la cabeza, no se sentirían muy reconocidos en el presente. En mi opinión, ellos disponían de un alto concepto de su propia posición intelectual y no creo que se sintieran identificados con la barbarie que nos domina. La sobriedad, el pretendido rigor intelectual, la capacidad de análisis, su legitimidad académica, el verse a sí mismos como los defensores de las mejores tradiciones intelectuales europeas, todo ello que caracteriza al neoliberalismo, son actitudes que se han abandonado por la forma de dominación presente. La íntima convicción de que ellos estaban defendiendo posiciones basadas en una teoría de la razón, todo eso ha sido abandonado.
Hoy sólo tenemos una cosa: éxito o fracaso económico a cualquier precio. Todo lo demás consiste en erosionar los muros de contención para que lo único relevante que quede en pie sea el éxito o el fracaso económico, con un trato despiadado a los que se quedan atrás. Pero desde luego, eso incluye orientar la economía desde una programación política y desde el poder, para que en realidad solo puedan tener éxito los que ya lo tienen. Esto es: se trata de orientar la economía hacia la acumulación de capital acelerada y concentrada, que tiene, como contrapartida, procesos de producción de pobreza general. Esta orientación política de la economía hacia la concentración de capital, que implica crecientes monopolios, es contraria a la tesis neoliberal de Hayek, obviamente. Es verdad que para ellos la competencia era la ley fundamental y que esto implica virtud y flexibilidad, pero asumían que la competencia debía darse en condiciones de no monopolio. En su teoría del dinero, asumían que ninguna divisa podía ser dominante, lo que hace que su mundo sea el mundo de ayer. Fueron globalistas, pero no defensores de poderes imperiales, algo completamente ingenuo. Pero en cierto modo creían en la razón.
En suma, la dominación desnuda a la que estamos sometidos no tiene ningún soporte teórico serio. Es desnuda dominación y eso hace que busquen de forma hipócrita autoridades teóricas. Si Hayek viviera escupiría sobre Milei y Trump. No hay dignidad teórica en la dominación que padecemos. Pero es una violencia teológico-política, porque gobierna las mentes y los cuerpos, las formas de vida, los deseos, las subjetividades, con la finalidad de hacer imposible una alternativa, cosificando la historia desde una especie de estadio final de la humanidad, petrificando las relaciones sociales. Y eso es teológico a pesar de que no exista un único poder imperial detrás. Pero es la forma de operar de todos los poderes mundiales. Por eso son tan electivamente afines con las formas del fundamentalismo religioso, como se ve en las extrañas alianzas de Trump, de Putin, de los ultraortodoxos de Israel o de Arabia.
¿Qué está ocurriendo en Europa? ¿Podremos superar este bache?
Europa ya ha gastado su historia imperial y no puede competir con los poderes imperiales que se disputan el mundo. Es una potencia subalterna, que más bien estorba que ayuda a la futura batalla mundial. O al menos eso es lo que se le está diciendo: ¿ayudas o estorbas en las luchas próximas? Porque las luchas van a existir, o al menos las luchas por disponer de las mejores condiciones coactivas futuras. Esas luchas tienen un nombre: Asia. Es lo que cuenta.
América del Sur está abandonada, cometiendo un gravísimo error, porque el único lugar real de las democracias es Euroamérica -por cierto, una palabra que aparece en Ortega-. Desde hace tiempo, sin embargo, Europa es más bien un lastre para la batalla de Asia. Lo fue cuando denunció la guerra de Irak, que pretendía desplazar el muro de Berlín a Bagdad. Lo ha sido en Afganistán, con sus exigencias en el cumplimiento de los derechos humanos. Pero el futuro es más concreto. Se trata de Irán. Nos preguntamos por qué Estados Unidos apoya incondicionalmente a Israel. Lo hace por Irán. Gaza es el inicio de la guerra con Irán. Luego vendrá Líbano y después Irán. Porque es fundamental tener un pie en el ombligo de Asia. Afganistán no logró serlo, pues no se puede construir nada sobre la barbarie de los talibanes. Se necesita un pueblo que sea uno de los pilares de la Tierra. Ni siquiera Pakistán lo es. Pero con Irán no hay duda. Es más antiguo que todos nosotros. La iraní es una cultura milenaria y lo que es más significativo, profundamente afín a la occidental, mucho más que la cultura abasí. Cuando los obispos dejen de mandar allá, será el único lugar islámico donde la democracia sea culturalmente viable. Esa es la lógica del mundo.
“Gaza es el inicio de la guerra con Irán. Luego vendrá Líbano y después Irán. Porque es fundamental tener un pie en el ombligo de Asia”
Europa solo puede dar una pequeña ayuda: incorporar a Georgia, y por supuesto a Ucrania. Esta será la clave del próximo mandato de Trump: si Europa por sí sola estará, o no, en condiciones de mantener la guerra en Ucrania frente a Rusia. Pues no creo que Trump pueda alterar la lógica profunda de estructura de poder americana. En esta situación, las poblaciones europeas no responden con entusiasmo. Sólo piensan en seguir siendo el país privilegiado de la Tierra. Sin embargo, deberíamos darnos cuenta de que, para serlo, tenemos que defender la democracia, y para ello debemos cuanto antes impulsar una política de paz y una política de cooperación con nuestros vecinos del Oriente Medio y de África del Norte. Eso no lo hará la extrema derecha, que intentará por todos los medios impulsar políticas neo-imperiales. Sin embargo, no creo que los europeos estemos en condiciones de ofrecer bases populares mayoritarias a esas políticas.
Considero que la extrema derecha se equivoca cuando cree que podrá movilizar a favor de esas políticas a las poblaciones europeas cuando llegue al poder. La gente que vota a la extrema derecha lo hace desde el miedo y la histeria, y su voto no es sino expresión de debilidad y de cobardía. Debemos combatir estas actitudes porque, aun perdiendo mucho, seremos el lugar privilegiado de la humanidad. Debemos recordar que Europa siempre ha sido una tierra atravesada por las migraciones. Lo que hay que impedir es el monopolio de mafias, ese tráfico informal de esclavos. El volcán humano es demasiado fuerte como para impedir los movimientos migratorios. Es mejor saber cultivar con la lava que nos trae y comprender que la lava es vida.
¿Qué le pasa a la izquierda actual? ¿Por qué está gripada? ¿Qué hacemos?
La izquierda vive también de las representaciones de un mundo que no existe. Fue Weber quien dijo que, si la revolución triunfaba en Rusia en las condiciones culturales y sociales de aquel tiempo, sólo podría imponerse mediante la instauración de una burocracia disciplinaria que traería cien años de desprestigio para la noble idea del socialismo. Desde este punto de vista fue más lúcido que Marx, que pensó que los títulos jurídicos de propiedad de los medios de producción serían suficiente para lograr una condición emancipada de la humanidad. Pero es la propia estructura productiva la que impone un orden burocrático que per se es una estructura de dominación, sea quien sea su titular. Pero ese capitalismo que conoció Marx y que se impuso en el tiempo de Weber, bajo la forma de la industrialización, del fordismo, de la racionalización, de la atención masiva a necesidades, todo eso ya está muy socializado. Las grandes fuentes de acumulación son en la actualidad la vivienda, el comercio virtual, la sanidad y la educación, y la gran batalla es socializar esos bienes de forma suficiente.
“El socialismo vivió de la idea de revolución, pero hemos visto que lo único verdaderamente revolucionario ha sido el capitalismo”
La noble idea del socialismo no puede imponerse más que desde la noble idea de la democracia, y esta como proceso de socialización debe emplear todos los lugares colectivos, públicos, comunes, para organizar todos los espacios, cuanto mayores mejor, para contener la acumulación todo lo que sea posible. Eso implica algo teóricamente muy relevante. El socialismo vivió de la idea de revolución, pero hemos visto que lo único verdaderamente revolucionario ha sido el capitalismo. Creo, como diría Ortega, pero por razones diferentes a las suyas, que tenemos que reflexionar sobre la idea de revolución. Si miramos la historia de Europa, nunca ha habido revoluciones constructivas. Todas ellas han enfrentado situaciones de extrema opresión, y eso las legitima, pero no han logrado construir en el largo plazo situaciones novedosas. La idea de revolución responde a una situación de urgencia que solo es verosímil desde la extrema opresión y tiranía. Las clases dominantes saben que no pueden producir eso y ahora nos entregan una libertad reducida, mínima, brutal, que neutraliza cualquier condición revolucionaria. Hay que pensar de otro modo. Necesitamos muros de contención que protejan los mundos de la vida que todavía no están atravesados por la acumulación. Lo público debe defenderse con la firme convicción de que es el principal de esos muros. Por eso es tan culpable quien lo malversa y lo desprestigia. Ese es el aliado de la dominación. Su agente.
¿Qué le parecen Habermas y Lledó?
He leído mucho a Habermas. Cuando fundé Daímon, una de las mejores revistas de filosofía, le dediqué el primer número. He seguido su obra con cierta atención y he observado su evolución con interés. Esta evolución es una mezcla de mejor comprensión de muchos problemas y autores -por ejemplo Weber o Koselleck- y de un abandono de posiciones maximalistas de juventud. Pero por lo general, Habermas no se ha tomado en serio el pensamiento francés, que es fundamental para nuestra contemporaneidad, ni ha sido capaz de criticarlo con solvencia. Las veces que lo ha hecho, ha mostrado limitaciones e improvisaciones. Creo que el problema de Habermas es su procedencia hegeliana, que tiene un fondo comunitario y consensual que complica la idea democrática. Por mi parte, creo que la democracia no tiene fondo consensual material. La democracia es la forma de pujar por la igualdad en la vida humana, que siempre aspira a la desigualdad. La democracia es polémica y ese es el principio republicano. Surge de la desigualdad y de las aspiraciones a la igualdad, y por eso es la manera en que tienen que hacerse fuerte los desiguales para redistribuir el poder, la riqueza, el honor, la distinción. La democracia es lucha y es inteligencia. Por eso desaparece si se logra inducir a las poblaciones hacia la ignorancia voluntaria. Esa es la aspiración de toda teología política: hacer que adoremos a quien nos domina. Hay técnicas muy refinadas para ello. Y la filosofía es una de las formas más eficaces para oponerse a ellas.
“La democracia es lucha y es inteligencia. Por eso desaparece si se logra inducir a las poblaciones hacia la ignorancia voluntaria”
Respecto de Lledó, debo decir que somos muy amigos, que me ha ayudado siempre en mi carrera y que ha sido un modelo de vida limpia, tanto en lo familiar como en lo profesional, para muchos de nosotros. Es un gran mérito que haya atravesado con la dignidad intacta la época del franquismo en la que él creció y que se haya convertido en un ciudadano ejemplar en nuestra democracia. Es importante recordar que, a pesar de haber sufrido los aspectos más turbios y sórdidos de la vida académica, no ha dejado nunca de ser un gran filósofo, de estudiar y de pensar de un modo que siempre nos inspira. Ha sido, y sigue siendo, un ejemplo de integridad intelectual y personal para todos nosotros.
“Nuestra cultura intelectual es una tradición del ingenio y del brillo, y lo es hasta Unamuno, Ortega y Zambrano”; esta frase procede de su prólogo a Baltasar Gracián: filósofo de la vida humana de Borja García Ferrer. ¿Podría ampliárnoslo?
Sí, nuestra cultura filosófica es ampliamente literaria, además de una literatura del brillo y del ingenio, es decir, de la literatura tal y como la entendió la cultura barroca. Los países del sur europeo tienden a creer que el Barroco es una cultura europea general. Yo pienso de otra forma. En el norte no existe la cultura del pesimismo, de la muerte, del milagro de una luz concentrada. Esa es la consecuencia de la comprensión del Espíritu en una y otra cultura. Al sur, el Espíritu se concentra en el Papa. Eso deja a los demás en la melancolía. En el norte, el Espíritu se difunde en cada uno y produce esa convicción férrea de los reformados, siempre proclives al entusiasmo. De forma paralela, la cultura barroca sureña se mueve en estructuras mentales elitistas, y vive de la metafórica del carácter tenebroso de la vida en la tierra, a veces milagrosamente iluminado por el representante del Espíritu, que irradia luz y permite ver con cierta distinción lo que de otro modo no sería sino confusión y caos. Por supuesto, la matriz de esta metafórica es la propia del Corpus Christi, que, encerrado en sus impresionantes custodias doradas, se pasea por la ciudad iluminando la vida de las gentes, por lo general condenados a la pobreza y al sufrimiento que la acumulación del oro y de la plata en los altares y las vestiduras sagradas promueve. Esa luz, que procede de la trascendencia, siempre acaba encontrando fuentes secundarias en la inmanencia. Esos son nuestros autores barrocos. Y esa es la función de su brillo e ingenio.
Pero de la misma manera que la trascendencia tiende al monoteísmo, esas nuevas luces luchan por ser únicas, superiores, supremas. Esa es la naturaleza aristocrática de todo barroco. Sólo quizá en América hispana el barroco fue otra cosa al canalizarse por la cultura india, sus artesanías, sus estilos, sus culturas populares. De hecho, muchos adornos y motivos del barroco son amerindios. Ese arte barroco popular americano nos sigue conmoviendo por su gusto, colorido, ingenuidad. Pero en España no fue así. La cultura literaria fue la lucha despiadada entre elites disminuidas, obligadas a jugar en un terreno muy limitado, que jamás tocó realmente la estructura del poder. Solo hay una excepción para mí, donde se concentró la racionalidad de la época, pero fue la de un hombre brillante que pagó realmente el ser brillante. Me refiero a Saavedra Fajardo, la razón de la Monarquía hispánica de la primera mitad del siglo XVII. Ortega procede de esa tradición; Unamuno la criticó en tanto que cultura castiza, pero finalmente compartió con ella muchas cosas, como su gusto por la paradoja y la invención semántica. Zambrano, al proponernos lo que llama la razón poética, no hace sino intensificar el estilo orteguiano, quien por lo demás es la viva expresión del manierismo literario.
Solo Zubiri es la excepción, pero incluso de él no estoy seguro, pues su conceptismo impenetrable tiene también mucho del barroco. Un estilo limpio, que busque la auténtica claridad, la que persigue el problema hasta el fondo para cortocircuitar las coartadas de la ambigüedad, esa honestidad del trabajo intelectual reflexivo que cuando más reflexiona más nítido expresa el resultado, eso nos ha faltado. No pienso en Alfonso Reyes, aunque también. Él escribe como si pintara, y hay que leerlo como el que ve un cuadro. Pero a veces hay que hacer el cuadro menos superficial y utilizar los escorzos. La filosofía debe dejar ver los estratos del problema, pero debe enseñar a atravesarlos con orden. Eso exige un esfuerzo y un trabajo que va más allá del brillo y del ingenio. Es el trabajo intelectual que no se cansa nunca de mejorar, pero que deja a su paso resultados de claridad.
¿Qué pensadores nuestros del Renacimiento y el Barroco hemos ignorado hasta hace poco?
De nuestros pensadores hemos ignorado casi todo, hasta hace poco. En realidad, en España se ha producido una voluntad de producir ignorancia como parte de la dominación histórica que hemos padecido. Es monstruoso pensar que no hayamos podido escribir libremente sobre un hecho tan importante como la Reforma. Un libro dedicado a Lutero no ha existido en España hasta la democracia. Por no hablar de Calvino. Nuestro pasado sefardita ha sido ignorado y ha tenido que ser conquistado fragmento a fragmento.
Nuestros pensadores críticos han comenzado casi de cero en cada generación, y han tenido que intentar reconstruir sus antecedentes con un esfuerzo del que a menudo eran acusados de producir invenciones. Libros fundamentales no han sido conocidos hasta nuestra democracia. En pleno franquismo, cinco siglos después de ser escrito, se publicó el libro más importante de la cultura sefardita conversa, Defensorium Unitatis Fidei Christianae, de Alfonso de Cartagena, pero en latín. Nadie pudo leerlo. Sólo ahora tenemos una versión científica adecuada. El Socorro de los pobres de Luis Vives, un talento incomparable en la Europa del siglo XVI, fue traducido en 1528, pero fue metido en el cajón del inquisidor de Valencia. Lo editamos en la Biblioteca Valenciana en el año 2001. Cuando Palacio y Palacio encontró el proceso de la madre de Vives y de la familia, en el que se mostraba que era judío, tuvo que resistir presiones innumerables para publicarlo y no publicó la parte del padre. Me empeño en la reconstrucción de la cultura crítica conversa, generación tras generación, que se opuso a la cultura castiza una y otra vez. Y eso implica un nuevo canon y una reevaluación del vigente. Todo se inició realmente con Slomo Ha Levi, conocido como Pablo de Cartagena. Desde ahí hasta Spinoza, casi ya en el siglo XVIII, hay toda una tradición que transfiere puntos de vista, actitudes, formas retóricas, fuentes, antecedentes. Cuando esa tradición crítica se reconstruya plenamente, el canon convencional será reinterpretado en su grandeza. Hay mucha investigación secundaria sobre todos ellos. Falta ofrecerla a los lectores organizada, sistematizada, ordenada, con la significatividad de relaciones adecuada. Es el trabajo de varias vidas.
“Soy un kantiano en lo normativo -y por eso republicano- atravesado por Weber en el conocimiento de lo real -y por eso procuro redotar al Estado de poderes controlados pero eficaces”
¿Tiene usted poderes mágicos? ¿Descansa de vez en cuando?
Por supuesto, mi vida es bastante ordenada y normal. Descanso como cualquiera y tengo una intensa vida familiar, estoy casado con María José de Castro desde 1977, tenemos dos hijos, Luis y Carmen, que son buenas personas y magníficos profesionales, y gozamos de tres nietos con los que adoro jugar y charlar. ¡No tengo nada de magia! Soy completamente contrario a todo lo que depende del azar. El trabajo metódico y regular es muy productivo. Sólo tengo la pasión del conocimiento, una por cierto que, ya lo decía Nietzsche, es una pasión bastante plebeya, propia de quien es el primer universitario de su familia, como si en mí anidara un hambre de siglos por el conocimiento. Es verdad. Yo siempre aprendí por todos los poros. Sigo haciéndolo. Vivo aprendiendo. No descanso de eso. Esa hambre atraviesa mi inconsciente. Sueño que escribo, mis sueños de redactar cosas son constantes y me levanto y los recuerdo.
¿Se considera un neo-ilustrado? ¿Cómo se autodefiniría?
Soy un kantiano en lo normativo -y por eso republicano- atravesado por Weber en el conocimiento de lo real -y por eso procuro redotar al Estado de poderes controlados pero eficaces; bastante machadiano y nerudiano en lo poético, y freudiano en la comprensión del aparato psíquico y en la condición antropológica. Por supuesto, lector de San Juan de la Cruz en las horas debidas al sentimiento oceánico de realidad, pero en las demás cosas soy algo así como un lamarckiano cultural. Creo que las experiencias originarias que configuran la generatividad de la vida humana, la estructura de la filiación, conforman de manera bastante intensa nuestra forma de mirar el mundo. Mi hambre de saber ya fue la de mi padre. Y mi alegría de vivir la de mi madre. La conciencia de ser bien nacido hace mucho en la vida. Procurar que esa conciencia ruede es la primera obligación del ser humano, extender la confianza entre aquellos que trajimos al mundo sin su consentimiento. Esa es la única coraza contra el odio y desde luego la fuente de energía productiva.
Un libro que crea urgente leer hoy…
Si hubiera solo uno, la humanidad estaría salvada. Desgraciadamente no es así. Pero si hubiera que elegir uno, en esta circunstancia presente, recomiendo El Estado Dual de Ernst Fränkel. Es un relato que recuerda cómo el nazismo pudo ser algo aceptable para millones de personas cultas y bien intencionadas. Tiene que ver con los pactos entre el poder político y el poder judicial. Deberíamos prestar atención a esta genealogía del totalitarismo, que es más eficaz y determinante que los grandes mítines, las porras, el ricino y la violencia de bandas.
Fuente: educational EVIDENCE
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