• Opinión
  • 25 de junio de 2024
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Qué te roban cuando te roban los libros

Qué te roban cuando te roban los libros

LA GRAN ESTAFA. Sección de opinión a cargo de David Cerdá

Qué te roban cuando te roban los libros

No podremos conseguir que se indignen si no averiguan qué se pierden

Imagen de Tom en Pixabay

Licencia Creative Commons

 

David Cerdá

 

Saludamos como un avance un retroceso sentimental e intelectual: la progresiva desaparición de los libros de las vidas de los estudiantes. Entregamos el botín de sus corazones e intelectos, de su capacidad crítica y creativa, a cambio de chucherías mentales que hagan de ellos perfectos consumidores y súbditos.

Hace años que me he autoimpuesto el deber de introducir a mis alumnos en los libros. Enseño, entre otras cosas, en Grado Superior a estudiantes que tienen entre 18 y 21 años (algunos hasta 24), de modo que sí, repito: mi epopeya es conseguir que empiecen a leerlos. Son muchos los que confiesan nada más entrar en la educación terciaria—algunos con risotadas de orgullo, que sofoco, o al menos lo intento— que han leído a lo sumo un par de ellos en su vida, y que, en el último año, ninguno. Y es que hoy, gracias a la creciente depauperación de la secundaria, las políticas gubernamentales abiertas o encubiertas para pasar curso y webs como el Elrincondelvago, es perfectamente posible completar la ESO sin haber tocado un libro ni con un palo.

Escribía Netflix en un célebre extracto de uno de sus planes estratégicos que su principal competidor no es HBO ni Prime, sino el sueño; sin necesidad de escribirlo, los competidores de Instagram o TikTok son los libros. Para pagar los yates de Zuckerberg y las prebendas del Partido Comunista Chino (que no permite esa basura en su suelo, sino Douyin, sometida a severas restricciones), hace falta que la juventud no lea, y tampoco los adultos: y a fe que lo están consiguiendo. Este latrocinio cognitivo y por lo tanto de vida lo permitimos con un encogimiento de hombros, apelaciones idiotas a la modernidad y los nuevos tiempos y los «cambios de soporte»; y en nuestro país somos tan tontos que hay hasta gente aplaudiendo que profesores usen TikTok en el ejercicio de sus funciones.

Es un robo en el que aplaude el robado: el robo de la peor clase. Recuerdo un día en que explicaba todo esto en clase y una alumna protestó diciendo que no era un robo desde el momento en que a ella le gustaba que le robasen. Aquí radica la peligrosa novedad; y lo difícil que a algunos se le hace entender dónde está el crimen. Con todo, hay esperanza en el ánimo contestatario de los jóvenes, que tienden naturalmente y bien a rebelarse; o tendían, porque nunca hemos tenido a una juventud tan adaptada al sistema, tan dócil. Es culpa nuestra, de sus mayores.

¿Qué te están robando cuando te roban los libros? Me da la impresión de que esto es lo que no estamos explicando. No podremos conseguir que se indignen si no averiguan qué se pierden. A sensu contrario, es habitual encontrar en redes sociales o en la misma calle esta afirmación: «Los libros no te hacen mejor persona». Dejemos a un lado la obviedad de que hay miserables muy leídos, y de que no hay relación causa efecto y ni siquiera correlación perfecta entre catadura moral y cantidad o calidad de lecturas. Los libros no te hacen mejor persona. Te hacen más libre. Te hacen más capaz y crítico. Te aportan vocabulario, dándote con ello posibilidades adicionales de pensamiento; te hacen más inteligente. Mejoran tus opciones profesionales y te abren mundos de imaginación. Educan tu sensibilidad y tu comprensión del drama humano. Y también mejoran tu concentración y atención; son hábiles personal coaches —a ver si así— en el campo cognitivo. Igualmente, potencian tu creatividad. Eso nada más, hacen por ti los libros.

¿Cómo consigue esto esa maravillosa tecnología llamada libro? De un lado, hay cuestiones hápticas, es decir, relacionadas con el tacto. Decimos que acariciamos sus páginas y no exageramos; hay una proximidad entre la piel y el papel que nos acerca a lo escrito y propicia que nos zambullamos en lo que nos presenta. El papel tintado es también la superficie que menos cansa la vista, aunque la tinta digital solventa elegantemente esta desventaja, no así los ordenadores, los teléfonos y las tabletas. De otro lado, hay importantes razones cognitivas. El libro está pensado para forzarnos a un lúcido aislamiento. No hay en él otros estímulos que compitan con la lectura; no hay cosas que se muevan, ni sonidos, ni demasiados colores, como en todos los cacharros que tienen conexión a internet. Leer un libro es un acto de interiorización y acceso a nuestras profundidades y a un tiempo de apertura al mundo y conexión con sus peculiares maravillas y horrores. Es, en ese doble sentido, lo más parecido al amor. Leemos para trascender los confines de nuestra propia cabeza; y si los libros son idóneos para ello es porque combaten la dispersión, la brevedad y la espectacularidad, encerrándonos en sus modestas páginas como una ostra arrulla una perla.

Pero lo vamos a sustituir por «otros formatos» más entretenidos, porque hay que dar de comer a ciertos magnates sin escrúpulos que luchan por adelantar cuanto se pueda la entrada de los menores a los redes sociales. Y de regalo de comunión, o a la avanzadísima edad de ocho años, regalaremos dispositivos desatencionales a los niños.

Un país con gente más capaz, crítica, creativa y libre es un mejor país, pero supongo que también es un país menos amable con los magnates, los mangantes y los poderosos; y ahí está el quid de este asunto.


Fuente: educational EVIDENCE

Derechos: Creative Commons

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