• Opinión
  • 28 de junio de 2024
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Notas sobre un final de curso

Notas sobre un final de curso

Notas sobre un final de curso

La iniciativa la están cogiendo plantillas de docentes que ya no toleran más ficciones ni más mentiras oficiales

Imagen generada mediante IA

Licencia Creative Commons

 

Andreu Navarra

 

Nos lo decía una compañera sindical en un centro docente, hace pocos días: “Los equipos directivos y el Departamento de Educación se empiezan a encontrar con plantillas organizadas, que plantan cara, y no saben cómo reaccionar”. Tenía toda la razón. En septiembre nos preguntábamos qué efectos tendrían los procesos de estabilización laboral en el ámbito educativo: es posible que ya podamos responder algo al respecto: por un lado, en octubre ya se notaba un cansancio insólito con las implementaciones draconianas de ‘ABP’ y delirios digitales antihumanísticos, así como otras soluciones pedagogistas autoritarias; en segundo lugar, se han producido algunos fenómenos dispersos de corrupción que han hecho sonar algunas alarmas; y, por último, han estallado revueltas de docentes y estudiantes contra los aspectos más sangrientos del Decreto de Plantillas, la infausta ley que provoca que en Cataluña el personal docente se nombre a dedo por parte de direcciones afines y clónicas.

Y es que hace tiempo que creo que el profesorado tiene más ganas de dar clase que de hacer huelga. El pasado 13 de junio, Josep Sala i Collell publicaba un artículo importante en Vilaweb, donde defendía que el curso 2023-2024 había sido el curso del descontento contra los cantos de sirena de la falsa innovación pedagogista. Una vez el cambrayismo certificó que la administración era hostil a sus propios empleados, que la desconexión entre la política y la realidad era total, una situación insólita y totalmente irracional, que todavía sufrimos, en la que se nota demasiado que las instituciones quieren deshacerse de quienes deberían ser sus protegidos, y en un contexto donde no parece muy popular dignificar la profesión docente, el búnker pedagogista está entrando en una zona de estado terminal: el pedagogismo y la privatización protagonizada por las fundaciones afines mueve más dinero que nunca, pero ha perdido por completo su prestigio. Las sonrisas y las falsas promesas sociales ya sólo irritan y tensionan, pero ahora en serio, hasta el punto de que las únicas dos opciones viables para los docentes sean marcharse o empezar a desobedecer.

La iniciativa la están cogiendo plantillas de docentes que ya no toleran más ficciones ni más mentiras oficiales y resuelven derribar direcciones nombradas a dedo. La crisis institucional se acentúa. Si en un sistema los trabajadores prefieren las represalias a seguir experimentando humillaciones y desprecio cotidiano, el sistema tiene un problema. Los motines docentes podrían dejar de ser casos aislados y extenderse aún más. En este caso, un bunker pedagogista tendría poco futuro, sólo viviría como armazón oficial, como una especie de gobierno Narváez o Arias Navarro, empujando los días con dificultad e inercia, defendiendo un pasado como una pesadilla o un emolaberinto. Empujando ficciones oficiales de granito y mármol, sin ruedas.

En Barcelona especialmente existen varias heridas abiertas. Las direcciones no pueden ser gobiernos civiles. No se puede seguir sofocando el debate pedagógico: en Cataluña hemos perdido completamente el sentido de lo que es una educación democrática y de calidad. La realidad se ha ido abriendo paso: lo único que hacen nuestras instituciones es blindar privilegios y presentar presupuestos de pura vergüenza. ¿No sería mucho más constructivo fomentar la reforma antineoliberal desde abajo? ¿Abrir las ventanas, sanear la Función Pública, volver a los principios de moralidad y transparencia? ¿Trabajar de verdad contra la segregación y para la igualdad sin las propagandas humillantes y fraudulentas actuales? ¿No sería más realista abolir el decreto de plantillas, acabar con el deterioro acelerado de nuestros centros, acabar con los contratos descabellados y antieducativos, respetar el pluralismo interno de la sociedad catalana y alejar la lucha de clases que comporta el decreto de nuestros claustros? Los claustros deberían centrarse en temas pedagógicos y deberían dejar de ser panegíricos de la privatización y la burocratización.

¿No sería más razonable dejar enseñar? Si empezáramos a expulsar parásitos y caciques posiblemente volveríamos a ser pioneros en políticas sociales, y no imitadores de cuarta fila de las recetas austericidas. Si no, lo seguirán haciendo los docentes, cada vez más intensamente, más dolorosamente. El sistema está detenido y noqueado, sobre la lona. No funcionan ni los aplicativos de notas: lo único que sigue funcionando es la caja registradora de las entidades parásitas.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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